27 abril 2010

Testimonio de una de las últimas supervivientes del "Genocidio Armenio" (El Periódico)

ANDRÉS MOURENZA
EREVÁN / ENVIADO ESPECIAL
El carro se detuvo al llegar al desfiladero. Los soldados turcos disparaban desde una colina y los armenios que escapaban a toda prisa de Kars (en el noreste de la actual Turquía) habían abandonado los vehículos en medio del camino y corrían, monte a través y presas del pánico, para alcanzar el puente sobre el río Akhurian. Al otro lado estaba Armenia, su salvación.
Yelena Abrahamian, de 7 años, viajaba en el carromato con las mujeres de la familia, sus hermanos y sus primos. «¡Qué bella era Kars!». La ciudad se hallaba desde 1878 bajo control ruso, lo que permitió a los armenios que allí habitaban escapar a las deportaciones ordenadas por el Gobierno otomano desde 1915. Pero ese abril de 1918 los turcos habían regresado para recuperar lo que consideraban que era suyo. El señor Abrahamian, profesor de matemáticas en la escuela de Kars, marchó a combatir junto a la milicia armenia, dejando a sus hijos al cuidado de la abuela. «Recuerdo que mi familia siempre lo tenía todo preparado para huir».
Dada por muerta
La pequeña armenia fijó su mirada en una pareja: un padre y un hijo que corrían mientras las balas levantaban pedazos de tierra a su alrededor. Una de las balas alcanzó al niño y este cayó a tierra con un grito que, para Yelena, parecía contener todo el dolor que padecían los armenios. Se desmayó.
Cuando recobró la conciencia su familia había desaparecido dándola por muerta. Junto a ella yacía su prima con las piernas destrozadas. «Estuve hablando con ella un buen rato hasta que me di cuenta de que no contestaba. Había muerto, pero para mí era impensable, ella solo tenía 4 años». Yelena bajó del carro y se unió a la multitud que huía. Llovía. Las balas seguían cayendo alrededor.
Alcanzó el puente de madera. Era tan estrecho que, ante ella, un hombre cayó al río, cuyas aguas de primavera arrastraban cadáveres, vestidos y objetos que habían sido arrojados al río por los soldados turcos. Yelena pensaba que también caería al río pero, de repente, un hombre bondadoso la cogió en brazos y la transportó a la otra orilla. «¿Cómo pudo soportar el puente el peso de todos nosotros sin romperse? Dios nos ayudó». A salvo de los disparos, la niña logró reencontrarse con los que quedaban de su familia: su tía y su abuela, quien, con una herida en la cabeza, sostenía a uno de los nietos en brazos.
«Todavía hoy me pregunto cómo los turcos pudieron disparar contra tanta gente inocente», explica Yelena en su casa de Ereván, un soviético inmueble de piedra de la década de 1920. En su salón, decorado con viejos muebles y tapices, cuelgan varios cuadros pintados por ella. Paisajes y marinas de colores alegres, ale- jados del dolor de aquellos días en los que huyó de Kars. A sus 99 años, Yelena Abrahamian es uno de los últimos testigos vivos de la gran tragedia armenia.
Foto: Álvaro Deprit

26 abril 2010

Baño junto a la ciudad fantasma (El Periódico)

Andrés Mourenza

Dave, ciudadano británico, solía pasear por esta playa en la década de 1960. «¡Qué gratos recuerdos!», afirma en un comentario junto a una foto, repleta de bañistas y coloridas sombrillas, publicada en una web que se dedica a recordar los buenos tiempos de Varosha. Entonces era el barrio turístico de Famagusta, donde crecían por doquier los hoteles para los primeros visitantes cuando Chipre se convirtió en un destino del turismo de masas.

Por desgracia, los soldados turcos tomaron Famagusta durante la invasión de 1974, organizada en respuesta a un golpe de Estado orquestado por Grecia días antes. Los turcos pensaron que el capturado corazón del turismo grecochipriota sería una buena carta para negociar.

Los años pasaron sin que las partes hayan conseguido un acuerdo para acabar con la división de Chipre y Varosha se convirtió poco a poco en una ciudad fantasma. Vallas oxidadas con carteles que prohíben el paso en varios idiomas rodean el antiguo distrito turístico. Solo está permitido fisgar a través de los huecos y, aun así, la imagen que aparece ante los ojos es la de un cataclismo nuclear: la vegetación ha tomado las calles, los letreros se balancean herrumbrosos y trozos de cemento cuelgan desde los edificios que una vez albergaron a cientos de turistas.

Sus únicos habitantes son pequeños roedores, soldados turcos y algunas familias de oficiales del Ejército de ocupación. Para los reclutas llegados de Turquía, a quienes siempre pueden enviar al peligroso sureste a luchar contra el grupo armado kurdo PKK, hacer el servicio militar en Chipre es como unas pequeñas vacaciones.

Los refugiados grecochipriotas que huyeron de Famagusta han rehecho sus vidas en el sur de Chipre, pero los más mayores son incapaces de olvidar los hogares que dejaron atrás. «Mis hijos me preguntan por qué me empeño en volver una y otra vez a Famagusta. Los jóvenes de ahora no lo entienden, pero esa es mi verdadera casa. Mis padres, por ejemplo, no aceptarán nunca que les entierren en otro lugar que no sea Famagusta», relata Eleonora, una funcionaria de Nicosia.

George, que regenta una fonda en la cercana base militar británica de Dekelia, también procede de Famagusta. Hasta 1974 tocaba el buzuki en una banda de música en la que era el único grecochipriota, el resto eran turcochipriotas. «Antes del problema –como llama él a la guerra de 1974– tocábamos en los pueblos y luego nos íbamos todos a dormir a casa de mi amigo Mehmet. Por la mañana me despertaba su madre con un beso en la mejilla». En su antigua casa de Famagusta viven ahora los colonos enviados por Turquía tras la invasión. «Gitanos de Anatolia que tienen 13 hijos, bárbaros», dice con una mueca de asco.

La población local y los escasos turistas que se acercan a Famagusta –que ha pasado de ser una ciudad de diversión a una aburrida localidad provinciana– se bañan, a pesar de todo, en Palm Beach. A sus espaldas los edificios andrajosos esperan a sus antiguos dueños. «No tengo problema con los turcochipriotas, son buena gente –dice George–. El problema no es la gente, sino los políticos».

El freno al acercamiento entre Turquía y Armenia marca la conmemoración (El Peródico)

«¡Que les jodan a los turcos!», gritan unos jóvenes con antorchas en una de las marchas que recuerdan, como cada 24 de abril, el inicio de las deportaciones ordenadas por el Imperio otomano en 1915, en las que murieron un millón de armenios. Este año, la conmemoración del genocidio –que los turcos niegan– ha llegado en un momento en que Armenia ha congelado temporalmente el proceso de acercamiento a Turquía, lo que ha sido bien acogido por los nacionalistas de ambas partes.
«Estamos contentos con la decisión», comenta Sarkis Bedoyan, miembro de la Diáspora Armenia en Francia, que cada año presenta sus respetos a las víctimas del genocidio en Ereván. La Diáspora rechaza el compromiso con Turquía, ya que reúne a los descendientes de las víctimas. «Sabemos que los habitantes de Armenia necesitan oxígeno, que se abra la frontera turca y poder comerciar con sus vecinos, así que no debemos imponer nuestra voluntad», dice sin embargo Bedoyan.

23 abril 2010

Pyla, la aldea común de Chipre (El Periódico)

ANDRÉS MOURENZA
PYLA / ENVIADO ESPECIAL

Es tarde de domingo y en el café griego de Pyla casi todas las conversaciones giran en torno a la victoria del Omonia ante el APOEL en el derbi del fútbol chipriota. Al Omonia, cuyo nombre significa unidad en griego, lo apoyan los comunistas –greco y turcochipriotas–; al APOEL, acrónimo de Athletic Club de Fútbol de los Griegos de Nicosia, la derecha y los nacionalistas. Aún es pronto, el partido acaba de terminar, y a Pyla no ha llegado todavía la noticia de que los dos únicos turcochipriotas que se han aventurado a asistir al partido han sido apaleados por una turbamulta de 200 seguidores del APOEL y solo han escapado de la muerte gracias a la intervención de la policía.

Una crónica sobre Pyla podría comenzar como una parodia de las historietas de Astérix: Todo Chipre está dividido entre turcos, al norte, y griegos, al sur... ¿Todo? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles chipriotas resiste todavía y siempre al nacionalismo y la división. Pyla es un pequeño pueblo que, por azares del destino, quedó situado dentro de la buffer zone o zona tapón, conocida popularmente como Línea Verde, establecida por la ONU tras la invasión turca de 1974 para separar a las dos comunidades enfrentadas. Y en él han seguido conviviendo turcos y griegos de Chipre.

De hecho, las discusiones entre los seguidores de los dos politizados equipos de fútbol chipriotas, en Pyla, no pasan de bromas de bar. «A mi padre le encantaba la música turca. Cada vez que pasaba delante del café turco y la escuchaba, su cuerpo le pedía baile», relata el grecochipriota Stasos. «Esto –dice señalando las paredes del café griego, repletas de retratos de patriarcas ortodoxos y héroes de la independencia de Grecia y Chipre–, esto es basura nacionalista». «¡Estás borracho, Stasos!», clama un parroquiano con una cerveza entre las manos. «Fíjate –dice Stasos–, incluso el mejor amigo de este, que es de derechas y del APOEL, es un turcochipriota».

