31 julio 2009

El éxito de la celda Nº 5 (El Periódico

· Un famoso cantante pop de Georgia lleva más de tres meses de encierro voluntario en protesta contra el Gobierno.
Foto: Utsnobi en su particular celda (Álvaro Deprit)
ANDRÉS MOURENZA
TIFLIS

La piel de su cara está ahora demacrada, sus labios apagados, sus ojeras son más profundas de lo que es habitual; habla despacio, como si las palabras solo fuesen empujadas fuera de su boca por un infinito dolor del alma o, más probablemente, a causa del dolor de estómago del que parece aquejado. A Gia Gachechiladze, alias Utsnobi (El Desconocido), uno de los cantantes pop más famosos de Georgia, no le han sentado bien sus más de tres meses de encierro voluntario en una habitación de 15 metros cuadrados de la que solo sale de vez en cuando para ofrecer conciertos o manifestarse contra el Gobierno.

Utsnobi y sus populares canciones se han convertido en bandera de la oposición al presidente georgiano, Mijail Saakashvili; una oposición dispar en la que confluyen desde antiguos compañeros del jefe del Estado a simples buscavidas de la política.

¿Droga o locura congénita?

Sus detractores afirman que el estado de Utsnobi se debe a la droga y a una locura congénita. De lo que no cabe duda es que los métodos de este excéntrico cantante metido en política son un tanto peculiares. Cada noche, la emisora de televisión Maestro TV, conecta con la habitación de Utsnobi en un reality show político llamado Celda N° 5, que ha conseguido un gran éxito de audiencia. En su celda –climatizada, eso sí, y repleta de iconos religiosos y caricaturas del presidente Saakashvili–recibe a personas de la calle que le cuentan sus problemas y critican al Gobierno.

«Georgia es actualmente una prisión, por eso da lo mismo estar encerrado que no estarlo. Y esta celda es el único rincón libre del país, cualquier persona puede venir a opinar libremente sobre lo que está ocurriendo», afirma Utsnobi.

Cambio de orientación

Mientras en la planta baja, los jóvenes periodistas de Maestro TV fuman hasta hacer el ambiente irrespirable y explican orgullosos cómo han convertido lo que era un canal de entretenimiento en una fuente de periodismo crítico, Utsnobi, en su celda situada en el piso de arriba, llena una bolsa con dólares fotocopiados para burlarse de quien acusa a su hermano, Levan Gachechiladze, rico empresario y uno de los principales políticos de la oposición, de estar financiado ilegalmente por Rusia, el país que representa todo lo maligno para el Gobierno de Saakashvili.

«Igual que ocurrió en Europa en los años 30, ahora somos nosotros los que tenemos aquí a un pequeño Hitler. Saakashvili es quien decide todo en Georgia, ha cambiado la Constitución y con su policía controla las calles», se lamenta.

Su negativa opinión sobre la policía no es de extrañar. El pasado mayo, cuando intentó asaltar una comisaría de la policía durante una manifestación, fue apaleado contra un muro de tal manera que le entró tierra en las heridas y sufrió una infección sanguínea. «Cada una de las palabras que salen de la boca de Saakashvili es mentira. Los extranjeros aún no lo han entendido porque el presidente les vende que esto es un país democrático y no es así. Es un régimen totalitario en el que el uno por ciento gobierna y el resto no pinta nada», denuncia.

Otra de las propuestas de Utsnobi ha sido la de construir un muro alrededor del Parlamento para simbolizar el distanciamiento entre los ciudadanos y los diputados. Pero la iniciativa no fructificó, especialmente porque los taxistas están hartos de que la principal vía de la capital, la avenida Rustaveli, lleve dos meses cortada por los opositores a Saakashvili.

La oposición ha instalado varias docenas de celdas frente a la Asamblea Nacional. Pero al caer la noche y terminan los mítines, los dirigentes se van y dejan el cuidado de las celdas a unos cuantos desempleados, a los que pagan un pequeño salario, que pasan la mayor parte del día bebiendo chacha, el aguardiente local, y jugando al dominó.

Utsnobi insiste en que la oposición triunfará y Georgia será, algún día, «verdaderamente libre». Hasta entonces promete quedarse en su pequeña prisión.

28 julio 2009

El líder del PKK, Abdullah Öcalan, presenta un plan de paz (y renuncia a la violencia, al socialismo...) (EFE-ADN)

Andrés Mourenza

El histórico líder del ilegalizado Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), Abdullah Öcalan, ha anunciado desde la cárcel que el 15 de agosto hará pública una iniciativa para una solución diplomática del conflicto kurdo.

"Ya no soy como antes. El pasado ha quedado atrás. El Estado (turco) tampoco podrá ser nunca más el que era", afirma Öcalan en su último mensaje difundido a través de sus abogados desde la isla-prisión de Imrali, donde está recluido en solitario desde su detención en Kenia en 1999.

Según el diario nacionalista "Hürriyet", que tuvo acceso al plan de Öcalan, la "hoja de ruta" consiste en forjar una alianza entre Turquía y los kurdos, cambiar la actual Constitución (redactada por una Junta Militar) y respetar los derechos culturales de la minoría.

"Antes pensaba que el problema se podía resolver en el marco del socialismo real. Pero ya se ha visto cómo han terminado Rusia y el Cáucaso. Y el socialismo chino no hace sino servir a los intereses de EEUU", afirma el líder del PKK. Declarado terrorista por Turquía, la Unión Europea y Estados Unidos, el PKK surgió como un grupo marxista, pero parece haberse alejado de la ideología con el pasar de los años.

Desde el inicio de su lucha armada contra el Estado turco en defensa de los 12 millones de kurdos que se estima que hay en el país euro-asiático han muerto más de 40.000 personas. Su primera acción militar se produjo precisamente el 15 de agosto de 1984, por lo que la iniciativa de Öcalan será presentada en el 25 aniversario del comienzo de esa guerra no declarada. "La confrontación, la violencia y la muerte no son parte de mi lógica, por eso renuncio a ellas -asegura Öcalan ahora-. Mi base es la política democrática y la libertad. Soy un demócrata radical".

