16 septiembre 2011

El sueño otomano de Erdogan (El Periódico)

Andrés Mourenza
El diario HaberTürk publicaba ayer una viñeta en la que el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, sobrevuela las pirámides de Egipto en una alfombra voladora y adelanta a Aladino. Este inquiere: «Y tú, ¿quién eres?» «Alguien mucho más famoso que tú por estos lares» .
En los últimos años, Erdogan ha dado un salto a la palestra internacional y es ya el político más querido del mundo musulmán, como ha puesto de relieve la calurosa acogida dispensada estos días en su visita a la cuna de las revueltas árabes: Egipto, Túnez y Libia. Resulta imposible comprender cómo ha llegado tan lejos sin hacer referencia a su infancia y juventud en Kasimpasa, un barrio de emigrantes de Estambul, donde se forjaron las dos fuerzas motrices de su personalidad: el orgullo y la ambición.
El honor y el orgullo juegan un papel importante en la sociedad turca y más ahora que Turquía es un país cada vez más desarrollado y confiado en sí mismo. Es por orgullo que muchos turcos han dejado de apoyar la adhesión a la Unión Europea tras escuchar el rechazo de líderes europeos como Nicolas Sarkozy o Angela Merkel. «Si ellos no nos quieren, tampoco nosotros a ellos», piensa el turco medio.
Erdogan, al contrario que la mayoría de gobernantes turcos, se crió en las calles de un barrio pobre, donde la defensa del honor, la fuerza y la bravuconería dictan las normas de comportamiento. De ahí que no extrañe que, tras congelar las relaciones militares con Tel-Aviv, a pesar de que supusiera quedarse sin los aviones que había enviado a reparar a Israel, Erdogan dijera: «Para nosotros, lo más importante es que nadie mancille nuestro honor. El honor no tiene precio» .
La prensa turca e internacional coincide en que Erdogan, quien de niño contribuía con la economía familiar vendiendo limonada y galletas en las calles de su barrio, se ha convertido en el líder turco más influyente desde Mustafa Kemal Atatürk, fundador de la Turquía moderna en 1923. Atatürk era ambicioso en extremo, tanto que un rival suyo decía de él: «Cuando sea nombrado general, querrá ser sultán. Y cuando se convierta en sultán, querrá ser Dios». Esta es quizá una de las pocas cosas que lo une con el religioso Erdogan. El primer ministro turco fue jugador de fútbol pero abandonó el deporte por la política, a la que entró de la mano del movimiento islamista del ya fallecido exprimer ministro Necmettin Erbakan, llegando a ser alcalde de Estambul. Pero se distanció de su mentor para fundar el más moderado Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), que ganó las elecciones del 2002 y revalidó su triunfo, con crecientes mayorías, en el 2007 y el 2011. Pero tampoco se ha conformado con eso y, rechazando la política exterior aislacionista fundada por Atatürk, ha sacado a su país a escena, lo que le ha llevado a ser considerado El salvador del islam y el Líder del mundo islámico , según se leía en algunas pancartas en El Cairo.
Durante su mandato, Erbakan creó el grupo Developing-8 (D-8) junto a países musulmanes como Irán, Pakistán, Bangladés, Egipto, Indonesia, Malasia y Nigeria, en oposición al G-8. El D-8 fue aparcado tras el golpe militar que desalojó a Erbakan del gobierno en 1997 y ha sido sustituido, durante el mandato de Erdogan, por un sistema de alianzas múltiples que pretende quebrar el oligopolio ejercido por las grandes potencias (EEUU, UE, Rusia y China), aliándose con potencias emergentes como Brasil, Venezuela, Irán, India o Sudáfrica. Pero no lo hace porque pretenda alejarse de Occidente, sino porque la Turquía de Erdogan quiere ganar peso internacional y así poder dirigirse al resto de potencias de tú a tú, una vieja aspiración desde los tiempos del Imperio otomano.
Defensa palestina
Para conseguir atraer a los países del entorno a su esfera de influencia, Erdogan despliega un discurso antiimperialista y anima a los países del norte de África y Oriente Próximo a democratizarse. Al mismo tiempo abandera la ayuda humanitaria a Somalia, criticando el desinterés de los poderes occidentales, y el apoyo al reconocimiento de Palestina (en Egipto ha dicho que «Turquía no reconoce la legalidad del bloqueo a Gaza» y que espera ver «ondear la bandera palestina en la ONU» ). De esta forma ha seducido al pueblo árabe y fuerza a sus dirigentes a escucharlo. Erdogan sabe que si los países de Oriente Próximo son dirigidos por la voluntad popular, serán más cercanos a Turquía que a Estados Unidos o Israel.
Pero por mucho que Erdogan lo niegue, la reconstrucción de la esfera de influencia turca en los territorios que antes constituían el Imperio otomano es en sí misma una táctica imperialista, empezando por la ya extendida colonización de los productos de consumo y las inversiones turcas, que ya es vastísima en las calles de Oriente Próximo, los Balcanes y el Cáucaso.

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