En el café turco, al otro lado de la acera, los turcochipriotas, a pesar de ser musulmanes, tampoco se privan de beber cerveza, mientras siguen por la televisión el otro derbi, el que se juega en Estambul entre el Fenerbahçe y el Galatasaray. «No hay problemas entre los griegos y los turcos», asegura un turcochipriota: «Es cierto que los viejos de una comunidad y de otra no hablan mucho entre sí, pero los jóvenes van juntos a las discotecas de Agia Napa [una población cercana famosa por sus juergas nocturnas]».

En la plaza del pueblo, frente a ambos cafés –rojo el de los turcos, azul el de los griegos–, se alza la torreta de vigilancia –blanca– de los cascos azules eslovacos, cual árbitro neutral. «Si hay alguna cuestión entre los griegos, actúa la policía grecochipriota. Si se produce entre los turcos, la policía turcochipriota. Y si hay algún problemilla entre turcos y griegos, interviene la policía de la ONU», explica Ibrahim.

«Los turcos tenemos nuestro alcalde, los griegos el suyo; los turcos, la mezquita, y los griegos, la iglesia; los cementerios son diferentes para cada comunidad, y también las escuelas primarias», explica el imán Ahmet. «Vivimos como lo hacía todo Chipre antes de 1974», añade a su lado Mehmet. En la pequeña mezquita de Pyla, durante la oración de la tarde, solo se han reunido el clérigo y otro fiel, pues los turcochipriotas no son muy religiosos.

«Si el problema de Chipre no se soluciona es por culpa de los nacionalistas –arremete Stasos–. ¿Sabes cuál es la solución? Pues dividir la isla en tres partes: una para los nacionalistas turcos, otra para los nacionalistas griegos y la tercera para los que queremos vivir juntos».

Por supuesto que la convivencia en Pyla no es todo lo perfecta que podría ser: existe cierta desconfianza entre las dos comunidades, apenas hay un par de matrimonios mixtos –que además se hubieron de casar en el extranjero– y solo otros tantos negocios comunes, pero por algo se empieza. Quizá, algún día, todo Chipre vuelva a ser como Pyla.

19 abril 2010

Elecciones en Chipre: La victoria de Eroglu pone en peligro las negociaciones de paz

ANDRÉS MOURENZA
NICOSIA

Los habitantes de la República Turca del Norte de Chipre (RTNC, solo reconocida por el Gobierno de Turquía) eligieron ayer como nuevo presidente a Dervis Eroglu, candidato de la derecha nacionalista. Eroglu consiguió el 50,3% de los votos, mientras que su rival izquierdista, el hasta ahora presidente Mehmet Ali Talat, se quedó en el 43%.

El resultado pone en peligro el actual proceso de paz destinado a poner fin a la partición de Chipre que llevan a cabo Talat y el presidente de la República de Chipre, el grecochipriota Dimitris Christofias, desde el 2008. Aunque tras su elección Eroglu dijo que se sentará en la mesa de negociaciones, su formación política, el Partido de Unidad Nacional, siempre ha defendido la existencia de dos estados separados.

La razón de la pérdida de popularidad de Talat ha sido la lentitud y la falta de resultados de las negociaciones, mientras que el apoyo a Eroglu procede de los votos de los colonos enviados por Turquía desde Anatolia. Los colonos temen que, de producirse la reunificación, sean obligados a volver a su tierra de origen.

UNA CONFEDERACIÓN / Eroglu propugna que Chipre se convierta en una confederación al estilo de la antigua Checoslovaquia, en lugar del modelo federal que se ha negociado hasta ahora. «(El nuevo presidente turcochipriota) debe atenerse a los principios apoyados por la comunidad internacional, esto es, un estado bicomunal con una sola personalidad jurídica internacional y una sola soberanía», dice el portavoz de la ONU en Chipre, José Díaz. Por ello, la parte grecochipriota podría abandonar las negociaciones alegando que los turcos han cambiado las reglas.

El ministro de Exteriores turco, Ahmet Davutoglu, afirmó antes de las elecciones que Ankara trabajará por la solución con el que resultase electo. Sin embargo, está claro que Turquía teme que el proceso de reunificación descarrile, ya que la carta de Chipre ha sido utilizada en muchas ocasiones por los países contrarios a la adhesión de Turquía a la UE como justificación de su oposición.

Con todo, según diversos analistas, el Gobierno turco podría presionar a Eroglu para que acepte la solución pactada por su predecesor. Después de todo, Turquía es quien paga la existencia de la RTNC.