Aunque ya no dirija directamente al PKK, Öcalan está considerado el jefe histórico del nacionalismo kurdo en Turquía, por lo muchos esperan de él un llamamiento a que los militantes kurdos depongan sus armas.

Y las cosas parecen moverse en esa dirección, dentro del movimiento kurdo y también en el Estado y Ejército turco. Por primera vez, el Gobierno y el Ejército parecen estar de acuerdo de que el problema kurdo no se puede solucionar de forma militar, sino que se necesitan también medidas sociales, económicas, políticas y culturales.

En un congreso de intelectuales y activistas kurdos, celebrado este fin de semana en la ciudad suroriental de Diyarbakir, se instó al PKK poner fin a los actos de violencia para abrir el camino a un proceso dialogado.

Pero por ahora el gobierno turco no está dispuesto a ceder la iniciativa a Öcalan y sus insinuaciones de que gobiernos anteriores pensaron en un diálogo a través de mediadores extranjeros, concretamente kurdos de la vecina Irak. El ministro de Asuntos Exteriores, Ahmet Davutoglu, señaló la semana pasada que "Turquía producirá una solución por su propia voluntad" y aseveró que "no hay que buscar bases (para la solución) fuera (del país)". De hecho, el ejecutivo del islamista moderado Recep Tayyip Erdogan asegura que trabaja desde hace meses en una propuesta para una solución dialogada, pero apenas ha dado pasos concretos con la excepción de la apertura de un canal estatal en lengua kurda en enero. Por esa razón, según diversos analistas políticos, el ejecutivo de Ankara espera el plan de Öcalan con "incómoda curiosidad".

Aun así, Ankara ha emprendido ciertas mejoras en la situación carcelaria del cabecilla del PKK y en breve otros nueve presos serán trasferidos a Imrali (situada en el Mar de Mármara) donde, hasta ahora, Öcalan cumple en solitario su cadena perpetua. Además, el gobierno turco quiere mejorar la supervisión de Öcalan en la cárcel para demostrar que éste no es torturado, tal y como habían denunciado en el pasado activistas de derechos humanos.

27 julio 2009

La ciudad balneario de Abjasia en ruinas (El Periódico)

Un edificio gubernamental de Sujumi, donde se refugiaron los últimos soldados georgianos en la guerra de 1993. Foto: Álvaro Deprit
Andrés Mourenza
Sujumi, Abjasia (Georgia)
Si Jasón, que ya tuvo que sudar sangre para robar el Vellocino de Oro, volviese hoy a la Cólquida, las seguiría pasando canutas. El héroe griego llegó surcando las aguas del mar Negro al norte del Reino de Cólquida, que se corresponde con la costa georgiana y la actual región separatista de Abjasia. Pero, hoy en día, el moderno Jasón debería abrirse paso a través de un territorio surcado por las heridas de la guerra, plagado de controles militares e incidentes inesperados.
El recorrido desde el último control militar georgiano hasta Sujumi, la capital abjasia, es una sucesión de exuberantes bosques naturales y selvas de edificios destrozados, apenas transitado por los todoterrenos de las organizaciones humanitarias, milicianos que aún no se han desmovilizado y míseros refugiados que cruzan la frontera para comprobar si los otros han dejado algo recuperable en sus antiguos hogares. El camino es una sucesión tal de baches provocados por la desidia, los tanques y las bombas que los coches deben salirse del asfalto para sortear los agujeros y las vacas son las verdaderas reinas de la zona.
Nuestro vehículo se ha parado en un lado de la carretera y el taxista hurga en el motor, que a cada prueba hace un ruido menos tranquilizador. Así se ha convertido en objeto de las miradas de los escasos vehículos que pasan, algunos repletos de hombres barbudos, de mirada fiera, aterradora. Decía Ryszard Kapuscinski, el maestro de periodistas polaco, que un indicio de la guerra, especialmente en el Cáucaso, es que los hombres se dejan crecer la barba. Así que puede tratarse de milicianos o de una partida de bandoleros, que abundan en estos bosques. No hay una línea que separe a unos de otros: tantos años de combate, tanta violencia, desesperación y pobreza han borrado los ideales.
Finalmente aparece Sujumi. Los veraneantes georgianos que la frecuentaban antes de la caída de la Unión Soviética la recuerdan como un idílico lugar de recreo y vacaciones. Luego comenzaron los enfrentamientos, la huida, la destrucción.
Ahora es una ciudad extraña, con antiguos edificios que recuerdan a la Costa Azul, como el Hotel San Remo, de 1914, junto a vacíos casinos conquistados por la hiedra y bloques de indudable factura soviética que se alzan sobre otros en ruinas, la mayoría. En el puerto, los restaurantes que penetran en el mar como palafitos de hormigón han sufrido la guerra y los bombardeos navales más que nadie: ahora están vacíos y ennegrecidos, poblados de fantasmas y recuerdos.
Últimamente, Sujumi se ha convertido en una suerte de Benidorm para los turistas rusos que optan por unas vacaciones menos caras que las de la vecina Sochi (Rusia) y buscan tostarse al sol turbio del mar Negro, escondido entre ligeras brumas, en este clima subtropical, caluroso y húmedo, de vegetación feraz y palmeras en primera línea de playa.
Los rusos se benefician del cambio local, en rublos, y de viejos balnearios –exclusivamente para ellos– de los tiempos en que eran utilizados por los altos cargos comunistas de la URSS. En algunos, aún cuelgan los retratos de Lenin.

26 julio 2009

Turquía, sin malos humos (El Periódico)

ANDRÉS MOURENZA
ESTAMBUL

Cuando, hace dos años, Simone Rosa entró por primera vez en el Gran Bazar y vio la nube de humo que se alzaba sobre el gentío, exclamó: «¡Pues es cierto que esta gente fuma como un turco!» Esta expresión, común en varios países europeos, está a punto de desaparecer con la restrictiva ley antitabaco que entró en vigor hace una semana.

