13 diciembre 2007

La intrahistoria de Beyoglu

--------- Los secretos de las casas de Beyoglu (El Periódico 1/12/07) ---------
ANDRÉS Mourenza
Casi nadie recuerda ya que uno de los primeros números de la calle Istiklal era en los años veinte el Cine Ruso-Americano, desde donde los miles de rusos blancos refugiados en Estambul emitían propaganda contra los bolcheviques. Quizás tampoco que en el imponente edificio neorenacentista Emek (1870) mantenía sus reuniones el exclusivo Cercle d'Orient, formado por ricos Levantinos --súbditos otomanos de ascendencia católica europea--, magnates griegos y armenios y algún que otro turco elegido. Hoy sus bajos albergan variados negocios, entre ellos el Cine Rüya que oferta películas pornográficas, a dos por una. Y es que los edificios del barrio de Beyoglu encierran miles de historias. Istiklal, la vía peatonal que cruza Beyoglu, está llena de comercios, cines, teatros y restaurantes donde los estambulís trabajan, se divierten y se enamoran. Un poeta callejero pregunta a los paseantes: "Mis florecillas, ¿queréis un poema?". Beyoglu se ha mantenido siempre a la vanguardia de la cultura turca. Aquí fue donde se exhibieron los primeros cinematógrafos, se estableció el primer estudio fotográfico de Turquía, las primeras cervecerías y cabarets como el Mulan Ruj, a imitación del parisino Moulin Rouge. Incluso cuenta con el tercer metro más antiguo del mundo (1875), que conecta Istiklal con el puerto de Gálata. El origen del barrio se remonta a los siglos XV y XVI, cuando algunos europeos que ocupaban la abarrotada zona de Gálata decidieron establecer en los viñedos de Pera sus residencias estivales. El primero fue Alvise Gritti, a quien por ser hijo del Gran Dux de la República de Venecia se le apodó bey oglu (hijo del señor). Alvise, embajador de la Serenissima, ascendió en la corte otomana que le encargó diversas misiones, como el asedio a Budapest. Después, anunció su conversión al islam. Durante el siglo XIX, y especialmente tras el gran incendio de 1870, la ciudad se convirtió en el centro de los experimentos modernizadores de la incipiente burguesía afrancesada otomana y por donde penetraban las nuevas ideas. Un centro del cosmopolitismo, como reflejaba el escritor Herman Melville en 1856: "Aquí uno se siente internacional, es como la infausta Torre de Babel". A pesar de las expulsiones de griegos y armenios en el siglo XX aún se conserva su cultura en los liceos e incluso en diarios como el Jamanak, en armenio, el diario turco en activo con mayor antigüedad, o Apoyevmatini, en griego, cuya maquetación aún se realiza con tijeras y pegamento. Entre los edificios art nouveau se extienden iglesias levantinas, católico-armenias, ortodoxas griegas y caldeas. Incluso la capilla de Tierra Santa, construida para los españoles y de la que aún pende una oxidada placa con el escudo y la leyenda Embajada de España. Pero Beyoglu también fue siempre un lugar para los perdedores: el ruso Leon Trotski se hospedó en el Hotel Tokatliyan, aquí murió el poeta polaco Adam Mickievicz y el italiano Giuseppe Garibaldi se cobijó en el edificio de la Societá Operaia Italiana tras su derrota. Como bien afirma el escritor turco Enis Batur, Beyoglu siempre es y ha sido "una ciudad dentro de otra ciudad".

Turquía, ruta de la inmigración

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Al menos 51 inmigrantes mueren en Turquía al naufragar su barco (El Periódico 11/12/07)

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Rutas de la inmigración que pasan por Turquía (PDF)
ANDRÉS MOURENZA ESTAMBUL
Solo siete personas sobrevivieron al naufragio de un barco que transportaba inmigrantes de forma ilegal desde la costa de Turquía hasta la isla griega de Quíos, en el Mar Egeo. Un total de 51 fueron encontrados ayer sin vida en varias playas de la provincia de Esmirna, adonde habían sido arrastrados por el mar. Otros 25 inmigrantes eran buscados por patrullas guardacostas de Turquía, pese a las dificultades a causa de la tormenta que azota la parte occidental del país. El periplo de estas 83 personas --en su mayoría de nacionalidad palestina, iraquí y somalí-- comenzó la noche del sábado cuando, a bordo de una embarcación de unos 20 metros de eslora, se lanzaron rumbo a las cercanas islas del Egeo, territorio griego y primer paso para entrar en la Unión Europea. Pero, apenas dos horas después, naufragaron. "El barco volcó a causa de la tormenta y del exceso de peso", explicó Orhan Sefik Güldibi, prefecto de la comarca de Seferihisar, el punto terrestre desde el que se organizó el rescate. Según narraron los supervivientes, cada uno pagó casi 1.000 euros a una organización mafiosa que prometió llevarles hasta Grecia desde Estambul. Encerrados en camiones fueron transportados a Esmirna, donde permanecieron unos días. Luego, otra vez en camiones, hasta una playa donde les embarcaron en una barcaza que no aguantó la primera tormenta. Desde el hospital, uno de los inmigrantes rescatados afirmó que "los organizadores eran dos turcos". UN DÍA NADANDO Tras permanecer casi un día en el mar, dos inmigrantes de origen palestino lograron llegar a nado a la costa turca y dar la alarma la noche del domingo. Los guardacostas consiguieron rescatar a otras cinco personas que hubieron de ser hospitalizadas. El prefecto Güldibi prometió continuar la búsqueda hasta rescatar el último cuerpo e investigar hasta detener a los traficantes de inmigrantes. El último accidente de estas características tuvo lugar en el 2003, cuando 62 inmigrantes que intentaban alcanzar la cercana isla de Rodas desde Turquía perecieron ahogados. Periódicamente se producen detenciones en las fronteras turcas de inmigrantes que intentan por todos los medios entrar o salir del país de forma irregular y ayer mismo fueron arrestadas 77 personas de origen asiático que intentaban cruzar sin papeles la frontera terrestre entre Grecia y Turquía.