18 abril 2010

La papeleta de la unificación (los turcochipriotas acuden a las urnas)

ANDRÉS MOURENZA
NICOSIA
Si Andreas y Günes, dos agricultores del agreste extremo occidental de Chipre, desean verse para hablar del campo o de la familia deben dar un rodeo de más de cuatro horas, a pesar de que sus pueblos, Kato Pyrgos y Yesilirmak, se encuentran apenas a siete kilómetros de distancia. El problema es que el primero se halla en el lado grecochipriota y el segundo, en el turcochipriota. Les separa la Línea Verde, una zona tapón protegida por la Fuerza de Paz de la ONU en Chipre (UNFICYP).
El pasado 29 de marzo se iniciaron las obras para la construcción de un puesto de control que permitirá que gente como Andreas y Günes se reencuentren. La apertura de este paso –el séptimo desde que se permitió por primera vez a los chipriotas cruzar al otro lado en el 2003– se ha producido gracias a la sintonía entre los gobernantes de la República de Chipre, el grecochipriota Dimitris Christofias, y el de la República Turca del Norte de Chipre (RTNC), Mehmet Ali Talat, ambos izquierdistas y favorables a la reunificación.
De hecho, los dos líderes negocian desde el 2008 poner fin a la división de la isla, que data de 1974, cuando Turquía invadió el tercio norte de Chipre en respuesta a un golpe de estado patrocinado por Grecia.
«Hasta ahora ha habido 70 reu-niones entre los dos líderes. Se han centrado en la cuestión de gobierno y reparto de poderes, que es la madre de todos los problemas. Hay una gran convergencia», explica Ahmet Sözen, un profesor turcochipriota implicado en las negociaciones. Sözen subraya además el hecho de que los actuales gobiernos de Turquía y Grecia –dos países que según la Constitución de Chipre actúan de garantes de la isla– son también favorables a la reunificación.
Sin embargo, esta sinergia podría desaparecer hoy. La RTNC (solo reconocida internacionalmente por Ankara) celebra elecciones presidenciales y las encuestas dan la victoria al nacionalista Dervis Eroglu. Los turcochipriotas podrían volcar sus votos en la derecha, decepcionados por el resultado del referendo de reunificación del 2004 –en el que ellos dieron un mayoritario pero los grecochipriotas se opusieron– y por la lentitud de las presentes negociaciones.
«Se trata de un proceso lento por su propia naturaleza y no puede ser de otra manera, pero está siendo productivo. El hecho de que las dos partes sigan negociando a pesar de las enormes dificultades del proceso y de la resistencia dentro de las propias comunidades, demuestra que (Christofias y Talat) están comprometidos en encontrar una solución», añade el portavoz de la ONU en Chipre, José Díaz.
Los sondeos indican que Eroglu aventaja en 10 puntos al actual presidente, aunque debido a una reciente escisión en su partido los expertos rebajan la diferencia a solo 2, lo que podría forzar una segunda vuelta. «Si mi oponente gana, las negociaciones terminarán y encima la responsabilidad recaerá en los turcochipriotas», opina Talat. Su rival se negó a hablar con EL PERIÓDICO.
«Las encuestas muestran que la mayoría de los chipriotas no creen que se vaya a alcanzar una solución, ya que las primeras negociaciones empezaron en 1968. Sin embargo, al preguntarles si quieren una solución, la mayoría responde que sí. Hay deseo, pero no esperanza», analiza el profesor Sözen.

En la apertura del último puesto de control, el campesino Andreas se aproximó a los dos presidentes de la isla y les espetó: «Este nuevo check-point es un gran paso. Pero queremos que negociéis la paz definitiva de buena fe para poder movernos en nuestro país libremente. No nos gustan los puestos de control». «A nosotros tampoco», replicaron.

Entrevista al presidente de la República de Chipre, Dmitris Chistofias: «Los chipriotas debemos poner fin a la tragedia de la partición»

ANDRÉS MOURENZA
NICOSIA / ENVIADO ESPECIAL

El presidente de la República de Chipre, Dimitris Christofias, recibe a EL PERIÓDICO en el Palacio Presidencial a las afueras de Nicosia --donde quedan signos de los combates de la guerra de 1974 que provocó la división de la isla en una mitad griega y otra turca-- para valorar las negociaciones de reunificación emprendidas con su colega turcochipriota Mehmet Ali Talat.

–¿En que punto se encuentra el proceso de reunificación?