Al Gran Bazar le llegó su hora el pasado año, con la primera fase de la ley –prohibición del tabaco en lugares de trabajo, transportes públicos y centros comerciales– y el pasado domingo le tocó el turno a los bares, restaurantes y cafeterías: a partir de ahora está prohibido fumar en todos estos recintos e incluso en las terrazas bajo ciertos tipos de sombrillas y toldos será imposible hacer uso del tabaco so pena de ser multado con 32 euros los fumadores y entre 260 y 2.600 euros los locales que lo permitan.

Ahorro en sanidad

Y es que el Gobierno turco se ha tomado muy a pecho la eliminación del humo, no solo por el ahorro que supondrá para la sanidad pública (en Turquía mueren 110.000 personas al año a causa del tabaco, por lo que se calcula que dejarán de gastarse unos 2.000 millones de euros) sino también por su intención de proyectar una imagen de Turquía más moderna y europea. «Los turistas ven nuestros restaurantes llenos de humo y se largan. No creo que se deba fumar en los sitios donde se come; de hecho los fumadores son los que más tiempo ocupan las mesas», declaró un restaurador turco al diario Radikal.

Cumplimiento a rajatabla
Aunque parezca una tarea titánica en un país donde fuman una de cada tres personas y se consumen casi 300 millones de cigarrillos al día, la ley fue cumplida a rajatabla en prácticamente la totalidad del país, explicó a este diario el doctor Toker Ergüder, de la Oficina Nacional de Control del Tabaco. Turquía ha dejado para siempre los malos humos.

Sin embargo, no todos son tan optimistas. La mañana del domingo, los tradicionales cafés –lugares donde jubilados y desempleados se juntan para jugar, charlar y fumar– amanecieron desiertos. Solo algunos consiguieron mantener a la clientela colocando las mesas en el exterior. Un día antes, Hakan, se despedía del tabaco en su café habitual y, con cierta pena, acariciaba con una mano el cigarrillo y con otra el vaso de té: «El té y el tabaco son como la mujer y el hombre, no se pueden separar así como así». A su lado, Suleyman, el camarero del local, se mostraba más tranquilo: «La gente se acostumbrará».

En ciertos restaurantes también se ha notado el efecto antitabaco. El lunes, Hasan observaba cómo pasaban de largo los clientes de su habitualmente repleta casa de comidas del barrio de oficinas de Karaköy. «Se van todos a los restaurantes con terraza, donde sí pueden fumar».

Pero quienes ven el futuro más negro son los propietarios de los salones de narguile, la pipa de agua típica de Oriente Próximo. «Nosotros no somos un restaurante, solo comercializamos el narguile. ¿De qué vamos a vivir ahora?», se pregunta Ahmet. «Por el momento, podemos sobrevivir con los narguiles en las terrazas, pero cuando llegue el invierno no sé qué sucederá», añade. Mientras tanto, en su local han comenzado a colgar carteles de un nuevo tipo de narguiles que funcionan solo con hierbas naturales y, supuestamente, no son dañinos para salud. Fumarse un narguile de tabaco equivale a la exposición a unos 100 cigarrillos.

En los bares, la situación es diferente porque nadie duda de que la gente continuará viniendo a estos lugares a divertirse. Eso sí, se está produciendo un cambio: la gente ha comenzado a preferir aquellos que tienen una salida cercana a la calle para poder salir a fumar.

Desconfianza

Al principio, los fumadores laicos, porque también en esto hay divisiones, fueron quienes más desconfiaron de la ley antitabaco y sostuvieron que era un intento del Gobierno islamista moderado para restringir el uso del alcohol (sic), porque no se puede beber raki (el anisado nacional) sin fumarse un cigarrillo; pero la realidad es que, según las encuestas, el 90% de los turcos, incluidos los fumadores, apoyan las medidas antitabaco. En la lejana población de Hasankeyif, un anciano kurdo da profundas caladas a su cigarrillo en un pequeño jardín: «Desde que lo han prohibido, hasta sabe mejor».

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ACTUALIZACIÓN: En algunos lugares han comenzado a experimentar maneras de mantener la tradición y respetar la ley, puro ingenio (gracias a Ogo por el vídeo).

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21 julio 2009

Crónica desde Gori: La sombra del georgiano de acero (El Periódico)

Foto: Plaza del Ayuntamiento de Gori, con la estatua de Stalin (Álvaro Deprit)
Andrés Mourenza

El fluorescente estropeado parpadea sobre uno de los cientos de retratos de Iosef Besarionis dze Jughashvili dando a la sala del viejo museo un aire entre siniestro y sórdido. Con la luz tenue que se filtra por las ventanas y la escasa iluminación las fotos, los objetos y los cuadros adquieren un aspecto de figuras de cera. Este palacio blanco de piedra y mármol edificado en los años cincuenta es uno de los último lugares donde se venera la figura del georgiano más famoso del siglo XX: Stalin.

«Es un personaje controvertido en Georgia», explica Nati entre las pequeñas pausas que se toma para respirar mientras recita de corrido la biografía de Stalin, hijo pródigo de Gori. Lo que quiere decir es que, por extraño que parezca a los visitantes occidentales, la figura del dirigente soviético es todavía reverenciada por los georgianos.

«Durante el Gobierno de Stalin, Georgia floreció y hubo una gran inversión en industria y cultura», se justifica la joven guía. La exposición sobre la vida del segundo líder de la URSS continúa intacta desde los años setenta, como un paréntesis del pasado. «Lo único que hemos añadido ha sido una sección sobre las purgas, porque ahora sabemos que también hubo cosas malas», añade Nati mientras señala una esquina con los retratos de Leon Trotsky y otros purgados.

Las paredes de la Stalinis Gamziri, la principal avenida de Gori, aparecen acribilladas a balazos, resultado de la ocupación de la ciudad por parte del Ejército ruso durante la guerra del pasado agosto. Entonces se dio una situación curiosa: los rusos disparaban contra la calle del que fue su líder y los georgianos, defensores de Stalin, acusaban a Rusia de represora. También en otras ciudades georgianas continúan existiendo calles, avenidas y estatuas en honor al dictador. Todas las referencias al periodo comunista han sido eliminadas, excepto las de Stalin.

