13 diciembre 2006

¡Cómo cambian los tiempos, Venancio!...

En 1525, después de caer preso de los españoles en la batalla de Pavía, el rey francés François I (en la segunda imagen) se devanaba los sesos pensando cómo acabar con el poder de su archienemigo el emperador Carlos V (I de España), que llevaba camino de unificar todos los territorios europeos bajo su reinado. Precisamente, la solución le llegó durante su encierro en la prisión madrileña en la que se hallaba recluido. De este modo concibió un audaz plan para aliarse con el Imperio Otomano, entonces principal rival de los castellanos, a pesar de que a los monarcas europeos aún les dolía la pérdida de Constantinopla a manos de los turcos y apenas 70 años antes. El primer agente enviado por la regente francesa fue asesinado en Bosnia sin llegar a su destino. En cambio, el segundo agente, esta vez enviado directamente por el rey francés, consiguió su objetivo. El sultán Suleyman I (Solimán, apodado “el Magnifíco”), aceptó de buen grado el pacto y se aprestó a invadir Hungría, mientras las tropas francesas repelía las hostilidades de las tropas hispano-germánicas en Italia. “De este modo, François I inauguró la unión del lis y la media luna, lo que causó un gran escándalo en toda Europa”, afirma el historiador Rinaldo Marmara en su libro sobre la comunidad latina de Turquía. Para mejorar su mala imagen, el rey francés comenzó entonces a litigar con la Sublime Puerta –sobrenombre del gobierno Otomano- sobre la cuestión de la protección de las minorías religiosas y los comerciantes extranjeros. Pero en 1535 se llegó a un provechoso acuerdo para los franceses: la Primera Capitulación. Las Capitulaciones fueron una serie de decretos ventajosos otorgados por el Imperio Otomano a ciertas potencias europeas como resultado de algunos tratados de amistad o a causa de las presiones extranjeras tras una derrota militar. Consistían en ciertas ventajas fiscales o comerciales para la potencia europea, además de los derechos de protección sobre las minorías cristianas y sus bienes. Las Capitulaciones se fueron haciendo más numerosas a medida que el Imperio Otomano fue perdiendo poder y acabaron minando su capacidad política y económica. A partir de la Primera Capitulación (ver imagen), Francia se convirtió en el país con mejores relaciones con la Sublime Puerta, lo que le reportó grandes beneficios. En primer lugar, se garantizaba al rey de Francia la primacía sobre el resto de príncipes europeos, así como la exención de tasas a los comerciantes y residentes franceses. Además, se creó el protectorado francés sobre los cristianos no-otomanos del imperio. La Santa Sede no sólo no se opuso a este acuerdo sino que lo apoyó y obligó a todos los católicos presentes en Levante a recurrir a los representantes franceses para cualquier acto administrativo o judicial. Este reconocimiento se hizo “en premio a los servicios que Francia dio a la causa católica y como modo de asegurar más eficazmente la protección de los intereses de la Iglesia en Oriente”, afirmaba a principios del siglo XX el cardenal Gasparri. Las capitulaciones fueron inmediatamente abolidas por la República de Turquía en 1923. Después de esta “provechosa” relación con los antecesores de la actual Turquía, resulta que es Francia la que más se opone a su ingreso en la Unión Europea. “¡Cómo cambian los tiempos, Venancio!¿Qué te parece?”, decía una famosa canción de La Vieja Trova Santiaguera.
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Texto basado en el libro Précis historique de la Communauté latine de Constantinople et de son Eglise, del historiador italo-turco Rinaldo Marmara (Doctor por la Universidad Montpellier III e Historiador Oficial del Vicariado Apostólico de Estambul)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

hola. soy periodista. voy a ir a comienzo de año a estambul. estarás por allí? si es así éste es mi email la.corredera@hotmail.com. tengo un blog,también. el tuyo me gusta lo miraré con tiempo.

Anónimo dijo...

Je .. bonita cancion ... al pelo para lo que explicas .. :))
Que le vamos a hacer. Hoy eres mi amigo .. y mañana 'ya no t'ajunto' jejejeje
Cosas veredes ....

Anónimo dijo...

Héroe de Ciudad Rodrigo: Cristobal de Castillejo