Casi nadie recuerda ya que uno de los primeros números de la calle Istiklal era en los años veinte el Cine Ruso-Americano, desde donde los miles de rusos blancos refugiados en Estambul emitían propaganda contra los bolcheviques. Quizás tampoco que en el imponente edificio neorenacentista Emek (1870) mantenía sus reuniones el exclusivo Cercle d'Orient, formado por ricos Levantinos --súbditos otomanos de ascendencia católica europea--, magnates griegos y armenios y algún que otro turco elegido. Hoy sus bajos albergan variados negocios, entre ellos el Cine Rüya que oferta películas pornográficas, a dos por una.
Y es que los edificios del barrio de Beyoglu encierran miles de historias. Istiklal, la vía peatonal que cruza Beyoglu, está llena de comercios, cines, teatros y restaurantes donde los estambulís trabajan, se divierten y se enamoran. Un poeta callejero pregunta a los paseantes: "Mis florecillas, ¿queréis un poema?".
Beyoglu se ha mantenido siempre a la vanguardia de la cultura turca. Aquí fue donde se exhibieron los primeros cinematógrafos, se estableció el primer estudio fotográfico de Turquía, las primeras cervecerías y cabarets como el Mulan Ruj, a imitación del parisino Moulin Rouge. Incluso cuenta con el tercer metro más antiguo del mundo (1875), que conecta Istiklal con el puerto de Gálata.
El origen del barrio se remonta a los siglos XV y XVI, cuando algunos europeos que ocupaban la abarrotada zona de Gálata decidieron establecer en los viñedos de Pera sus residencias estivales. El primero fue Alvise Gritti, a quien por ser hijo del Gran Dux de la República de Venecia se le apodó bey oglu (hijo del señor). Alvise, embajador de la Serenissima, ascendió en la corte otomana que le encargó diversas misiones, como el asedio a Budapest. Después, anunció su conversión al islam.
Durante el siglo XIX, y especialmente tras el gran incendio de 1870, la ciudad se convirtió en el centro de los experimentos modernizadores de la incipiente burguesía afrancesada otomana y por donde penetraban las nuevas ideas. Un centro del cosmopolitismo, como reflejaba el escritor Herman Melville en 1856: "Aquí uno se siente internacional, es como la infausta Torre de Babel".
A pesar de las expulsiones de griegos y armenios en el siglo XX aún se conserva su cultura en los liceos e incluso en diarios como el Jamanak, en armenio, el diario turco en activo con mayor antigüedad, o Apoyevmatini, en griego, cuya maquetación aún se realiza con tijeras y pegamento. Entre los edificios art nouveau se extienden iglesias levantinas, católico-armenias, ortodoxas griegas y caldeas. Incluso la capilla de Tierra Santa, construida para los españoles y de la que aún pende una oxidada placa con el escudo y la leyenda Embajada de España.
Pero Beyoglu también fue siempre un lugar para los perdedores: el ruso Leon Trotski se hospedó en el Hotel Tokatliyan, aquí murió el poeta polaco Adam Mickievicz y el italiano Giuseppe Garibaldi se cobijó en el edificio de la Societá Operaia Italiana tras su derrota. Como bien afirma el escritor turco Enis Batur, Beyoglu siempre es y ha sido "una ciudad dentro de otra ciudad".
13 diciembre 2007
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1 comentario:
mou, no es que casi nadie se acuerde ya, es que casi nadie de los nacidos en los veinte vive ya...
Fuera de coñas, me ha gustado. Nos vemos esta semana.
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