Esmirna
Turquía está liderando la ayuda humanitaria a Libia y, desde el inicio de la contienda, ha acogido a centenares de heridos del bando rebelde, que tratan de superar los traumas de la guerra.
La noche del 5 de abril llegaron al puerto de Çesme 321 heridos libios acompañados de un centenar de familiares, a bordo del transbordador Ankara, que los había rescatado, no sin dificultad, de Bengasi y, especialmente de Misrata, la ciudad sitiada desde hace semanas por las fuerzas del líder Muamar el Gadafi.
En declaraciones a Efe varios heridos relataron algunas de sus duras vivencias que se agravaron cuando los hospitales de Misrata, completamente saturados, no daban a basto con los heridos, y para ser operado de una rotura de hueso, había que esperar días. “Los doctores nos dijeron que había un barco turco que venía a ayudarnos”, rememoró Mustafa, uno de los heridos.
Pero no era tan fácil. Las vías desde el hospital hasta el puerto estaban controladas desde las alturas por francotiradores leales al coronel Gadafi. Las fuerzas pro-gubernamentales bombardeaban la ciudad con artillería pesada. Y los turcos tuvieron que hacer uso de toda su presión diplomática -y del apoyo de varias fragatas- para lograr que el transbordador turco pudiera atracar.
Mustafa consiguió que un “hermano” lo transportase en su automóvil, desafiando todos los peligros, hasta el barco de la salvación. “En Misrata todos somos hermanos. Por eso puedes pedir estos favores a la gente. También por eso estamos muy unidos y nos levantamos todos contra Gadafi”, afirma.
“Desde el primer día en las protestas, estuve allí. El ejército tenía armas de alta precisión, nosotros sólo piedras”, explica, por su parte, Abulá Reyyep, quien regentaba un negocio en Misrata, donde ha visto morir a “ancianos, niños y mujeres”. Mientras conducía en esa ciudad libia, su coche fue acribillado por los francotirados, pero Reyyep tuvo cierta suerte: “sólo” le alcanzaron el tobillo, que quedó destrozado. “Nuestros coches no son alemanes, son mierdas chinas”, apunta con una media sonrisa un compañero suyo.
Mohamed El Gilip, de 25 años, se hubiese graduado este año como ingeniero de no haber sido por la guerra. Pero estalló la revuelta y él se unió a ella. Un día, en una de las manifestaciones, un tanque del Ejército libio disparó contra su grupo. “Mis amigos murieron. Yo, después de un mes de curaciones, aún tengo heridas. Pero estoy vivo, gracias a Dios”, asegura.
Ahora, El Gilip, Reyyep y sus compañeros han dejado atrás los misiles, la sangre y la muerte, y reposan a orillas del Mar Egeo, en el Hospital Estatal de Urla, situado en un islote del golfo de Esmirna.
Palmeras, pinos, agua turquesa. Sólo el ulular del viento a través de los árboles perturba la tranquilidad del lugar. “Una de las razones para traerlos aquí es que puedan recuperarse de los traumas sufridos”, explica el director del sanatorio, el turco Cengiz Sandikli.
En el hospital de Urla recibieron a 76 heridos libios y el resto fue repartido a otros hospitales de Esmirna. “La mayoría tenían heridas de bala, algunos habían perdido las extremidades o parte de ellas”, explica Ugur Arikan, cirujano que ha coordinado las operaciones a los heridos. Aquellos que se han recuperado ya, han sido devueltos a Libia por vuelos o barcos fletados por el Gobierno turco.
“Con esta operación, Turquía intenta proyectar una buena imagen en Oriente Medio y el norte de África, y que su alianza con la OTAN no repercuta en sus relaciones con estos países”, opina Aylin Güney, jefa del Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Yasar de Esmirna. De hecho, Turquía tiene inversiones millonarias en Libia, con más de 200 empresas presentes, y, antes de la guerra, más de 25.000 turcos residían en el país norteafricano.
Sin embargo, ahora, desde Turquía, los heridos no han logrado establecer comunicación con Libia. “Las líneas están cortadas en Misrata”, se queja uno de ellos. Desconocen el estado de sus familias y no cejan de reclamar la intervención de la “comunidad internacional y la OTAN” para frenar a las fuerzas de Gadafi. “Con la ayuda de Dios, venceremos”, dice Reyyep, mientras agita la bandera de los rebeldes libios.
“Cuando esté recuperado regresaré a Libia. Si hace falta iré nadando, pero regresaré para ayudar a mis hermanos a defenderse”, afirma El Gilip.
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