–Hay avances. Hemos acordado que Chipre será un país federal, aunque hay diferentes perspectivas respecto al modo y la proporción en que participará cada comunidad en el Gobierno. Tenemos que tocar aún otros temas en los que hemos detectado que hay mayores diferencias. Miramos hacia adelante. Necesitamos un país unido. Chipre es muy pequeño para estar dividido permanentemente.

–¿Está dispuestos los grecochipriotas a ceder poder a los turcochipriotas?

–Debemos hacerlo. Los grecochipriotas son el 80%, pero deben entender que compartirán el poder con los turcochipriotas y, viceversa, los turcochipriotas deben entender que no habrá igualdad numérica en los órganos de decisión porque los grecochipriotas son mayoría. Los chipriotas debemos poner fin a la tragedia de la división.

–Entonces, ¿se arrepiente de haber pedido el no en el referendo de reunificación del 2004?

–Mi partido tomó la decisión correcta. El plan Annan venía de fuera y el origen de todas nuestras tragedias son las interferencias externas en los asuntos internos de Chipre. Por eso fracasó. He pedido al actual secretario general de la ONU que estas negociaciones sean dirigidas por los chipriotas, sin injerencias.

–La presidencia española de la UE ha tratado de juntar a las dos partes en conflicto, Turquía, Grecia, la presidencia de la UE y una representación de la ONU. Pero esta iniciativa ha fracasado por la oposición grecochipriota.

La República de Chipre no está en contra de una conferencia internacional, pero debería incluir a también a todos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad y a la República de Chipre como una entidad más, además de los líderes de las dos comunidades. El primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan se niega a entrevistarse conmigo. Soy el presidente legítimo de Chipre, miembro de la UE, reconocido así por toda la humanidad, pero Turquía no me reconoce.

–¿Es el actual Gobierno turco un obstáculo o un aliado?

–Creo que Erdogan y su partido quieren una solución para el problema de Chipre porque desean modernizar Turquía y una Turquía moderna no puede continuar ocupando parte de territorio europeo. Pero nosotros insistimos en que Chipre es un estado independiente, que no deben dirigir los extranjeros, aunque luego tengamos relaciones cercanas con Turquía y Grecia. Queremos que Turquía se integre en la UE cumpliendo sus obligaciones: el reconocimiento de la República de Chipre y la apertura de puertos y aeropuertos turcos a las naves chipriotas.

–¿Qué ocurrirá si en las presidenciales turcochipriotas del domingo no gana el actual presidente Talat?

–Nosotros deseamos continuar las negociaciones con Talat, porque está comprometido con la solución. Si gana su contrincante, el nacionalista Dervis Eroglu, tendremos problemas. Con Talat ya hemos acordado que la solución se basará en un estado federal, de soberanía indivisible, una sola ciudadanía y una personalidad internacional única. Por desgracia, Eroglu sigue una política a favor de dos estados.

Crónica desde Nicosia: La radio, esa brecha en la Línea Verde

Andrés Mourenza

La industria textil de Chipre podría sobrevivir con la simple confección de banderas. En la isla de Afrodita están por todas partes y por cuadruplicado. A un lado de cada checkpoint aparecen por un lado las divisas de la República de Chipre --la silueta de la isla sobre fondo blanco-- y la de su madre patria, Grecia, azul y blanca. Por el otro, las de la llamada República Turca del Norte de Chipre y la de su protector, Turquía. Ambas muy similares, solo que con los colores rojo y blanco intercambiados.

Son el símbolo perenne de la división de Chipre. Pero han pasado tantos años desde aquel verano de 1974 en el que turcochipriotas y grecochipriotas se mataron sin piedad bajo un sol de justicia que a pesar del conflicto, las banderas, los sacos terreros, los búnkeres abandonados y los soldados, la gente ha terminado por acostumbrarse y estos elementos parecen ahora de cartón piedra.

La apertura en el 2008 de un paso fronterizo en la concurrida avenida Ledra, en el centro mismo de Nicosia, ha supuesto un aumento del intercambio de los contactos. Cada festivo, los grecochipriotas hacen colas para cruzar al norte turco, más barato, y hacer compras. Mientras, los turcochipriotas pasan al otro lado para disfrutar de un café frappé en las terrazas griegas.

La superación de las suspicacias entre ambos bandos se debe en gran parte al trabajo realizado por los grupos pacifistas en la calle y los medios de comunicación. En los últimos años, se han creado diarios mixtos y a ambos lados de la Línea Verde han surgido programas y emisoras de radio que intentan mostrar a sus conciudadanos que hay otra visión del conflicto diferente a la que se enseña en los libros de texto. El paradigma de estos nuevos medios independientes es Radio Mayis que, bajo la dirección del avezado periodista Hasán Kahvecioglu, ha reunido a un grupo de colaboradores –muchos de ellos jóvenes– que lanzan su voz a las ondas desde un modesto piso situado en el norte de Nicosia. Fueron puntal de la pequeña revolución democrática que acabó con el oscuro Gobierno de Rauf Denktas en la parte turca entre el 2004 y el 2005 y abrió de nuevo la esperanza de la reunificación. Ahora, con sus programas bilingües, intentan llegar también a los greochipriotas.