La triste y corriente historia de la violencia machista

---------- Postrada por dos disparos (El Periódico 9/12/07) ----------
ANDRÉS MOURENZA ESTAMBUL
Marie y Emine tienen mucho en común pese a proceder de dos países distintos. Ambas son víctimas de la violencia machista y, en ambos casos, el Estado las dejó desprotegidas. Marie, que vivía en Mallorca, fue asesinada por su exmarido durante un permiso carcelario. Entró en su casa por el tejado y la mató a puñaladas. Emine, en Turquía, tuvo algo más de suerte que Marie: el disparo con el que su marido pretendió matarla solo la dejó paralítica. "No hay diferencias: me ha ocurrido a mí, que soy una mujer de pueblo, pero a otras que van a la universidad también les sucede lo mismo", dice en la humilde casa en la que vive, sola desde hace seis años, gracias a la ayuda de diversas organizaciones caritativas y de derechos humanos. Emine es una mujer que te puede hacer reír con sus bromas, llorar con su historia y sorprenderte por la tremenda energía que encierra. "Se ponía nervioso" Emine se casó a los 20 años con su marido "por amor". "Pero en seguida comenzó a pegarme; no era porque no hiciera la comida o no limpiase; se ponía nervioso con alguien y lo pagaba conmigo", recuerda. La mujer aguantó los malos tratos durante 10 años antes de divorciarse. Solo quedaban 15 días para la conclusión del juicio en el que Emine había reclamado el dinero suficiente para ocuparse de los niños, y todo se desarrollaba a la perfección. Un día volvía a su casa con sus tres hijos y en la calle les alcanzó el coche del marido. Los niños se metieron en el automóvil y ella, confiada, iba a hacer lo mismo cuando dos disparos surgieron del auto: uno le pasó cerca de los ojos; el otro le atravesó el pecho, dañándole los pulmones y la columna vertebral. "Caí al suelo y allí me quedé. Creía que iba a morirme". Entonces comenzó la tragedia. Emine pasó un año en el hospital de Trebisonda. Su marido, solo un mes y medio en la cárcel. Porque sin poder moverse y sin nadie que la cuidase a ella y a los niños, decidió retirar la denuncia contra su agresor y este salió de prisión. En un juicio posterior, el marido fue condenado a pagar todos los gastos de Emine, incluidas las curas, pero nunca se ha hecho cargo de ello. Por falta de tratamiento médico adecuado, Emine perdió la movilidad de las piernas y parcialmente de un brazo. Sus hijos fueron enviados a la familia del marido en la provincia norteña de Giresun y crecieron educados en el odio a su madre. Uno de ellos murió sin que nadie la avisara. Emine languidecía en Estambul. "A veces lloro, pero entonces me duele la cabeza y me pongo peor. Entonces me digo, ¿qué haces Emine? Si no hay nadie que te vaya a llevar al médico. Otra veces me río de mí misma", explica. Pero Emine es mucho más: grita airada cada vez que explica un nuevo caso de violencia contra las mujeres. "Si vuestro marido os pega, incluso si os dice cualquier cosa- venid a mí", les dice a las amigas que hacen calceta junto a su cama. Emine también se sorprende al oír la cifra de 70 mujeres asesinadas en España en lo que va de año. "Entonces tenéis más violencia que aquí". "Bueno, aquí muchas muertes se esconden", opina una amiga. A falta de estadísticas fiables, algunos estudios dicen que hasta 842 mujeres murieron en el 2006 a causa de la violencia contra las mujeres. Según algunas encuestas, una de cada tres turcas padece malos tratos. "Si las mujeres que sufrimos violencia nos uniésemos- Pero tienen miedo. Yo también tenía miedo, pero no hay que tenerlo", sentencia. Todos son "culpables" En otra parte de Estambul, en el centro cultural Garajistambul, se estrenó la obra de teatro turca I am breaking the game (Estoy rompiendo el juego), coincidiendo con el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. "La violencia contra las mujeres no se limita a los crímenes de honor. No solo el asesino es el culpable. Tanto los hombres como las mujeres son culpables. Todos lo somos", dice. La obra examina los diversos modos de violencia contra las mujeres: un matrimonio forzoso, una violación dentro de una familia, sí, pero también el hecho de tener que comportarse como una dama, la moda, la mujer reducida a ama de casa por el bien de la carrera profesional de su marido, la joven que tiene que ser guapa. Sobre los deleznables crímenes de honor (namus cinayeti), la obra ofrece una interesante reflexión. Namus, honor en turco, procede del griego Namos (soberanía, poder) "una palabra masculina". "¿Es el honor algo que solo pertenece a los hombres?" se pregunta la obra. Emine, Marie y todas las víctimas de la violencia machista son víctimas de una misma, triste y corriente ideología patriarcal aún extendida, del mismo sentimiento de dominación machista. Porque en el fondo, ¿no están todos los crímenes contra las mujeres basados en el mismo sentimiento de posesión desde que, en los tres libros sagrados, Eva fue creada a partir de la costilla de Adán?