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La bahía de las lobas de mar (El Periódico)
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ANDRÉS MOURENZA
A las mujeres de la bahía de Gökova les duele la espalda por el viento y los golpes de mar; sus rollizos brazos están tostados y las manos, hinchadas por el trabajo. Pero sus ojos brillan de un modo especial porque son dueñas de su destino.Al menos eso asegura Özlem Yeniay, una joven antropóloga turca que realiza su tesis sobre las mujeres pescadoras de esta porción de mar que se extiende entre la península de Datça y el cabo de Bodrum, justo en la esquina suroccidental de Turquía. A Yeniay le picó la curiosidad cuando descubrió estas comunidades donde las mujeres se hacen a la mar y comenzó a investigar qué sucede en esos pueblos: Akçapinar, Akbut y Akyaka.
"En Portugal y en la India también hay importantes comunidades de pescadoras, pero solo salen al mar de día y regresan por la noche. Las de Gökova son las únicas que se embarcan durante largos periodos", aclara Yeniay. Ahora, los barcos salen al atardecer y se internan en el golfo de Gökova, donde echan las redes para regresar por la mañana o un par de días después. Pero años atrás, cuando armar la flota era más complicado, las marineras permanecían semanas en sus embarcaciones. "Recuerdo una vez que estuvimos ocho meses en la mar", narra la tía Dudu, veterana del oficio.
En realidad la pesca no es tanto femenina como familiar, pero las mujeres realizan los mismos trabajos que los hombres y ejercen la misma responsabilidad. La cofradía de Akçapinar está formada por 21 pescadores, de los que 11 son mujeres, y 7 de ellas forman el consejo directivo. "Hace 40 años nos reíamos de las mujeres que salían a pescar, pero ahora hemos aprendido de ellas", confiesa Bayram, el patrón de la cooperativa de Akbuk.
Aprendizaje
De hecho, las pescadoras de Gökova no siguen una tradición demasiado antigua. Durante el último siglo del Imperio otomano, nómadas de Anatolia --turcos y gitanos-- comenzaron a asentarse en la Gökova, la llanura del cielo, pero era propiedad de grandes terratenientes y los campesinos se vieron sin tierras para hacer pastar su ganado o cultivar sus huertos. Entonces comenzaron a aprender las artes de los pescadores griegos. Al terminar la guerra, en 1923, se produjo un intercambio de población entre Grecia y Turquía en virtud de los acuerdos de paz. Y los otrora nómadas del interior se quedaron solos, con su llanura, sus nuevas enseñanzas y, allí enfrente, el mar esperándoles.
Semiha, apodada Focha Negra, es una leyenda viva tanto para los hombres como para las mujeres porque se trata de la única persona en todo el golfo que se atreve a hacerse a la mar sin compañía. Y eso que no sabe nadar. Hace siete años murió su marido, con quien salía a pescar desde que se casaron, así que tras enviudar siguió haciéndolo, pero ella sola. El trabajo en la mar forjó el carácter decidido de Focha Negra, así que cuando supo que su hija era maltratada por el marido fue inmediatamente al hogar de la pareja y se la llevó a casa junto a su nieto.
Sólo dos o tres hijos
A diferencia de otros pueblos de Turquía, donde en cada familia hay nueve o diez hijos, estas mujeres pescadoras sólo tienen dos o tres porque no están dispuestas a pasar el tiempo en casa cuidándolos. Al contrario, se los llevan al mar y allí los educan, cuenta Yeniay: "Los niños crecen en los barcos".
En contra de lo que se podría creer, y en un país donde el patriarcado y los roles sexuales están muy marcados, esta igualdad entre hombres y mujeres no produce roces en las familias y todos están contentos con la situación, según Yeniay.
Pero esta pesca familiar tiene un enemigo inesperado: la Unión Europea. En su camino hacia la adhesión, la UE obliga a Turquía a pasar una serie de estándares en la pesca, de los que los habitantes de la bahía tampoco se libran. "La política de la UE las está matando. Adquirir licencias pesqueras les es costoso y requiere mucha burocracia. Si no lo hacen se exponen a abultadas multas, por lo que solo se favorece a los grandes armadores", explica Yeniay.
Por ello la tradición se puede perder en las nuevas generaciones. Los niños ya no se quieren embarcar y crecer junto a sus madres a bordo de las barcas. "Ahora, los hijos se dedican a abrir hoteles y explotar el turismo".
En cambio, quienes nunca dejarán de salir a pescar cada tarde son las mujeres como Dudu, Sevgi, Gülay o Karameke. Ellas son felices con su trabajo y con la libertad que les da ganar su propio dinero: "Aunque fuésemos ricas no dejaríamos de trabajar. Quedarme en casa me produce depresiones", dice Gülay convencida.
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