Kemal es una de esas personas que no se pierde los programas de Radio Mayis. Es un tipo de izquierda, un sindicalista. Lo lleva escrito. No solo en su bigote --que entre los turcos dice mucho-- amplio, gris e irregular sobre la comisura de los labios o en su mirada clara y sonrisa bondadosa, libre de los prejuicios nacionalistas, sino también en su vestimenta: chaqueta desgastada sobre un fino jersey de punto y una camisa clara, sin pretensiones. Traje de trabajador, tez morena de campesino.

Ser de izquierda tiene cierta importancia en la isla, pues las únicas asociaciones que agrupaban a los turcos y a los griegos antes de la división eran los sindicatos y el Partido Comunista. Aunque de esas cosas ya solo se acuerdan los viejos. «Este país es desesperante, dice Kemal, «Tenemos la solución tan cerca pero nunca llegamos a ella”. Calla y sigue conduciendo por las rondas de Nicosia, mientras atardece.

08 abril 2010

"Welcome to Kurdistan!" Bienvenidos al Irak rico

Tras las elecciones iraquíes del pasado marzo, los políticos kurdos se han convertido nuevamente en una de las llaves del poder al ser indispensables para pactar con alguno de los ganadores: Alaui o Al Maliki. Este reportaje -aparecido hace unas semanas en el suplemento Cuaderno del Domingo de El Periódico de Catalunya y en otros diarios del Grupo ZETA- analiza la situación en el Kurdistán iraquí.Andrés Mourenza

Erbil (Irak)

“Welcome to Kurdistan”, da la bienvenida el anuncio publicitario de una compañía de telefonía móvil en el aeropuerto de Erbil, la capital de la región autónoma del Kurdistán iraquí. Dos helicópteros de combate se recortan en la luz suave del atardecer mientras el taxi esquiva a toda velocidad los bloques de hormigón de la carretera que conecta con el aeródromo, pero el paisaje cambia apenas lo dejamos atrás: grandes centros de convenciones, urbanizaciones y hoteles se levantan en las afueras de la ciudad en nuevas y amplias avenidas.

Siete años después de la invasión estadounidense, mientras el Irak de la posguerra se haya sumido en los enfrentamientos étnicos y religiosos, los kurdos del norte del país han aprovechado para construir su propio y próspero estado, que funciona de forma semi-autónoma. Durante la década de 1990, los kurdos consiguieron cierta autonomía pero la guerra civil entre las dos principales facciones kurdas -el Partido Democrático del Kurdistán (PDK) y la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK)- , unido al embargo de Saddam Hussein a los kurdos, sumió a la región en la pobreza. Sin embargo, el apoyo a las tropas de EEUU en la guerra de 2003 permitió a los líderes kurdos ganar influencia en el gobierno de Bagdad -no en vano, el presidente iraquí es el kurdo Yalal Talabani- y presionar para que la Constitución redactada tras la contienda estableciese un modelo territorial federal, lo que ha permitido el florecimiento económico de la región kurda.

“¡Ha sido todo tan rápido!”, explica un habitante de Erbil mientras toma un refresco en la terraza de su chalet: “Se ha pasado de la violencia extrema a la paz. En 1992, cuando regrese al Kurdistán, en los restaurantes te pedían que dejases las armas en la puerta y ahora, en cambio, los jóvenes crecen sin violencia”. De hecho, el Kurdistán iraquí recibe varios millones de turistas al año -sobre todo del Golfo Pérsico-, además de ser el lugar al que se retiran a descansar los soldados y políticos cansados del problemático Bagdad.

“Desde marzo de 2003 ningún soldado de la Coalición ha muerto y ningún extranjero ha sido secuestrado en las áreas administradas por el Gobierno Regional del Kurdistán (GRK). Con la cooperación de la población, las fuerzas de seguridad de la Región del Kurdistán han mantenido esta zona estable y a salvo”. Éste es uno de los lemas con los que el Gobierno kurdo recibe a los hombres de negocios. Al Kurdistán iraquí le llueven las inversiones, especialmente de la vecina Turquía, Líbano, EEUU y China. Austrian Airlines y otras aerolíneas europeas tienen vuelos regulares al Kurdistán y los principales países de Europa han abierto consulados en Erbil.

