Hace unos días que mi calle comenzó a oler a boñiga de vaca. Se acercaba la Fiesta del Sacrificio y algunos vecinos decidieron utilizar un solar cercano como establo para guardar las reses hasta el día de la matanza. Entre la boñiga y los días de fiesta, el barrio adquiere un entrañable ambiente pueblerino, donde las cosas y las personas se mueven a una velocidad más lenta que de normal. Las señoras sacan las sillas a la calle para departir con sus vecinas mientras limpian unas judías, los abuelos juegan al backgammon a la puerta del café y apenas se ven coches. Siempre es sorprendente constatar cómo los estambulís consiguen darle el aire de su pueblo natal a los barrios de esta urbe de más de 12 millones de personas.
La Fiesta del Sacrificio (Kurban Bayrami en turco o Eid al-Adha en árabe) conmemora el mito común a las tres grandes religiones monoteístas en el que Abraham, por orden divina, se dispone a sacrificar a su hijo Ismael para demostrar su fe y Dios, conmovido, trueca al chaval por un cordero. Los turcos, como millones de musulmanes, prefieren no tentar a la suerte y sacrifican directamente al animal -ovejas, cabras y vacas- del que una parte será entregada a los pobres. Lo habitual es que todos los componentes de la familia o de varias familias junten dinero y compren una cabeza de ganado entre todos, ya que una vaca puede superar los 3.000 euros, aunque de ella se sacarán unos 200 kilos de carne, suficientes para sobrellevar el invierno.Antaño la matanza se realizaba en las calles, cubriendo de rojo sangre las aceras y desparramándose hasta llegar a teñir las aguas del estrecho del Bósforo. Pero, de unos años a esta parte, las autoridades decidieron que eso no iba con la imagen de nación moderna que buscan para Turquía y ahora solo está permitido hacerlo en los lugares adaptados.
Ahora bien, eso no quiere decir que todos cumplan a rajatabla con la norma. Por ejemplo, en el barrio de Bahçelievler un ternero logró zafarse de los carniceros y durante dos horas se recorrió las calles asustando a los paseantes como si se hubiese hecho una suelta de vaquillas. Finalmente el animal se desplomó en la carretera, frente a un autobús municipal, y ni cortos ni perezosos, sus dueños culminaron la matanza despedazando la res sobre la calzada mientras los pasajeros observaban atónitos. Obviamente los incidentes más curiosos se producen en los pueblos: en uno de la costa del mar Egeo, una ternera escapó del matadero y consiguió correr durante 10 kilómetros y nadar otros tres hasta que lograron pescarla y en otro del sudeste los trabajadores del ayuntamiento hubieron de recuperar un toro a punta de pistola.
A falta de encierros de San Fermín en Turquía -lo más parecido son los recortes que los viandantes se ven obligados a hacer a los taxis que se cuelan en las zonas peatonales para evitar ser atropellados-, los telediarios nacionales se regodean en estas escenas sanferminescas de la Fiesta del Sacrificio. El balance no es insignificante: la del 2010 ha sido la edición más violenta de las últimas siete con 3.360 heridos entre astas de toro, atropellos vacunos y cuchilladas mal dadas.
1 comentario:
fantástico Andrés, tan interesante como peculiar.
Me ha encantado lo que comentas que los estambulíes buscan darle el aire de su pueblo natal a su barrio.
Entiendo que no se arriesgen y directamente sacrifiquen al animal, no vaya a ser que tuvieran que poner en entredicho su fe.
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