Y es cierto que la relación de los georgianos con Stalin es un tanto peculiar. Shota, que trabaja como traductor de los militares de EEUU en Georgia, defiende con la misma vehemencia al presidente proestadounidense Mijeil Saakashvili y a Iosef Stalin. Ambos son vistos como personas con arrestos, paradigmas de la hombría y la georgianidad.

«No solo Stalin o Lavrenti Beria eran georgianos, también había académicos georgianos que vivían en Moscú en tiempos de la URSS y las mujeres rusas los preferían por encima de los rusos, porque nosotros somos mucho más masculinos», opina Misha. No en vano, Stalin significa en ruso hombre de acero.

Con todo, el Museo de Stalin, al que las guías de viajes consideran el mejor museo del país, no parece muy frecuentado. «Antes de la guerra venían muchos turistas, ahora ya no tantos», asegura Nati. Los georgianos tienen cosas mejores que hacer: estar atentos a cuándo cortarán el agua o se irá la corriente eléctrica, por ejemplo. Frente al museo se levanta la humilde morada de ladrillo y madera donde nació Iosef, ahora cubierta por un inmenso dosel marmóreo que lo resguarda de las inclemencias del tiempo y de la historia. Una anciana hace ejercicios bajo el monumento, buscando la sombra para protegerse del sol violento del Caúcaso.

Juicio a otros 56 acusados de la red Ergenekon (El Periódico)

El segundo juicio del macro-proceso contra la supuesta red golpista Ergenekon comenzó ayer en la prisión de Silivri de Estambul.
En total se juzga a 56 sospechosos acusados de pretender subvertir el orden constitucional de Turquía a través de la creación de una organización terrorista. A ellos que hay que sumar los 86 imputados del primer juicio en marcha desde el pasado octubre.
Lo que se esperaba con más expectación ayer en la sala de audiencias era la comparecencia de dos importantes generales: Hursit Tolon, que fue comandante del primer Ejército de tierra, y Sener Eruygur, excomandante de la gendarmería y uno de los líderes de las multitudinarias manifestaciones antigubernamentales que recorrieron Turquía en el 2007. SEGUIR LEYENDO

