Van / Estambul
«Han detenido a U. y probablemente también a su novia», dijo una voz al otro lado de la línea y colgó inmediatamente. Eran las siete de la mañana pero, a pesar del sueño, Keyvan sabía lo que tenía que hacer. Echó a la mochila el disco duro de su ordenador, quitó la batería del teléfono móvil para no ser detectado por la policía y escapó de Teherán.
Keyvan rememora lo ocurrido nueve meses atrás mientras saborea una cerveza en un café de Estambul. El motivo por el que la policía iraní le persigue a él y a sus amigos es el simple hecho de haber organizado un club de estudios donde se trataban las más diversas materias, desde la historia iraní al marxismo, y haber participado en las protestas de la llamada Revolución Verde contra el presunto fraude en las elecciones de 2009, que revalidaron el Gobierno del islamista Mahmud Ahmadineyad. «Resulta que una persona que acudió a nuestro club para dar una charla sobre por qué debíamos votar a Musavi [el candidato opositor] era en realidad un espía de los servicios secretos», explica el joven iraní. De ahí que, en apenas dos días, cinco compañeros de Keyvan fuesen detenidos y él puesto en busca y captura.
La vía de huida
Un informe de la oenegé OMID estima en más de 6.000 el número de refugiados iranís que actualmente se hallan en Turquía y que han debido escapar de la República Islámica perseguidos por motivos políticos, religiosos, de violencia machista u homófobos. Curiosamente, las buenas relaciones entre el Gobierno islamista moderado de Ankara y el más radical de Teherán han facilitado que la turca se convierta en la vía de escape más sencilla.
Sin embargo, Turquía no es un territorio del todo seguro. Según denuncia un activista de derechos humanos de Van, una ciudad situada en el confín oriental de Turquía, a escasos kilómetros de la frontera con Irán, espías iranís actúan de incógnito en las localidades donde viven más refugiados. El activista asegura que los iranís reciben ayuda de los servicios secretos turcos y afirma que incluso alguien dentro de la Alta Comisión de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Van pasa información al espionaje.
«Yo no me he registrado en ACNUR, porque entonces me enviarían a una pequeña ciudad del este de Turquía, donde hay espías iranís. Aquí en Estambul no me pueden encontrar y de esta manera he podido alertar a mis compañeros en Teherán de que la policía estaba tras ellos», explica Keyvan.
Avizeh y su tímido marido, Roozbeh, hubieron de escapar de Irán cuando la policía descubrió que habían abandonado su fe islámica para convertirse al cristianismo, algo ilegal en la República Islámica y penado incluso con la muerte. «La policía había detenido a un familiar que también era converso. Él negó ser cristiano y pudimos sacarlo de la cárcel gracias a un conocido -explica Avizeh-. Pero un día, al regresar a casa, descubrimos que la policía la había registrado y se habían llevado nuestro ordenador. Era obvio que descubrirían que nosotros también éramos cristianos. Tuvimos que huir».
Burocracia interminable
El matrimonio, junto a sus hijos, sí está registrado en ACNUR y habita en Van, de donde no pueden salir si no es con un permiso de la policía turca. Esto se debe -explica Soner Çalis, de la Fundación de los Derechos Humanos de Turquía (TIHV)- a que, aunque Ankara ha firmado la Convención de Ginebra sobre el Trato a los Refugiados, da asilo únicamente a aquellos que escapan de países miembros del Consejo de Europa y al resto solo les permite permanecer en el país de forma temporal, por lo que están muy controlados. «Mi marido intenta trabajar todos los días, aunque es difícil y sólo gana unas 15 liras diarias (8 euros)», prosigue Avizeh. «Queremos irnos a otro país, pero nuestro caso lleva diez meses parado en los despachos de ACNUR», se queja.
En Estambul, Keyvan suspira. El consulado de Francia no ha querido concederle un visado de estudios a pesar de haber sido aceptado en una universidad francesa: «Básicamente, me dijeron que para ellos yo no existía». Su visado turco de turista está a punto de expirar y el Gobierno de Ankara se ha planteado en varias ocasiones dificultar la renovación de este tipo de visados: «Probablemente no me quede otro remedio que regresar a Irán y enfrentarme a la cárcel».
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