Al contemplar las solitarias paradas de autobús cubiertas de descoloridos carteles electorales, uno se da cuenta de que se adentra de lleno en el mundo rural. Si se pasa demasiado tiempo en Estambul o en Ankara, conviene huir de vez en cuando de los perennes atascos, de la polución y del bullicio extremo y, como dicen los turcos de ciudad, "subir a la yaylaaltiplano a tomar oxígeno". El objetivo de esta excursión es Niksar, una ciudad de 40.000 habitantes en la llanura que forma el río Kelkit, en la frontera entre la Anatolia Central y el Mar Negro. La zona ha sido siempre un cruce de caminos, ahora de líneas de autobús, entre las rutas del otrora Imperio Otomano que conectaban las posesiones orientales en Irán con Estambul. Los habitantes de esta zona proclaman orgullosos que su ciudad ha visto el paso de 15 civilizaciones (desde los griegos y los romanos a los danishmend y los otomanos) y ha sido capital de reinos e imperios en tres ocasiones, con su consiguiente herencia de bellas construcciones. Pero a medida que uno comienza a ascender a la yayla --pasando de 350 metros de altura a 1.300 en apenas 20 minutos--, el paisaje humano y natural cambia por completo. La naturaleza se vuelve agreste, los regatos de agua purísima descienden entre bosquecillos y el aire sopla fresco aun en pleno verano. Los campesinos y los pastores viven en su tiempo aparte, el del campo, marcado por las estaciones y el regreso, de tanto en tanto, de los hijos pródigos que hicieron carrera en la ciudad. Últimamente, las yaylas turcas tienen nuevos habitantes: con el desarrollo económico, la gente de la ciudad comienza a comprarse chalets a donde van a hacer sus "curas de oxígeno". Es la "cultura de la yayla": "Se viene al altiplano y debe de ser por el oxígeno, pero se come y se bebe bien y se duerme mejor", dice Nursen, residente capitalina. La vida tradicional de la yayla difícilmente cambia a pesar de la llegada de nuevos residentes. En Özalan, donde habitan grupos de alevís (chiís heterodoxos), las paredes del café continúan adornadas con imágenes kitsch del profeta Alí y de los 12 imanes del islam y se vota, tradicionalmente, por los socialdemócratas. En el interior, verdes valles que recuerdan a la estampa de la Galicia profunda, donde los campesinos crían vacas entre campos de maíz y reciben al visitante con el agudo sonido de la zurna (dulzaina) y los tambores. La yayla reserva sus secretos en sus zonas más altas, de nombre tan extraño como la Meseta del Jueves, cubiertas de verdes prados y de aire inhóspito aunque sobrecogedoramente bello, solo disturbado por alguna muchacha que guía a los animales de vuelta a casa. El día de fiesta, la yayla cobra vida cuando todos los habitantes de la provincia se reúnen en torno a una gran campa: los de la ciudad en vaqueros y gafas de sol, las mujeres de los pueblos con sus mantillas de flores al aire y las jóvenes de la montaña con sus velos cuidadosamente bordados. Viendo el abigarrado colorido que se forma y escuchando la alegre música del Mar Negro, uno se olvida por completo del estrés y de los bocinazos de Estambul. Debe de ser también por el oxígeno.
27 agosto 2007
Los habitantes del altiplano
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Crónica desde Niksar: Cura de oxígeno en la yayla (El Periódico)
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