19 julio 2009

Georgia: tras los pasos de la guerra

Día 1 de julio. Check-Point del río Ingur. Son las cuatro de la tarde y el calor es asfixiante. Los soldados abjasios nos retienen en lo que para ellos es su frontera y para los georgianos sólo una Administrative Border Line de su tierra, una tierra ocupada por el enemigo extranjero. Un kilómetro más allá, tras cruzar el puente sobre el Ingur, comienza el territorio controlado por Tbilisi, adonde pretendemos volver.
'No hay ningún problema -nos repiten los soldados-. Sólo esperamos la llamada del Ministerio y os podréis ir'. Llevamos una hora y media en el puesto fronterizo y yo empiezo a estar preocupado. Esperábamos que ocurriese algo por el estilo, pero por alguna razón, estoy nervioso.
-Llamen al señor Shamba -les intento explicar en inglés y ellos responden haciendo gestos para que me tome la espera con calma. 'Da, da, da', dicen en ruso. El señor Shamba es el ministro de Asuntos Exteriores de la República de Abjasia, una región separatista escindida de Georgia. Esta mañana lo hemos entrevistado en su despacho de Sujumi.
Álvaro, en cambio, está más tranquilo. Sentado con la espalda sobre la chapa de un barracón que nadie utiliza ya. Dentro hay una mesa camilla para posibles urgencias militares. Tiene razón, no tenemos que ponernos nerviosos. De hecho, los soldados nos miran entre extrañados y divertidos, somos su único pasatiempo. De vez en cuando, alguna anciana intenta cruzar la frontera hacia Georgia y los soldados le niegan el paso (sólo a algunos, con ciertos permisos, les dejan pasar, a pesar de que según los acuerdos los check-points deberían estar totalmente abiertos), pero, aparte de eso y de ver vídeos en el teléfono móvil, los militares del puesto de control no tienen otra cosa que hacer. Esperar.
Finalmente, llega uno de ellos con nuestros pasaportes y nos desea buen viaje. Nos cargamos las mochilas y comenzamos a recorrer la tierra de nadie que nos separa de Georgia. Llevamos casi dos semanas de viaje por este país, las camisetas empapadas de sudor, barba de varios días, olemos mal. La noche en Sujumi ha sido de película. Dormíamos en una caseta de paredes de plástico junto a una vivienda particular que alquila camas a los escasos viajeros occidentales que se acercan hasta Abjasia. Tras conseguir adaptarme a los alambres del colchón -a eso de las cuatro de la mañana-, comenzaron a cantar los gallos de todo el barrio. Luego se callaron de repente y una tromba de agua monzónica comenzó a caer sobre la ciudad. Ya estaba bendiciendo la lluvia por hacer callar a los dichosos gallos cuando Álvaro, empapado, me despertó quejándose de una gotera sobre su cama. Se dirigió a la puerta y, allí mismo, se encontró a la señora de la casa con una palangana entre las manos cotorreando en ruso como si fuésemos sus vecinos. No habíamos terminado de arreglar las camas y colocarnos de un modo en que pudiésemos dormir sin tocar la palangana y un chorro de agua comenzó a caer también sobre mí. ¡Mierda! Por la mañana, en cuanto se terminó la entrevista, decidimos poner los pies en polvorosa. Nos quedaban los rublos justos para pagar al taxista el viaje hasta el río Ingur que, desde Ochamchira, es una carretera desolada, llena de baches y bandidos. En Sujumi no hay cajeros automáticos. 'Si necesitáis dinero, podéis ir a sacar a Sochi, en Rusia', nos dijo una funcionaria.
Cruzamos el puente del río Ingur. De vez en cuando pasan todoterrenos de las Naciones Unidas, que está liando los bártulos pues su misión aquí ya ha terminado (Rusia bloqueó la prolongación del mandato en el Consejo de Seguridad). Hemos abandonado Abjasia y sólo esperamos que los policías georgianos no nos retengan tanto como los abjasios, porque queremos llegar a Batumi (cerca de la frontera con Turquía) antes de que anochezca. Afortunadamente, los perezosos agentes de la frontera, que guardan el paso repantingados en un viejo Lada a la sombra de un árbol, apenas nos miran los pasaportes, ni siquiera intentan comenzar una discusión futbolísitica sobre el Real Madrid o el FC Barcelona. Respiramos aliviados.
Un poco antes de llegar al segundo y último puesto de control, comenzamos a escuchar a lo lejos una canción "lolololo lolololololo". Al cabo de unos minutos, nos alcanza la tartana -un pequeño carromato cubierto por una tela de plástico azul y tirado por un viejo caballo- que hace el servicio entre el puesto de control georgiano y el abjasio y se dedica a transportar a las escasas personas que se atreven a cruzar la frontera -normalmente refugiados georgianos que vuelven a Abjasia a intentar recuperar lo que ha quedado de sus casas-. El conductor de la tartana nos invita a montar para hacer los últimos metros hasta el fin de la frontera con él. Está visiblemente bebido y parece sacado de un film de Kusturica, por si la situación no es lo suficientemente surrealista. Canta para nosotros. No podemos evitar sonreír y acompañarlo en su canción: Lololololo lololololo.
Con buen humor nos montamos en el primer taxi que nos ofrece un precio razonable hasta Batumi. Conduce un mingrelio de Zugdidi, rubicundo y de pocas palabras. Fumamos contentos por haber salido del atolladero de Abjasia y, pasado Poti, comenzamos a dormir con el traquetreo del camino, seguros de que llegaremos temprano a Batumi. Sin embargo, nos despierta un frenazo del taxi.
Dos coches de policía han detenido al taxi para un control rutinario. Desde hace algunos meses la policía de Georgia disfruta de nuevos coches y sueldos de hasta 300 euros (un lujo aquí), para evitar tentaciones de la corrupción. Con sus flamantes autos, parecen felices como niños con un juguete nuevo y se dedican a detener a los vehículos con un estilo y una profesionalidad de película americana. Con buenos modales le preguntan al conductor de donde viene y adonde va. Le piden la documentación. Todo en regla. Finalmente reparan en nosotros. Tenemos pinta de extranjeros.
-¿Dónde los ha recogido? -Le preguntan al taxista. Y el buen hombre, con su sinceridad pueblerina, les responde que en la frontera con Abjasia. La hemos cagado. ¡Pasaportes!
El agente se queda estupefacto cuando observa la cantidad de sellos fronterizos que tenemos. En una semana hemos viajado por toda Georgia e incluso hemos pasado a Turquía para ver un festival taurino. 'Somos turistas', le decimos. Y, como buenos chicos, salimos del coche y nos ponemos a jugar al fútbol con una piña.
Los policías llaman a la comisaría de Poti, no saben qué hacer. Llega otro agente. Mira los pasaportes del derecho y del revés. Siguen sin saber qué hacer. Álvaro y yo procuramos mostrarnos relajados. Lo que más tememos es que registren las mochilas y vean la cámara de fotos profesional y los portátiles. O que descubran, escondido en mi mochila, un libro que me han dado los abjasios: 'Abjasia: Bases legales de la estatalidad y la soberanía'. Eso sería el fin.
Al cabo de media hora, llega un viejo Lada granate, con lo que parece un comisario y un policía que habla inglés.
-¡En buen lío os habéis metido! ¿No sabéis que no se puede ir a Abjasia?-exclama el comisario.
-¿Por qué? ¿No es parte de Georgia?
- Pero ya sabéis, está invadido por nuestros enemigos.
-Bueno... -imposto voz de buen chico- sabíamos que había problemas pero no que no se pudiese ir.
-Hay una ley que dice que tenéis que pedir un permiso especial en Tbilisi -dice el comisario. El traductor le mira extrañado y el otro le hace un gesto como diciendo: tú traduce, traduce. Sabemos que es mentira. No está prohibido ir a Abjasia, sólo es que les jode que vayan los extranjeros, así que seguimos haciéndonos los inocentones.
-Disculpen, no lo sabíamos.
-Mirad, nuestros países, España y Georgia, son países amigos. Nosotros no queremos que haya problemas entre nuestros países, pero vosotros habéis hecho algo que está muy mal. Tenéis que acompañarnos a comisaría.
El policía me ordena introducirme en el pequeño Lada granate y pide a Álvaro que se meta en el taxi y nos siga. Desde su asiento de copiloto, el comisario observa mis movimientos y los de el taxista que nos sigue. De vez en cuando se echan a un lado de la carretera y esperan, para ver cómo reaccionamos.
-Y, ¿cómo es Abjasia? -me pregunta el comisario a través del intérprete.
-Aburrida, por eso vamos a Batumi.
-¿Habéis tenido que pedir un visado para entrar?
-No -miento. Afortunadamente el visado de Abjasia se imprime en un papel aparte y lo llevo bien escondido.
-¿Cómo es la situación allá?
-Se ven muchas casas destruídas.
-Y... los rusos ¿hay muchos soldados? ¿cuántos? ¿dónde están?
Así que eso es lo que quería: información. No simpatizo con ninguno de los dos bandos y no me apetece hacer de espía. Le digo que, como no sé ni ruso ni abjasio, no podía distinguir bien de dónde era cada soldado.
Justo en ese momento llegamos a la comisaría de Poti. El comisario y su colega salen del coche con nuestros pasaportes en dirección al edificio y me dicen que me quede en el coche. 'No te muevas'.
Mientras se alejan, aprovecho para copiar el teléfono de la misión de observadores de la Unión Europea en mi móvil y poder llamar rápidamente en caso de emergencia. Pero no hace falta. El comisario sale del edificio, nos llama y nos devuelve los pasaportes. 'Por esta vez no va a pasar nada, pero no lo volváis a hacer', nos reprende con aire de padrecito bonachón.
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Han sido muchas las sensaciones: ternura, tristeza, agradecimiento, miedo, hastío, tensión... Dos semanas de viaje por Georgia (Tbilisi, Gori, Jashuri, Zestaponi, la frontera con Osetia del Sur, Poti, Abjasia, Batumi) junto al excepcional fotógrafo y compañero Álvaro Deprit. Hemos convivido con sus hospitalarias gentes -como dice el periodista y amigo Kim Amor: 'hemos comido lo que ellos comen, olido lo que ellos huelen, oído lo que escuchan y sentido lo que sienten'-; hemos visitado a los refugiados de la Guerra de Abjasia de 1993 y a los expulsados de Osetia del Sur el pasado verano; hemos patrullado junto a los guardias civiles españoles de la misión de observadores de la Unión Europea (gente admirable); hemos conversado con políticos y opositores; asistido a mítines y protestas y, sobre todo, hemos tragado mucho polvo del camino. Para todos aquellos que estén interesados en el Cáucaso y en Georgia: seguid atentamente la publicación de los reportajes que estamos preparando Álvaro y yo. Gaumarjos!
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Y para los que no puedan esperar a saber más sobre el Cáucaso. El libro electrónico y gratuito Transcaucasia Exprés sigue en el sitio de siempre, listo para vuestra lectura. DESCARGAR

