La llegada de la Semana Santa marca una fecha importante para la minoría levantina -europeos mayormente católicos presentes en Turquía desde la época del Imperio Otomano- que, a través de ritos religiosos, trata de reforzar sus lazos comunitarios.
En la catedral de Saint John oficia la misa de Miércoles Santo el arzobispo de Esmirna, Ruggero Franceschini, ante decenas de personas que rezan a Dios llamándolo cada uno en su lengua: Dio, Dieu, God, Allah. Las familias se reúnen para conmemorar la Pascua y se venden huevos pintados a mano y unas galletas de tradición griega llamadas 'çoreka'. También se representa el Vía Crucis, pero siempre dentro del templo ya que la laica República de Turquía restringe las manifestaciones públicas de religiosidad al mínimo. "Somos pocos fieles, pero durante la Semana Santa, las iglesias se llenan", explica Guido Zalloni, cuyos antepasados llegaron a Esmirna a comienzos del siglo XIX para echar raíces.
Tras varias capitulaciones firmadas por el extinto Imperio Otomano con los poderes europeos, los ciudadanos de esos países comenzaron a establecer sus negocios en Turquía a partir del siglo XVII sin necesidad de pagar impuestos. "Finalmente hicieron su hogar de este lugar, con el que nos identificamos más que con ningún otro país", explica Andrew Simes, un joven de origen anglo-italiano que trabaja por conservar la herencia levantina de Esmirna. La presencia de su familia en Anatolia se remonta a la huida de los cruzados de Tierra Santa tras la caída del Reino de Jerusalén. "El problema es que vivimos en el pasado, en la vieja Esmirna, cuando era una de las ciudades más cosmopolitas del mundo", admite. "Era como una pequeña Unión Europea. En menos de una hora podías pasear por siete barrios y viajar a un país diferente, con su arquitectura y su cocina típicas", relata Simes.
En 1919, los griegos desembarcaron en Esmirna con el objetivo de conquistar todo Asia Menor, pero los turcos recuperaron la ciudad en 1922 y expulsaron a los griegos, tanto a los invasores como a la comunidad que ya vivía allí antes de la guerra y Esmirna se hizo más turca, más laica y más nacionalista. "El Imperio Otomano era muy tolerante, pero la República inyectó el nacionalismo en la sociedad turca para darle un mayor sentimiento de comunidad. Eso creó un ambiente menos tolerante y los levantinos comenzaron a abandonar el país", explica Simes. En 1922, el número de levantinos en Esmirna superaba los 30.000, pero ahora sólo quedan entre 1.000 y 1.500 personas de ese origen.
Algunos han mantenido su nacionalidad, a pesar de haber nacido, crecido y envejecido en Esmirna, como el maltés Roland Richichi. "Mi padre me dijo 'Nunca cambies dos cosas: tu religión y tu nacionalidad, porque estamos orgullosos de ser malteses y católicos'", recuerda este levantino, que siempre lleva al cuello la Cruz de la Orden Malta, "como debe hacer cada hombre maltés".
Los levantinos que quedan en Esmirna, junto a los judíos sefardíes, son el último vestigio de su pasado cosmopolita, como atestigua su poliglotismo, pues entre ellos se comunican lo mismo en turco que en francés, italiano o inglés, sembrando sus conversaciones de términos griegos y españoles. Por eso, Richichi opina que "Esmirna es la ciudad más europea de Turquía".
Sus relaciones con los vecinos musulmanes son "buenas", agrega Zalloni, aunque no tanto con el Estado turco, ya que la Iglesia de Roma está en un limbo legal al no aceptar incorporarse al sistema de fundaciones bajo el que funcionan otras comunidades cristianas. "Sólo en los últimos diez años, los turcos han comenzado a redescubrir a los levantinos como una comunidad que ha contribuido al desarrollo de Turquía. El problema es que quizás sea demasiado tarde, pues ya quedamos muy pocos. Probablemente no haya futuro para esta comunidad. Sólo espero que seamos bien recordados", se lamenta Simes.
Con todo, la presencia levantina se nota en Esmirna, sobre todo en el barrio de Alsancak, donde hay 7 iglesias y una sola mezquita. El paseo marítimo se llama "Kordon", que viene del francés, y antes se denominaba con la palabra italiana "Bellavista", pues, cuando las levantinas acudían en traje de baño al mar, los griegos y turcos de la ciudad -que consideraban impensable que una mujer vistiese de esa guisa- se apostaban a admirar el panorama. "Nosotros construimos el ferrocarril, impulsamos la industria y establecimos los primeros clubes deportivos de la ciudad", recuerda Richichi.
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