Andrés Mourenza
El fluorescente estropeado parpadea sobre uno de los cientos de retratos de Iosef Besarionis dze Jughashvili dando a la sala del viejo museo un aire entre siniestro y sórdido. Con la luz tenue que se filtra por las ventanas y la escasa iluminación las fotos, los objetos y los cuadros adquieren un aspecto de figuras de cera. Este palacio blanco de piedra y mármol edificado en los años cincuenta es uno de los último lugares donde se venera la figura del georgiano más famoso del siglo XX: Stalin.
«Es un personaje controvertido en Georgia», explica Nati entre las pequeñas pausas que se toma para respirar mientras recita de corrido la biografía de Stalin, hijo pródigo de Gori. Lo que quiere decir es que, por extraño que parezca a los visitantes occidentales, la figura del dirigente soviético es todavía reverenciada por los georgianos.
«Durante el Gobierno de Stalin, Georgia floreció y hubo una gran inversión en industria y cultura», se justifica la joven guía. La exposición sobre la vida del segundo líder de la URSS continúa intacta desde los años setenta, como un paréntesis del pasado. «Lo único que hemos añadido ha sido una sección sobre las purgas, porque ahora sabemos que también hubo cosas malas», añade Nati mientras señala una esquina con los retratos de Leon Trotsky y otros purgados.
Las paredes de la Stalinis Gamziri, la principal avenida de Gori, aparecen acribilladas a balazos, resultado de la ocupación de la ciudad por parte del Ejército ruso durante la guerra del pasado agosto. Entonces se dio una situación curiosa: los rusos disparaban contra la calle del que fue su líder y los georgianos, defensores de Stalin, acusaban a Rusia de represora. También en otras ciudades georgianas continúan existiendo calles, avenidas y estatuas en honor al dictador. Todas las referencias al periodo comunista han sido eliminadas, excepto las de Stalin.
Y es cierto que la relación de los georgianos con Stalin es un tanto peculiar. Shota, que trabaja como traductor de los militares de EEUU en Georgia, defiende con la misma vehemencia al presidente proestadounidense Mijeil Saakashvili y a Iosef Stalin. Ambos son vistos como personas con arrestos, paradigmas de la hombría y la georgianidad.
«No solo Stalin o Lavrenti Beria eran georgianos, también había académicos georgianos que vivían en Moscú en tiempos de la URSS y las mujeres rusas los preferían por encima de los rusos, porque nosotros somos mucho más masculinos», opina Misha. No en vano, Stalin significa en ruso hombre de acero.
Con todo, el Museo de Stalin, al que las guías de viajes consideran el mejor museo del país, no parece muy frecuentado. «Antes de la guerra venían muchos turistas, ahora ya no tantos», asegura Nati. Los georgianos tienen cosas mejores que hacer: estar atentos a cuándo cortarán el agua o se irá la corriente eléctrica, por ejemplo. Frente al museo se levanta la humilde morada de ladrillo y madera donde nació Iosef, ahora cubierta por un inmenso dosel marmóreo que lo resguarda de las inclemencias del tiempo y de la historia. Una anciana hace ejercicios bajo el monumento, buscando la sombra para protegerse del sol violento del Caúcaso.
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