Mi gran amigo Misha, el georgiano, se fue ayer. Cambia Estambul por Kiev. Le echaremos de menos.
Tampoco puedo reprocharle nada porque se va por amor: conoció a su novia trabajando en una de esas ciudades costeras de hormigón el pasado verano. Dice que también se marcha a Ucrania para poder continuar sus estudios de jurisprudencia y conseguir un futuro diferente al mísero sueldo que ganaba como camarero trabajando doce horas al día y seis días a la semana en un conocido restaurante español de la metrópolis turca.
Misha llegó a Estambul el año pasado. Coincidimos en el mismo curso de turco y fue uno de los primeros en acercarse a mí: “How are you, Andrés?”. Me narraba historias de su ciudad natal, Batumi, de verdes prados junto al mar y buscábamos semejanzas entre la vida rural de nuestros países. Como muchos otros georgianos, me peguntaba sobre “los vascos”.
Los pianistas no son para la crisis
En Georgia hace ya muchos años que las cosas no van bien para la gente. Sin contar con los conflictos internos en las provincias independentistas; la corrupción, la crisis y las temerarias provocaciones mutuas que se lanzan los gobiernos ruso y georgiano no hacen sino perjudicar la vida de los georgianos de a pie.
En la casa de Misha en Estambul viven varias familias, como en las demás casas de emigrantes georgianos, como en las de todos los emigrantes. La madre de Misha es profesora de música: fue la primera en abandonar Georgia. En Estambul consiguió salir adelante dando clases privadas de solfeo y piano.
Luego le llegó el turno al señor Mijail, reconocido pianista y hombre de cultura. Cabello cano y lentes redondos, amante de Picasso y de los clásicos de la liga de fútbol española: Gento, Arconada, Di Stéfano. El día que despedimos a Misha llevaba un chubasquero azul y gris, que le daba un barniz jovial a la profunda melancolía de su vida. El señor Mijail, que, como ya hemos dicho, es un gran pianista, dejó en Tbilisi a su pequeña Ellene y a su mujer. Aunque consigue que de vez en cuanto vengan a Estambul a visitarlo. Pero no basta con ser un virtuoso del piano para poder ganarse la vida. Cuenta Misha que el señor Mijail es incapaz de hacer aprender a sus alumnos. Mientras la madre de Misha, modesta pianista, es una buena profesora, el gran maestro no logra enseñar su arte.
Las casas de los emigrantes georgianos, como las de todos los emigrantes, son pequeños puertos donde desembarcan otros conocidos, familiares, vecinos, primos lejanos y permanecen hasta que pueden instalar otra casa, otro puerto.
En los húmedos atardeceres de Estambul, el señor Mijail seguirá extrayendo música de las teclas del piano, y entre las boscosas montañas de Georgia, la pequeña Ellene, que se aburre mortalmente en la lección de ruso, aprenderá español escuchando la música que se descarga de internet. En los fríos inviernos de Kiev, bien acompañado, mi gran amigo Misha, el georgiano, será feliz. Iyi yolculuk dostum!
En las fotos: calle del centro histórico de Kiev (Ucrania) y vista de la costa de Batumi (Georgia)
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