Estos días, el huevo se ha convertido en debate de Estado en Turquía y no precisamente en el Ministerio de Agricultura y Asuntos Rurales. Los programas de televisión, los diarios y los políticos no dejan de hablar de huevos. ¿Por qué?
Un fantasma de movilizaciones recorre las universidades europeas, de Londres a Roma, de París a Atenas. Los turcos no podían ser menos: protestan contra el seguimiento policial a los estudiantes (el Gobierno planea establecer enlaces policiales en los rectorados), la subida de tasas, la privatización de los comedores, los precios que alcanza la vida (la gasolina en Turquía casi ha llegado a los dos euros) y las políticas del Gobierno conservador de Recep Tayyip Erdogan.
Pero la gota que colmó el vaso fue la forma en que se reprimió una manifestación crítica con el primer ministro el pasado 5 de diciembre en Estambul. La policía no tuvo piedad, aporreó a todo estudiante que se encontró por delante y lanzó su habitual gas lacrimógeno, mucho más potente que el que se usa dentro de la Unión Europea (UE). A causa de los golpes, un joven acabó con el tabique nasal roto y una estudiante, embarazada de cinco meses, sufrió un aborto.
Los estudiantes no tardaron en vengarse. Tres días más tarde, Burhan Kuzu, parlamentario del partido de Erdogan, participaba en una conferencia en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Ankara junto a un representante de la oposición. Ambos fueron abucheados pero la peor parte se la llevó el diputado oficialista. En cuanto penetró en la sala, los estudiantes levantaron una pancarta en la que se leía Bienvenido al festival colectivo del huevo y de inmediato comenzó la lluvia de yemas y claras.
Aunque este año los ataques con huevos se han multiplicado, este incidente fue el más sonado: hasta 70 huevos cayeron sobre Kuzu, mientras sus guardaespaldas lo intentaban proteger con un escudo de paraguas como si se tratase de las legiones romanas de Asterix y Obélix.
«¡Descerebrados!», les respondió el diputado. «Si se hubiesen comido esos huevos en lugar de lanzármelos, hubiese sido mejor para sus cerebros», añadió. Al día siguiente, la Fiscalía decidió abrir una investigación contra lo que el diario progubernamental Yeni Safak calificaba de «Huevo-fascismo».
La costumbre española que más estupor causa en Turquía es la Tomatina de Buñol, que cada año retransmiten los canales turcos. Los turcos no pueden creer que nos lancemos comida solo por diversión. Así que por ahí atacaron los políticos: «Si sois tan pobres como decís -recriminó Erdogan-, ¿por qué gastáis el dinero en huevos para luego tirarlos?». Además dejó constancia de que muchos de los huevos lanzados eran de dos yemas, los más caros. «Mejor hubieseis hecho una tortilla».
Mucho más diplomático, el negociador del Gobierno turco con la UE, Egemen Bagis, quien ya recibió un huevazo en una ocasión, invitó a los estudiantes a preparar juntos el plato típico de los desayunos de los domingos, huevos con sucuk (un tipo de chorizo de vaca). «Yo pongo el sucuk», prometió.
«Estos estudiantes se parecen a la generación [turca] de 1968, pero no disponen de kalashnikov ni cócteles molotov, solo de huevos», comparaba un comentarista de la cadena NTV.
Los tertulianos favorables a Erdogan han instado a los sesentayochistas a que convenzan a la generación actual de estudiantes izquierdistas para que no lancen más huevos. Pero, a pesar de las críticas, lo cierto es que los nuevos métodos de protesta, sean zapatazos o huevazos, despiertan más simpatía que ira.
Nadie sabe cuáles serán sus consecuencias. Podría ocurrir como cuando el periodista iraquí Muntazer al Zaidi lanzó su zapato contra el entonces presidente de EEUU, George Bush, y una empresa turca se hartó de vender pares tras asegurar que eran de la misma marca.
Las hueverías deben estar frotándose las manos, aunque ahora el Gobierno discute si a los huevos se les debería prohibir el acceso a la universidad, como durante años se ha hecho con las estudiantes veladas. ¿Surrealista? Como dicen los turcos: «Burasi Türkiye» (Esto es Turquía).
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