Sin embargo, algunos grupos -como el recién creado Goran, que se convirtió en la principal fuerza de oposición en las pasadas elecciones de julio- acusan al gobierno de coalición del PDK, dirigido por el presidente kurdo, Masud Barzani, y la UPK, de Yalal Talabani, de repartirse el pastel entre ellos solos. En la carretera que une Erbil con Suleymaniye, las dos principales ciudades del Kurdistán, es posible advertir cómo llegado a un punto los uniformes de los peshmerga (soldados kurdos) cambian completamente: la primera ciudad es el feudo del Partido Democrático; la segunda, de la Unión Patriótica, y cada uno mantiene sus propias fuerzas de defensa. La división llega incluso a la telefonía móvil: el accionariado de la compañía Korek es mayoritariamente del PDK, mientras que su rival, Asiacell, pertenece a la UPK.

Pero el mayor problema de la región son los territorios que se disputan el Gobierno Regional Kurdo y el gobierno central de Bagdad. Oficialmente, el Kurdistán iraquí está sólo formado por las provincias de Dohuk, Erbil y Suleymaniya, pero el GRK reclama parte de las provincias vecinas, lo que ha producido constantes tensiones en el parlamento iraquí y choques violentos en las zonas disputadas. Los principales conflictos se están produciendo en torno a Kirkuk, una rica ciudad petrolífera de gran importancia simbólica para los kurdos, pero que también reclaman árabes y turcomanos. Masud Barzani ha amenazado en varias ocasiones al primer ministro iraquí, el chií Nuri Al Maliki, con declarar la independencia del Kurdistán sino se convoca un referéndum de autodeterminación en Kirkuk, algo que los árabes ven con recelo. La ciudad es un dédalo de callejuelas a cada cual más fortificada, que vigilan peshmerga kurdos bien armados o grupos de seguridad privada árabes, mientras hombres y mujeres abarrotan los mercados rezando por que ese día no haya atentados.

En 2008, el gobierno central desplegó en Kirkuk la 12ª División del ejército iraquí, con unos 9.500 soldados a lo que los kurdos respondieron desplegando otros 3.000 peshmerga. EEUU mandó entonces a sus propias tropas para calmar los ánimos. Desde este punto de vista, es comprensible lo reacio que son los políticos kurdos a la retirada estadounidense de Irak, prometida por Barack Obama para finales de 2011. “Creemos que aún es pronto para que se vayan. Los recientes ataques terroristas demuestran que la seguridad en Irak no es tan buena como se dice”, opina el presidente del parlamento kurdo, Kemal Kirkuki. Según los miembros de la resistencia anti-estadounidense, lo que de verdad temen los políticos es que, sin el apoyo estadounidense, caiga el gobierno de Bagdad. “Porque su control no va más allá de la Zona Verde de Bagdad, el resto de Irak lo dominan los clanes y las milicias”, denuncia una persona cercana al clérigo chií Muqtada Al Sadr, cuyo Ejército del Mahdi ha puesto en jaque a las fuerzas de ocupación.

“Los problemas que tenemos en Irak ahora se derivan de pasar de una dictadura centralista a una democracia descentralizada. Los actos terroristas, la presión a los cristianos y los ataques en Bagdad tienen todos el mismo objetivo: detener el proceso político que se está viviendo y facilitar un golpe de estado”, se queja Sadi Ahmed Pide, responsable de relaciones exteriores de la UPK. Pide achaca estas actividades a grupos dirigidos por países vecinos o por la minoría árabe suní, privilegiada durante la época de Saddam Hussein y cuyo poder ha sido adquirido por kurdos y árabes chiíes, los parias del anterior régimen.

“La mayoría de los kurdos es favorable a la independencia porque es una demanda histórica, pero lo primero que quiere la gente es tener una vida mejor y democracia y, si es así, no les importa permanecer en Irak, porque el Kurdistán ya es casi independiente de facto”, explica la periodista Chimen Saleh. La estrategia kurda pasa formar un estado propio viable y permanecer en Irak, aunque preparados para declarar la independencia en caso de que la estabilidad iraquí se venga abajo. En un eventual combate contra el ejército iraquí, los peshmerga, más experimentados, conseguirían la victoria fácilmente, pero un Kurdistán independiente difícilmente podría sobrevivir ya que ningún estado de la zona lo apoyaría, con la probable excepción de Israel. “Si preguntas a tu alrededor, la gente dirá que quiere la independencia, -reitera con una sonrisa un representante del gobierno kurdo-, pero como políticos sabemos cuál es nuestra realidad”.

