Aunque no sea tan afectada y solemne como la británica, la ceremonia de tomar el té en Turquía también tiene sus rituales. No hay una hora establecida, toda ocasión es buena y en cualquier momento se puede encontrar el lugar en que sirvan esta infusión de color rojo parduzco, entre el rubí y la caoba, con destellos dorados, en los tradicionales vasos turcos con forma de tulipán.
Bebida del desayuno junto al queso, las aceitunas y el tomate; tentempié durante las horas de trabajo; colofón de una comida; punto final de las cenas, antes de irse a dormir. El té turco sirve de compañero a las conversaciones trascendentales, a las esperas, a las celebraciones, a los cigarros.
Cuando un viajero culto y bienintencionado pregunta a algún estambulí qué tipo de té es ese que toma, si es té rojo, té verde, té negro, el nativo se encoge de hombros y dice "té, simplemente".
El té de Turquía se cultiva en los verdes bancales del noreste, a orillas del mar Negro y su sabor es recio, pero se vuelve amable al añadirle azúcar. Se prepara en un artilugio turco llamado çaydanlik, formado por dos teteras, una encima de la otra. En la inferior, hierve el agua y, en la superior, las hojas de té secas, sobre las que se vierte un poco de agua para producir una infusión concentrada, que luego se rebaja con agua a gusto del consumidor.
En las casas con solera, aún se prepara en grandes cuencos plateados, mientras que en algunas oficinas las teteras son eléctricas. Los trabajadores, en la obra, calientan sus sencillos çaydanlik en un cámping gas, pero el té siempre está a punto en todos lados. En las oficinas bancarias se toma mientras se atiende al cliente. Pasa el tetero o la tetera --un personaje indispensable en toda oficina que se precie-- y ofrece un nuevo vaso a los cajeros.
Entonces, viendo esos vasos rojizos humeantes balanceándose en las bandejas de metal, dan unas ganas terribles de exclamar: "Otro para mí, señora".
El té turco es simple, no hay muchas maneras de pedirlo: o clarito, bastante rebajado con agua, u oscuro, que conserva todo su sabor. El beberlo con una rodaja de limón se reserva a los extranjeros o los esnobs; tomarlo con leche es un pecado. Pero aún así, esta extendida tradición del té ha desarrollado todo un complejo universo de símbolos y de vocabulario.
Por ejemplo, si se pide un té para un niño, que no debe ser excesivamente fuerte, se solicitará un "té de pachá", y si el té está mal hecho, no tiene sabor y se quiere advertir al resto para que no lo pidan, se exclamará: "Esto es zumo de meados". Por el contrario, el grado supremo, el té mejor preparado, de un rojo intenso y brillante, recibe el curioso nombre de "sangre de conejo".
Para inculcar la afición por esta infusión, o quizás solo por simple tradición, las madres turcas comienzan a dar té a sus vástagos desde edad temprana. Cucharadita a cucharadita, les introducen en este mundo de los sentidos. Porque si hay algo que une a los habitantes de Turquía, por encima de la lengua, la bandera o los postulados nacionalistas del Estado, es el té.
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