14 julio 2009

Medvédev indigna a Georgia con su visita a Osetia del Sur (El Periódico)

ANDRÉS MOURENZA
TIFLIS / ESTAMBUL
El presidente ruso, Dmitri Medvédev, viajó ayer a Tsjinvali para manifestar su apoyo a las autoridades de Osetia del Sur, cuya independencia de Georgia solo han reconocido Rusia y Nicaragua. El gesto de Moscú fue tachado de «provocación» por Tiflis. Rusia quiere controlar todos los territorios de la antigua URSS a base de «dividirnos», acusó el presidente georgiano, Mijeil Saakashvili, desde Ankara, donde asistió a la firma del proyecto Nabucco, un gasoducto que pretende reducir la dependencia europea del gas ruso.
El Gobierno proestadounidense de Georgia sigue sintiéndose amenazado por las ansias «imperiales» de Rusia casi un año después de la guerra que enfrentó a ambos países y que culminó con la independencia de facto de las regiones secesionistas de Abjasia y Osetia del Sur.
En la calle, los georgianos de a pie se preguntan si serán ciertos los rumores que periódicamente aseguran que Moscú atacará Georgia. «Lo único predecible de Rusia es su impredecibilidad», afirmó a este diario el diputado oficialista Akika Minashvili, presidente de la comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento georgiano.
Como ejemplo de la supuesta agresividad de Rusia, citó informes de los servicios de inteligencia georgianos que acusan a las fuerzas de pacificación rusas en las regiones secesionistas de Georgia de incrementar la militarización de Osetia del Sur y de estar construyendo una base naval y otra aérea en Abjasia. También, de haber convocado en la zona norte del Cáucaso maniobras militares de mayor envergadura que las que precedieron al conflicto del pasado agosto.
El problema reside en que las misiones de observadores de la OSCE y de la ONU abandonaron Georgia a finales de junio debido al veto ruso para su prolongación, lo que deja a los observadores de la Misión de Supervisión de la Unión Europea (EUMM) como única garante de los acuerdos de paz entre georgianos, abjasios, osetios y rusos.
«Nuestro problema es que no podemos acceder a Abjasia y Osetia del Sur porque nos piden una autorización como estado y eso para nosotros supondría reconocer su independencia», explicaron fuentes de la EUMM, en la que España participa con 10 guardias civiles. Por esta razón la misión europea no puede comprobar qué hay de cierto en las afirmaciones sobre el rearme ruso, aunque dice mantener una «muy buena relación de trabajo» con los oficiales rusos.
INCIDENTES / La EUMM ha detectado dos incidentes graves en las últimas semanas. El primero, el pasado 21 de junio, fue un ataque con explosivos cerca de la frontera abjasia a un convoy de los observadores en el que murió un conductor de ambulancia georgiano. El segundo, ocurrido la misma semana en la zona donde patrulla el contingente español, fue la voladura de un puente que comunicaba Georgia y Rusia. Ambos incidentes están bajo investigación.

Moscú, por su parte, también acusa a los georgianos de haberse rearmado. El jefe del Estado Mayor del ejército ruso, Nikolai Makarov, afirmó recientemente que los militares georgianos han «recuperado la capacidad militar» previa a la guerra del pasado año y calificó al gobierno de Saakashvili de «línea roja» de la política exterior rusa. Sin embargo, la EUMM, encargada también de supervisar los movimientos militares georgianos, mantiene que Tiflis se está ciñendo a lo acordado por las partes.

CRÍTICAS INTERNAS/ En Georgia crecen las voces críticas que, aún manteniendo su distancia con Rusia, creen que el “aventurerismo” de Saakashvili fue el detonante de la guerra y le culpan de la pérdida del control sobre Abjasia y Osetia del Norte. “Saakashvili es como un torero con una capa roja que intenta lidiar con dos toros a la vez: Estados Unidos y Rusia”, declaró el ex ministro para las Resolución de Conflictos, Giorgi Jaindrava. Jaindrava abandonó su puesto por desavenencias con la política oficial para pasarse a la oposición, que desde hace tres meses reclama en las calles la dimisión de Saakashvili.

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Foto: Dos guardias civiles españoles de la EUMM patrullan cerca de la frontera con Osetia del Sur (Álvaro Deprit)

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Luz verde a Nabucco: Firmado el pacto para llevar a la UE gas desde el mar Caspio (El Periódico)

ANDRÉS MOURENZA
ESTAMBUL

Finalmente Nabucco verá la luz. El acuerdo para la construcción del gasoducto ideado por la Unión Europea (UE) para reducir la dependencia energética de Rusia y llevar gas desde la zona del mar Caspio y Asia central, evitando el territorio ruso, fue firmado ayer en Ankara por los representantes de los países implicados: Turquía, Austria, Hungría, Rumanía y Bulgaria.

