01 febrero 2008

Naranjas portuguesas y palabrería española (EL Periódico)

ANDRÉS Mourenza
"Hoy se paga al contado, mañana fiado", reza, irónico, el cartel en turco de una tienda de ultramarinos del céntrico barrio estambulí de Beyoglu, en un tono tan similar a aquellas baldosas de cerámica que cuelgan en los más castizos bares de nuestra geografía. Y no es que las dos culturas --la hispana y la turca-- tengan lazos históricos en común; más bien sus parecidos son efecto del Mediterráneo, ese mar que une más que separa. El turco llegó a las orillas mediterráneas cabalgando junto a los jinetes de las estepas de Asia central y en nada se parecía esa lengua lejana a la linguafranca --mezcla de palabras en español, catalán, italiano, francés, griego y árabe-- que hablaban piratas y comerciantes en los siglos de galeras y combates navales. A través de esas aguas llevaron los comerciantes lusos las naranjas a Turquía, desde el Asia oriental. Y los turcos, que las llamaban naranjie, cambiaron su nombre por portakal, al ver que en las cajas se indicaba en letras grandes: Portugal, según una popular historia que cuentan los estambulís entre bromas. Y también como una broma suena uno de los pocos préstamos lingüísticos de la lengua española a la turca: palavra, que en turco se utiliza para indicarle a una persona que todo lo que dice es pura palabrería o mentira. El origen de este término está, dicen, en las discusiones entre comerciantes de ambos países en las que los españoles se enrollaban tanto intentando colocar sus productos que los turcos terminaban hartos de tanta palabra. En este aspecto, no ha cambiado mucho la imagen que los turcos tienen de los españoles, y los trabajadores del popular barrio de Sultanahmet son diestros en cazar al turista español: "Se les reconoce muy fácilmente, siempre hablan en voz alta sin escuchar al de al lado. Y siempre dicen: '¡Mira, mira, mira!'". En cambio, para los viajeros de la península, sucede ahora al contrario, pues no consiguen deshacerse de los pegajosos vendedores de perfumes y abalorios que pululan por las callejuelas del Gran Bazar. Será quizás porque han aprendido castellano. "Aquí hay buenos chollos", grita a los turistas Eren, un chaval de 18 años que, tras trabajar un año en el más famoso mercado cubierto de Turquía, ha aprendido la lengua cervantina a base de "preguntar un par de frases a cada turista español que pasa". En los negocios de mayor categoría se cuelgan carteles de Se habla español o Es parla català. Incluso se atreven a utilizar nuestros tópicos y al que se va sin comprar nada le espetan "catalán, catalán". "A los de aquí les decimos que son de Kayseri (ciudad de Anatolia central de ahorradores empresarios)", explica un dependiente. Pero lo cierto es que los turcos sienten una gran simpatía hacia los españoles y cada vez son más los que quieren aprender castellano. En el presente semestre, 2.000 estudiantes se inscribieron en los cursos que ofrece el instituto Cervantes de Estambul a pesar del elevado coste de las clases para el turco medio (unos 400 euros por trimestre). Por eso no es de extrañar que al ir al supermercado uno se encuentre con los pastelillos Bolero, las galletas Negro o el papel higiénico Familia.

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