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La noche es golfa en Estambul (Cuaderno del verano, El Periódico)
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Texto: ANDRÉS MOURENZA
Fotos: AGATA SKROWNEK
Estambul: bocinazos, atascos, estrés. Pero cuando llega la noche, la ciudad de los dos continentes no se retira a descansar. El sol comienza a caer, dorando las cúpulas de las mezquitas y recortando los minaretes mientras refulge en el Cuerno de Oro con una paleta de tonalidades amarillentas.
En esos momentos hasta la más triste morada se levanta hacia el cielo con el aspecto orgulloso de un palacio y es entonces cuando se empiezan a llenar las terrazas de los bares. Puede ser una forma de divertirse o de matar la melancolía que produce esta ciudad, sucia, contaminada, avejentada, pero cuya esencia, hecha de las mil y una tragedias y heroicidades de la historia, te atrapa de tal manera que, cuando al abandonarla, se siente un inmenso dolor en el alma hasta que se consigue volver a recorrer sus calles.
El lugar perfecto para refugiarse de las penas es la terraza del restaurante Ponte (Istiklal, 365), situada en el tejado de un edificio de oficinas del centro de la ciudad. Aquí se puede abrir el apetito con una copa de vino y una tabla de quesos turcos y halloumi de Chipre a la parrilla o deleitarse contemplando el panorama del Cuerno de Oro, el Bósforo y el Mar de Mármara. Los barcos cargueros se mueven acompasadamente, como empujados por la brisa del atardecer y la música, mientras las maravillas del cabo del Serrallo --Topkapi, Santa Sofía y la Mezquita Azul-- comienzan a iluminarse.
Miradas indiscretas
Ponte tiene unos de los mejores excusados del mundo, al menos en lo que respecta a sus vistas. Disponen de una gran cristalera que permiten al usuario contemplar el Bósforo sin ser visto en sus menesteres. "Los baños son muy importantes, por eso puse mucho cuidado en ellos", subraya el diseñador Rasim Orbay.
Cuando todas las luces de la calle Istiklal se encienden, es el momento de adentrarse en la noche de Estambul. Istiklal es una avenida peatonal que recorre de norte a sur el barrio conocido como Taksim por la plaza que le da nombre. Repleta de históricos palacios, la anteriormente conocida como Ciudad de Pera era habitada por marineros, prostitutas y comerciantes europeos. Excepto en lo que respecta a la nacionalidad de los comerciantes y a los hombres del mar, no ha cambiado mucho: sigue siendo la ciudad de las ilusiones.
Por el lugar pasean desde mujeres veladas y recios hombres anatolios a jóvenes de estética neogótica, travestidos o punks con sus perros. Velos, minifaldas, escotes y camisetas ajustadas conviven de forma inteligente. Hay otros centros para la diversión en Estambul pero ninguno es tan abigarrado y castizo como Taksim.
Toda buena noche comienza con una bella canción cantada por la deliciosa voz de una türkücü (tonadillera tradicional). Juntarse con los amigos en torno a una mesa bien provista de raki y acompañado por un buen surtido de meze (tapas) o de pescado mientras se charla, se canta y se baila es toda una institución.
El mejor lugar para este tipo de reuniones, las noches fasil, son las tabernas de la calle Balik Pazari, recorridas por bandas de música tradicional que acompañan a los comensales. A la misma velocidad que los turcos se llenan el coleto de raki, las alegres melodías del clarinete, la cítara, el laúd y la darbuka aumentan su ritmo y no es raro ver a muchos que terminan la cena bailando encima de mesas y sillas. La juerga continúa en los vecinos bares de Nevizade sentados en banquetas a ras de suelo con una jarra de cerveza Efes Pilsen sobre la mesa. La música se prolonga, en cada local de acuerdo a su ambiente, e incluso bailarinas de la danza del vientre pululan por los bares restregando sus carnes entre los hombres en busca de billetes para sus escotes y poniendo en aprietos a más de una pareja.
Rubias platino, dorados, brillantes son los colores de la noche en los clubes nocturnos a la orilla del Bósforo, a los que hay que optar si se dispone de crédito suficiente. Reina y Sortie son las discotecas más famosas (unos 40 euros por entrada y 15 por consumición) y están situadas en el barrio de Ortaköy.
"¡Esto parece una película de James Bond!", exclama una joven turca al entrar por primera vez a Sortie y ver como los ricos de Estambul llegan al club en lanchas que les trasladan desde sus fastuosos yates. Las discotecas del Bósforo son los puntos de encuentro del famoseo turco y objetivo de las cámaras de los programas del corazón. Incluso uno se puede topar con la nueva adquisición del Fenerbahçe, el exmadridista Roberto Carlos, quien parece haberse integrado rápidamente en el ambiente de la noche estambulí.