El gasoducto recorrerá 3.300 kilómetros desde la ciudad turca de Erzurum (donde se conectará con otra tubería procedente de Azerbaiyán y Georgia) hasta Austria, y podrá transportar hasta 31.000 metros cúbicos al año, es decir, entre el 5% y el 10% del consumo anual de gas de la UE. La construcción tendrá lugar entre el año que viene y el 2014, y costará 7.900 millones de euros.

«Este es un logro del que todos podemos estar orgullos, porque Turquía y la UE se han comprometido a abordar conjuntamente un reto común: la seguridad y diversificación del suministro energético», afirmó el presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Durao Barroso.

La mayor traba continúa siendo hallar países dispuestos a suministrar gas a Nabucco, después de que Rusia, que lo ve con recelo, haya pactado con Azerbaiyán y otras repúblicas centroasiáticas comprar su gas a precios ventajosos. También ha propuesto un gasoducto alternativo a través del Mar Negro.

Por el momento, Azerbaiyán, Turkmenistán e Irak se han ofrecido a suministrar energía, aunque el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, dejó la puerta abierta a que Irán, segundo productor mundial de gas, y Rusia, primero, se unan al proyecto «cuando las condiciones lo permitan».

13 julio 2009

Líder uigur exige la retirada del ejército chino de Xinjiang (EFE - La Vanguardia)

Andrés Mourenza
Estambul
El vicepresidente del Congreso Mundial Uigur, Seyit Tümtürk, exigió hoy en Estambul la retirada inmediata del Ejército chino de Xinjiang y el envío de observadores independientes para reducir la tensión entre la etnia uigur y la china, que ha provocado al menos 184 muertes en los últimos días. "El ejército chino debe abandonar inmediatamente la zona. Se debe rechazar el uso de la fuerza. La ONU y la Organización de la Conferencia Islámica deben enviar inmediatamente observadores independientes", afirmó el activista uigur en una entrevista con Efe. También pidió que las autoridades chinas no cometan más "provocaciones" como la prohibición el pasado viernes del rezo semanal musulmán en las mezquitas de Urumqi, capital de la región autónoma de Xinjiang.
"Durante 60 años, China ha convertido el Turquistán Oriental (Xinjiang) en un lago de sangre. Nunca ha habido democracia, nunca se han respetado los derechos humanos", explicó el vicepresidente del Congreso Mundial Uigur. "Los habitantes del Turquistán Oriental están sufriendo intentos de asimilación de China, que envía a emigrantes chinos a la zona", dijo. "Nos han robado nuestras riquezas, nos hacen pasar hambre, nos han quitado el derecho a nuestra propia educación. Se llevan a nuestros jóvenes a China y los hacen trabajar como esclavos. ¿Dónde podemos encontrar una crueldad así en pleno siglo XXI sino en China?", añadió.
Tümtürk participó hoy en una manifestación contra las políticas chinas hacia los uigures que fue organizada en Estambul por el partido islamista Saadet y que congregó a unas 2.500 personas, entre ellos decenas de uigures exiliados en Turquía. "Yo me fui de China hace 27 años por las persecuciones que sufríamos y me traje a toda la familia conmigo. Sólo quedaron tres de mis hermanos, uno en Urumqi. Gracias a Dios están bien, pero no me pueden contar qué pasa. Nosotros tampoco podemos hablar", relató Muhammar Yusuf, un anciano uigur.
Mientras tanto, los participantes, que enarbolaban la bandera celeste del Turquistán Oriental y la de Turquía, gritaban ´¡Dios es grande!´ y lanzaban vítores a la libertad de los uigures, los chechenos, los iraquíes y los palestinos. "Estados Unidos, Rusia, India y China matan a musulmanes. También hay estados musulmanes que matan a los musulmanes. Pero llegará un día en que los musulmanes de todo el mundo nos uniremos", gritó desde el estrado un activista de IHH, una ONG islamista. "Al turco musulmán no se le puede aplastar, no se le puede quitar su estado, ni su bandera, ni su llamada a la oración", clamó el actor ultranacionalista Ahmet Yenilmez y toda la plaza de Çaglayan, en la que se congregaron los manifestantes, prorrumpió en aplausos.
Los organizadores llamaron boicotear a los productos chinos, tal como propuso la pasada semana el ministro de Industria turco, Nihat Ergün; una iniciativa que hoy recibió el apoyo de la Unión de Bolsas y Cámaras de Comercio de Turquía (TOBB). "Turquía ha salido en defensa de los uigures. Agradezco las palabras de Recep Tayyip Erdogan ya que, por primera vez, un primer ministro ha criticado tan duramente nuestra situación y ha pedido una solución. Además nos ha reconocido como gente del mismo pueblo que los turcos", dijo Seyit Tümtürk.
El Congreso Mundial Uigur, dirigido por la empresaria y activista Rebiya Kadeer, fue fundado en 2004 por exiliados para defender los derechos de los uigures y es considerado por Pekín como una organización terrorista por perseguir supuestos objetivos independentistas. Turquía mantiene estrechos lazos con los uigures, ya que se trata de un pueblo de origen turco-musulmán. De hecho, los líderes políticos uigures suelen recibir refugio y apoyo en Turquía y Estambul es un importante centro para las actividades de las asociaciones nacionalistas de esta etnia.

10 julio 2009

Melancólicas melopeas a base de chacha (El Periódico)

