Foto: el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, sonríe al ministro de Exteriores, Abdullah Gül, durante una cumbre de la ONU el pasado mes de septiembre
Después de las afirmaciones del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdoğan, reconociendo la existencia de un problema kurdo –“el problema kurdo es mi problema”, dijo- y de recetar más democracia como solución, el tema del conflicto del sureste ha tenido repercusiones en diversos ámbitos.
En el frente político interno, los partidos de oposición CHP, DYP y ANAVATAN exigieron al Gobierno mayores resultados en la política antiterrorista pues se suceden las escaramuzas entre ejército y rebeldes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) y ha habido una serie de pequeñas explosiones de bombas caseras, aunque no se aclaró si provocadas por el propio PKK, por un grupo radical de extrema izquierda o por los islamistas. La oposición recriminó al gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) que los atentados han aumentado desde que el AKP está en el poder y el Partido del Camino Justo (DYP) apuntó que 200 miembros de las fuerzas de seguridad turcas han muerto en el último año a causa del terrorismo.
En el frente de la política internacional el primer ministro Erdoğan y el ministro de Asuntos Exteriores, Abdullah Gül, aprovecharon la cumbre de Naciones Unidas para mantener diversas reuniones y contactos que les podrán permitir actuar contra el PKK. El más importante de ellos fue con los miembros del nuevo gobierno iraquí, encabezado por Jalal Talabani, de la Unión Patrótica del Kurdistán, y compuesto en gran medida por kurdos. De este encuentro, mediado por el presidente estadounidense George Bush, los turcos obtuvieron la promesa de Talaban de que los iraquíes lucharán contra todo tipo de insurgencia, incluídoslos miembros del PKK. Sin embargo creo que fue una promesa tibia y diplomática, más que una declaración real de intenciones, dirigida a calmar los arriesgados proyectos turcos de una intervención militar turca en el norte de Irak contra las posiciones de los rebeldes kurdos.
Por otra parte, técnicos militares de EEUU, la Unión Europea y Turquía mantuvieron una reunión “secreta” en Ankara según informó The New Anatolian la pasada semana. Según este diario se trataron varios temas relacionados con el PKK y sobre cómo cortar sus fuentes de financiación en Europa.
Precisamente otro de los contactos mantenidos por la delegación turca en la ONU fue con el representante danés para exigir el cierre de una cadena de televisión pro-kurda que emite desde Dinamarca y para que los nórdicos intensifiquen esfuerzos en la lucha económica contra los independentistas kurdos.
Paralelamente, tuvo lugar en Bruselas una conferencia entre miembros del Parlamento Europeo y miembros de la comunidad kurda de Turquía, como el movimiento político pro-kurdo DHP. Los políticos de la UE pidieron a los kurdos que se alejen de la órbita del PKK y de las consignas de su líder Abdullah Ocalan.
Otra reacción importante dentro de Turquía tiene que ver con un rebrote del nacionalismo turco. Nacionalismo que, en este país, se lleva muy a flor de piel, no sé aún muy bien si por aquello que comentaba el otro día de la humillación de Sevrès y la Guerra de la Independencia o por cultivo interesado de los gobernantes, o quizás por una mezcla de ambas cosas. El caso es que, también durante esta semana, apareció un desafortunado artículo en una publicación vinculada al partido opositor de centro-izquierda CHP en el que se hacía un llamamiento a la población para que no consuma comida de origen kurdo (kebaps incluidos) sino sólo auténticamente turca. A pesar de que los encargados de la publicación se apresuraron a mostrar el desacuerdo de la dirección y del CHP con el contenido del artículo, el texto provocó un torrente de declaraciones nacionalistas en diversos periódicos y la circulación en internet de e-mail que afirmaban la esencia uninacional de Turquía. Algunos jóvenes, en los chats, han comenzado a usar consignas nacionalistas turcas como apodo.
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