Burhan Yalçin era un joven de 21 años, tranquilo y amante del hogar. Se le daba bien construir muebles, recuerda su padre. Había nacido en la deprimida provincia de Sirnak, fronteriza con Irak, y durante su servicio militar fue destinado algo más al norte, a la provincia de Tünceli, para servir en la Gendarmería. En junio de 2007, un comando del PKK atacó la comisaría en la que hacía guardia y Burhan murió abatido, convirtiéndose en lo que el ejército llama orgulloso "un mártir de la patria".
En febrero pasado, en una de las operaciones militares contra los rebeldes kurdos, murió Harfiye Bilgi, un joven militante del PKK. Como muchos otros, había 'marchado a las montañas' -así le llaman en Turquía a unirse a la guerrilla del PKK- para vengar a algún familiar o conocido muerto, por reivindicar y defender la identidad kurda o por rebeldía. Sea como fuere, su historia terminó en una temprana muerte.
Lo que une a las familias de Harfiye y Burhan, además de ser las dos vecinas de Sirnak, es el tremendo dolor que la muerte de los jóvenes produjo en sus respectivas familias. Por ello, la pasada semana, las madres de los dos muertos se reunieron en Sirnak y ante las cámaras de televisión de varios canales turcos se fundieron en un emotivo abrazo. "Hemos sufrido mucho y no queremos sufrir más. No queremos que mueran más soldados ni miembros del PKK", dijo entre lágrimas Kumri Bilgi, la madre de Harfiye.
Pero ellas no son las únicas. La trágica historia de la anciana kurda Sakine Arat también se ha convertido en Turquía en todo un símbolo de la tragedia del conflicto kurdo.
Según un artículo publicado en el diario 'Taraf', Arat nació hace 74 años en Kütahya, en el oeste de Turquía, en el seno de una familia expulsada en 1930 de su hogar en el sureste kurdo. En 1947, gracias a una amnistía gubernamental, la familia Arat volvió al sureste, pero la entonces joven no pudo terminar su educación básica porque en su pueblo no había escuela.
Trajo al mundo seis hijos. El mayor, Cemal, consiguió estudiar en la Universidad de Ankara durante los movidos años 1970, al mismo tiempo y en el mismo lugar que se sentaban las bases del PKK. Tras el golpe de Estado de 1980 fue detenido y torturado hasta la muerte. El segundo, Tacettin, fue también detenido durante el golpe, torturado, pero liberado. No lo dudó un instante, escapó a las montañas y se unió a la guerrilla, donde murió unos años después. Su hermana Sibel, de 17 años, no pudo soportar el dolor de perder a dos hermanos y se suicidó. Poco después, Murat, el cuarto hijo, desapareció en extrañas circunstancias, un hecho no demasiado inusual en los años 1990 en el sudeste de Turquía. Servet, el hijo más pequeño, falleció en un accidente de tráfico. "Sólo me queda un hijo con vida y procuro mantenerlo alejado de todos los partidos políticos", explicó Sakine Arat.
"Cuando me entero de que ha muerto un soldado, me digo '¡Ay! Otra madre se ha unido a nosotras. Otra madre a la que le arde el corazón'. Por el amor de Dios, terminen con este dolor. Esta guerra continúa. Mis nietos crecen. ¿También ellos participarán?", se preguntó la anciana.
Esta semana, un grupo de mujeres kurdas de la iniciativa Madres de la Paz viajó desde varias ciudades kurdas hasta Ankara para reivindicar una solución pacífica del conflicto kurdo. Intentaron manifestarse delante de la Jefatura del Estado Mayor del ejército pero se les denegó el permiso, así que, finalmente, tuvieron que llevar a cabo su protesta en un parque.En la pancarta de una de las madres kurdas se leía: "Sean de la guerrilla o sean soldados, son nuestros niños".
Fotografías. Superior: Sakine Arat, en Diyarbakir (Fuente: Sabah.com.tr). Inferior: Las madres de Hafiye Bilgi y Burhan Yalçin se abrazan en un signo de reconciliación (Fuente: mynet.com)
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