Bandejas de fruta, azafatas con bandejas de cigarrillos, anuncios de yates, todo terrenos y deportivos, altos tacones, rubias de escándalo (resulta difícil encontrar a una turca que no lo sea, real o teñida, en estos lugares), modelos, actores, rudos hombres que no pueden ocultar su aspecto de mafioso a pesar de los costosos trajes en que se embuten, ricos hindúes o rusos acompañados por vedetes. Si se quiere sentir como el famoso espía británico, aquí lo tiene todo para vivir una velada plena de glamur y precios astronómicos.
Pero si se prefiere una noche tan agitada como revuelta, es mejor optar por el ambiente crápula de Taksim. En las mil calles que se abren desde la avenida Istiklal, es posible disfrutar de bares con diferentes tipos de música, desde el duro rock anatolio y las canciones desvergonzadas de Duman, al ska de Athena o Kurban, el pop alegre de Aylin Aslim o el sensual de Nil Karaibrahimgil, el dance y el techno industrial. Pero en toda la música turca, también en la moderna, están muy presentes los ritmos tradicionales. Cuando la madrugada y los tragos avanzan, se ve a los jóvenes borrachos bailando entre risas el popular halay, la danza de Anatolia que se ejecuta en corro al sonido de dulzainas y tambores.
Es divertido pasear por las mil callejuelas de Taksim en busca de nuevos garitos, a través de callejones cuyos antiguos palacetes han sido ocupados del primer al último piso por bares y discotecas. En cientos de tejados-terraza miles de personas, sobre todo jóvenes (el 70% de los turcos tienen menos de 30 años), se divierten como si bailar en el techo de la ciudad diese una increíble sensación de libertad y permitiese olvidarse de las mediocridades cotidianas.
Bajos fondos
Pero cuidado con perderse en ciertos lugares donde los edificios pintados de vivos colores no pueden disimular su aire decrépito: chulos, prostitutas, transexuales que se ofertan en las paradas de autobús e incluso algún que otro piso franco de los separatistas kurdos. En los bajos fondos de Taksim, donde el hedor dulzón de la basura acumulada en la calle se mezcla con el olor a fritanga, cantantes ciegos tocan el organillo en locales de mala muerte y cantan melodías para decadentes enamorados a cambio de un sobado billete de cinco liras.
Las noches de Estambul no pueden terminar sin una buena tradición de los jóvenes turcos: lanzarse a devorar los exquisitos mejillones rellenos de arroz que ofrecen los vendedores callejeros o beberse una sopa de lentejas o callos. El estómago está suficientemente lleno y los ojos hinchados por el alcohol ya no permiten ver nada más que un extraño juego de luces en movimiento, los gestos de la gente se asemejan a las marionetas de sombras turcas Karagöz. El sonido de un casete con la voz grabada del muecín llamando a la oración acompaña el caminar de los últimos noctámbulos, los gatos se adueñan de las aceras. Raya el alba. Es hora de irse a la cama.
EL RAKI, LICOR NACIONAL DE TURQUÍA
El raki es un licor anisado típico de Turquía que rebajado con agua adquiere un color blanquecino que le hace ser conocido como la leche del león. El raki es tan importante en Turquía que la reciente propuesta de la Unión Europea para que Turquía establezca los impuestos de las bebidas en base a su graduación alcohólica ha despertado un mar de quejas ya que elevaría su precio el 14% al equiparar el licor turco, de 40 grados, a otras bebidas como el whisky. "Consumir raki junto a las comidas es un placer, pero ¿quiere la UE que bebamos whisky en las comidas?", critica Erdogdu Sentürk, un productor licorero.
Turquía es un país musulmán, sí, pero el alcohol está bien presente en buena parte del país. "Comer cerdo es un pecado como dice el Corán, pero el alcohol- bueno, eso es otra cosa", afirma contemporizador Cengiz, un joven turco que, como tantos otros, aprovecha el fin de semana para perderse en la algarabía de Estambul.
Incluso se sospecha que Mustafá Kemal Atatürk, el padre de la actual Turquía, falleció a causa de una grave cirrosis, aunque se debe tener mucho cuidado a la hora de sacar este tema en una conversación con un turco. Lo cierto es que Kemal Atatürk, como muchos otros turcos, amaba sentarse junto a sus amigos a comentar la existencia con un vaso de raki en una mano y el cigarrillo en la otra.
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