Andrés Mourenza
Shalva alza por enésima vez el pequeño vaso en forma de tulipa, uno de esos vasos de aspecto frágil y bordes dorados que los turcos usan para beber el té; en Georgia, en cambio, se hacen servir para los brindis. Junto a los vasos, una botella de Coca-Cola rellena de un líquido transparente. Es chacha, el aguardiente local, por supuesto casero, que, aunque no pase los controles sanitario, siempre es mejor que el que se compra por ahí, dicen los entendidos.
A pesar de los movimientos lentos, pesados, síntoma de la embriaguez, Shalva consigue impostar una voz grave pero llena de ternura y sentimiento, una voz de brindis, y comienza un largo discurso sobre la amistad que bajo ningún concepto debe ser interrumpido. Al ingerir el aguardiente, no solo se echa uno al coleto el alcohol, sino toda una serie de promesas; el brindis en Georgia es todo un juramento que se toma bien a pecho.
Beber en compañía de georgianos es complicado, ceremonioso hasta el detalle. La tradición manda que solo se brinde con vino o licores –por lo que para pasar la comida se sirve otra bebida, por ejemplo una cerveza, que tiene la consideración de un simple refresco– y únicamente se puede beber tras los largos discursos del tamada, el maestro de ceremonias. En los banquetes, el tamada tiene a su cargo un asistente y se declara a uno de los comensales escanciador oficial. Roles, como las tradiciones, intocables.
Cuando el maestro culmina su brindis-discurso (siempre sobre la patria, la familia, la amistad o las mujeres), hay que ingerir el vaso de un solo trago, so pena de ser considerado un hombre sin agallas -beber en Georgia es cosa de hombres- o algo peor: un desagradecido para con la hospitalidad local, una hospitalidad franca, física, a veces incluso asfixiante.
Igual de impensable es que uno de los bebedores se levante de la mesa arguyendo que ha tenido suficiente alcohol para una noche: la ceremonia culmina cuando se acaban las existencias o la cogorza general es tan elevada que pocos se tienen en pie. ¿Y al día siguiente? Bueeeno... La calma de los georgianos, para ciertas cosas, suena a caribeña. «Antes de que llegasen a Georgia las organizaciones y las empresas internacionales, podías ir al trabajo a la hora que quisieras», explica la mujer de Shalva. Por la mañana, el chacha sigue resonando en el cerebro entre los edificios de Tiflis, de arquitectura indescifrable tal es su cúmulo de influencias. En los parques, innumerables desempleados sentados en grupo, anodinos, se hacen acompañar de grandes garrafas de cerveza.
«Yo no he visto país igual: mandan a las mujeres a trabajar en lo que sea y los hombres se quedan en casa bebiendo», cuenta un vendedor turco de kebab. Acostumbrado a la nueva pujanza de su país, Georgia, antigua perla de la URSS, le parece un lugar triste, sin esperanza.
Las borracheras en Georgia tienen un aire melancólico, deprimente. Pero es que la vida tampoco ofrece mayores expectativas. Sueldos de 75 euros mensuales, con suerte; servicios que no funcionan; un país desgarrado por conflictos que duran ya 20 años; políticos nuevos que actúan como los anteriores. ¿Qué queda? Reunirse con los amigos, un chacha, dos chachas, diez. Jurarse amistad eterna. Foto de Álvaro Deprit

06 julio 2009

A bailar al purgatorio estambulí (El Periódico)

ANDRÉS MOURENZA
Si París bien valía una misa, en Estambul hay un bar que merece todo un repique de campanas. O, si se quiere ser políticamente incorrecto, una llamada a la oración, aunque en él corran y corran los litros de alcohol.
Y no es que Araf (El Purgatorio), que así se llama, sea un lugar digno de las revistas de diseño empeñadas en explorar el lado chic de Estambul, de hecho la decoración es más bien cutre, está cubierto por una techumbre de varillas de maderas tratando de imitar un chiringuito de playa y desde sus ventanas apenas se vislumbra otra cosa que terrados y, allá al fondo, una esquinita del Cuerno de Oro. Pero su aire mestizo lo ha convertido en un refugio atractivo para los jóvenes de Estambul y muchos expatriados que viven en esta ciudad. Debe ser el olfato de fiesta.
Porque las fiestas en El Purgatorio son descomunales, se bebe y se baila como si fuese la víspera del Juicio Final. Durante los fines de semana se concentra tal número de gente que los roces, los choques, el sudor, son inevitables. ¿Qué tiene para atraer tanto? Nadie lo sabe. El disc jockey está en su esquina, con sus platos, ocioso, porque cada sábado las canciones son prácticamente las mismas, así que él se dedica a ligar con las chavalas y a menear al aire los brazos como si el ambiente necesitase aún más fuego.
Araf es, probablemente, el único lugar de Estambul donde te puede recibir una frase en catalán: «En Joan petit quan balla, balla, balla». No es una situación surrealista. Es Dusminguet, cuya música se mezcla con rap francés, grandes éxitos americanos, canciones italianas de los años 60 y el inevitable Manu Chao.
En un momento dado, le llega el turno a la música tradicional anatolia, que en Turquía se baila como cualquier hit en otra parte del mundo. Los hombres alzan los brazos, cual águilas extendiendo las alas, mientras las mujeres contonean sus caderas, y todos ellos mueven los pies a un ritmo imposible de seguir para los no versados. También hay sitio para sirtakis griegos, agitados ritmos balcánicos y bellas canciones armenias como aquella que dice «(los turcos) os quedasteis con nuestras posesiones, ¡anda y que os aproveche!». La pesadilla de cualquier nacionalista o guarda de la moral. Pero esto es un espacio de libertad alejado de los maniqueísmos, un lugar donde ahogar las penurias de la semana laboral.
El bar en cuestión se halla en la cima de un edificio avejentado de la zona de marcha nocturna de Nevizade. Del sótano surge un infierno de música electrónica en un atronador chunda-chunda: es una pequeña discoteca en la que cuatro kiro (macarras) se toman una copa mientras observan bailar a la única chica que se ha decidido a explorar este territorio de Hades.
Araf está, en cambio, a rebosar. No en vano, al purgatorio iremos la mayoría, según la leyenda, pues aquí tampoco nadie está libre de culpa y pocos han sido tan pecadores como para merecerse ese infierno de música bacalao cinco pisos más abajo. El cielo es solo una promesa, una entelequia. El cielo aquí, como en muchos otros lugares, consiste en terminar la noche en pareja.

05 julio 2009

Entrevista en la Opinión de A Coruña

SANTIAGO ROMERO
El interés por el periodismo de este aventurero que desde la milenaria encrucijada de Estambul cubre también otros lugares estratégicos como Grecia, Irak o el Cáucaso de la ex Unión Soviética, germinó en el edificio de La Terraza, en los coruñeses jardines de Méndez Núñez... SEGUIR LEYENDO EN LA OPINIÓN DE A CORUÑA