02 abril 2010

Diario de viaje 1: Musulmanes

"En el mismo comienzo del Génesis está
escrito que Dios creó al hombre para
confiarle el dominio sobre los pájaros, los
peces y los animales. Claro que el Génesis
fue escrito por un hombre y no por un caballo"
-Milan Kundera, La insoportable levedad del ser-
--------------------------------------------------
Vuelo TK1953. Estambul-Amsterdam.
Me ha tocado el asiento E -de En medio- en la fila de las salidas de emergencia, que en el top-10 de los malos puestos para viajar en un avión debe de ser el peor, porque el azafato de la Turkish Airlines me ha pedido perdón al entregarme el billete.
A mi izquierda, un gordote turco -emigrante de segunda generación en Holanda, supongo- estornuda dentro de su chándal azul celeste, lo cual agradezco pues siendo él un tipo de talla XXL, su catarro estornudad sin protección podría haber supuesto una ducha para la mitad del pasaje. No obstante, al cabo de unos 10 ó 15 estornudos, el que el hombre siga con la sudadera hasta por encima de la nariz comienza a darme un poco de asco.
El hombre, ya lo he dicho, es bastante obeso y ocupa parte y media del asiento, lo que me fuerza a escorarme hacia la derecha, donde la otra persona entre las que me encuentro emparedado me ofrece caramelos de menta fuerte que acepto desoyendo esos consejos de infancia (y de los medios de comunicación de las naciones llamadas desarrolladas) de no aceptar dádivas de extraños. Podría estar planeando envenenarme y secuestrarme en mitad del vuelo pero, oye, están buenos los caramelos.
La que me los ofrece es una mujer holandesa de unos 50 años que viste como una joven de 25: zapatillas de trekking, pantalones ceñidos, sudadera de mujer alternativa. Oculta sus ojos saltones tras unas gafas redondas, de diseño retro.
En el avión también viaja un equipo entero de simpáticas señoronas turcas con forma de huevo Kinder, cubiertas todas por el pañuelo blanco de los puros y, a la espalda, un saquito de tela naranja con la marca estampada de "Viajes Burak: Peregrinaciones Organizadas a La Meca". Estas mujeres -que entran dentro del grupo que un amigo sevillano definió con mucha gracia como "la' maruja' turca'"- vuelven a Holanda de la peregrinación ritual musulmana, vía Estambul, más contentas que unas castañuelas. Corretean pasillo del avión arriba, pasillo del avión abajo con el paso bamboleante de las que se han pasado años en un hogar holandés preparando platos de la cocina tradicional anatolia y probando un poquito de aquí y un poquito de allá a ver qué tal está de sal. A pesar de sus cuerpos orondos se saltan las filas y se cuelan con la habilidad de un contrabandista. Y no paran de cotorrear. "Hermana Ayse, ¿tienes una aspirina?", "Señora Fatma, ¿qué tal el viaje?", "Doña Emine, esto", "Hermana Ebru, lo otro". A toda mujer le divierte salir de viaje sin su marido.
Mientras tanto, mi compañero del chándal y los estornudos pasa las cuentas del tespih, el rosario musulmán, con absoluta pachorra; hasta que, a mitad del vuelo, considera llegado el momento de sacarse del bolsillo una botellita de whisky, pedir un vaso de Coca-Cola y prepararse un cubata sin dejar de acariciar el rosario. A partir de entonces, cada vez que el contenido de su vaso se reduce a la cantidad de un dedo y pasa por delante una azafata, pide un nuevo whisky y otra Coca-Cola. "Por supuesto, cortesía de Turkish Airlines".
Comenzamos a atravesar el cielo gris de los Países Bajos. Allá abajo se percibe un paisaje típico de los cuadros de Van de Velde. Canales oscuros, cielo invernal, ordenada vegetación. El turco del chándal comienza a temblar ligeramente, de acuerdo con las vibraciones del aparato, por lo que se termina el whisky de un trago.
La holandesa de mi derecha, en cambio, extiende las palmas hacia arriba, al modo en que rezan los musulmanes, y empieza a murmurar lo que parece una oración. Mira el exterior a través de la ventanilla y, de repente, vuelve sus ojos saltones hacia el compañero del chándal, mira hacia el paisaje, y vuelve otra vez al turco, como inquiriendo por qué no reza también él. Y el turco, con la mirada embotada por el whisky, parece decirle "¡Y a mí qué me cuentas!".
Aterrizamos en la pista del aeropuerto Schipol con el avión haciendo trompos sobre las ruedas; el del chándal que parece que se le vaya a salir el whisky por la boca del susto y la mujer holandesa que reza a lo musulmán intentando agarrarle una mano, por encima mío, para tranquilizarle con su postura espiritual.
Frena el avión. La holandesa se vuelve hacia mí y me suelta, en un neerlandés perfecto, que yo por supuesto no entiendo: "Bienvenido a Amsterdam". Amén.