El techo de la discoteca Versai podría parecer un trabajo de taracea de cualquier maestro artesano del próximo Oriente, sólo que, en lugar de maderas, mármoles y piedras preciosas, es puro plástico: plástico negro, plástico plateado, luces de plástico. Todo está diseñado para brillar.
Las camareras pasean su esbeltez y sus encantos al otro lado de la barra, en la que es prácticamente imposible hacerse con un hueco si no se ha pedido con antelación, a pesar de que se trata de las butacas menos solicitadas de este teatro del noctambulismo. Las mesas de pie y especialmente los grandes sofás con capacidad para una decena de invitados están reservados incluso una semana antes. Cada mesa está presidida por una botella de whisky con su cubitera lista para la llegada de los clientes. Aquí no se pide el alcohol por vasos, en la noche de la Bulgaria del mercado libre no sólo hay que beber, sino también hacer ostentación de lo que se bebe. Por eso, junto a los anuncios de la próxima artista despampanante que va a actuar en el local, brillan las ofertas de los próximos días: “Compra tu botella de whisky por 50 euros y te regalamos cuatro bebidas energéticas”. Así son los clubes nocturnos donde se divierte la nueva clase adinerada de Sofía y cuyo hilo musical es invariablemente la chalga.
“Tigre, tigre, ¿tienes la pasta? / Si tienes la pasta, tendrás chicas bonitas / Tigre, tigre, ¿no tienes la pasta? / Si no tienes la pasta, sólo abuelitas”. Letras muy básicas acerca del sexo y el dinero fácil, pechos de silicona, bellas mujeres sobre coches de lujo, son los ingredientes de este tipo de música que bien podría considerarse una versión balcánica del reguetón que triunfa en los países hispanos y EEUU. Con todo, la chalga se remonta a tradiciones más antiguas.
En su origen, los chalgadzhia (chalgueros) eran músicos sin cualidades para el solfeo, pero gran habilidad para tocar los ritmos populares en bodas y festejos. De ahí que las melodías, muy repetitivas, mezclen sonidos turcos, gitanos, árabes y judíos. Durante el periodo comunista, la chalga fue restringida al considerarse una música degenerada y propia de gente de poca cultura, pero, tras la caída del Telón de Acero, Bulgaria vivió una explosión de chalga que, mezclada con pop y techno, inundó los canales de televisión y radio.
Hay quienes critican sus letras machistas, el aspecto de “actriz porno” de sus cantantes y la vulgaridad que rodea el ambiente de la chalga. Aún más preocupante es su relación con el crimen organizado, pues los nuevos ricos que han medrado a través de asociaciones mafiosas gustan de asistir a este tipo de garitos. Pero lo cierto es que su ritmo triunfa en Bulgaria. Y ahora que esta música ha ascendido desde la clase baja hasta los selectos clubes de la elite, todos prefieren denominar popfolk. Queda mucho más fino.
Quizás se deba a que entre sus seguidores se cuenta -aseguran algunos búlgaros- el primer ministro, Boyko Borisov, ex guardaespaldas de uno de los últimos líderes comunistas y del rey-político Simeón II. La oposición no ha tardado en echárselo en cara: “Borisov quiere una población vulgar, callada y obediente, que sólo escuche chalga y vea Gran Hermano”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario