- Los habitantes de Jobi protestan ante el control militar ruso instalado en las afueras de la ciudad, ayer. Foto: REUTERS / VASILY FEDOSENKO
Ayer, a primera vista, todo parecía normal en la capital de Georgia. Un mes después de que el Gobierno georgiano ordenase tomar por la fuerza las regiones irredentas de Osetia del Sur y Abjazia, a lo que Rusia respondió invadiendo el norte del país, la vida transcurría tranquilamente en las desordenadas calles de Tiflis. Las mujeres vendían vestidos, apetitosos quesos blancos y enormes pepinillos en vinagre, y la mayor iglesia del país, Sameva, construida hace solo cuatro años, estaba repleta sobre todo de mujeres jóvenes (los georgianos son un pueblo muy religioso). Como siempre. Tan solo algunos panfletos pidiendo ayuda para los refugiados, los soldados de permiso en los vagones del metro y los carteles en algunos autobuses urbanos de la campaña ¡Stop Rusia!: Detengamos la agresión rusa contra Georgia recordaban la guerra que sacudió el Cáucaso el pasado agosto. BAILE DE CIFRAS Pero las consecuencias están ahí. En declaraciones al semanario Georgian Journal, el presidente de la comisión parlamentaria sobre las reparaciones de guerra, Shota Molashjia, estimó en 28,3 millones de euros las pérdidas provocadas por el conflicto, aunque otras instituciones elevan esta cifra hasta los 708,6 millones de euros. "Aún estamos calculando los resultados de la reciente agresión, pero por el momento podemos decir que las perdidas serán del doble que en el conflicto con Abjazia de 1992-93", añadió Molashjia. Precisamente, los empresarios de Armenia, la vecina del sur cuyo abastecimiento depende de la estabilidad de Georgia, echan en cara a Tiflis haber cometido el mismo error que en 1992: provocar a Rusia. Los bancos, a instancia de la Agencia Financiera Georgiana, han decidido no realizar nuevos préstamos a sus clientes por la urgente necesidad del Gobierno de dinero líquido para la reconstrucción del país. El comercio por la carretera que comunica el este y el oeste del país y el transporte por ferrocarril se reanudaron hace dos semanas y se han retomado las privatizaciones, pero aún pasará tiempo hasta que la economía se recupere. "En las ciudades hemos vuelto a la normalidad, pero en los lugares donde aún quedan soldados rusos se quejan de que les roban la comida", explica Mijail Lomtazde, un abogado de Tiflis que durante el conflicto permaneció resguardado en su pueblo natal de la República Autónoma de Adjaria. Unos 10 kilómetros al oeste de Tiflis se encuentra el valle de Mtsieta, la antigua capital medieval de Georgia y el único paso hacia Tiflis entre las montañas. Allí se fortificó el Ejército georgiano en espera de una eventual invasión rusa de la capital, que no sucedió. Ayer solo quedaban un par de tanques al pie de la iglesia de Ivari, una de las más antiguas del país, y solo deambulaban por allí el párroco, un vendedor de flores y unos pocos visitantes. Ahora el Gobierno del presidente Mijail Saakashvili vuelve a centrarse en sus mensajes a favor del desarrollo, el neoliberalismo y la "integración con Occidente". "Creo que lo está haciendo bien y que nos lleva hacia Europa. Pero no satisface a todos. Ni a los tradicionalistas, porque creen que así perderemos nuestra esencia, ni a los que tienen nostalgia de la URSS", explica Lomtazde. A pesar de las proclamas, Georgia sigue siendo un país rural y pobre. Fuera de Tiflis, la gente camina con sus herramientas hacia los campos de labor, los soldados de frontera vigilan en desastradas garitas, los capitalinos trabajan entre lo que fueron bellos edificios que necesitan una urgente reconstrucción. Sobre todos ellos se alza un inmenso huevo de cristal ultramoderno: es la residencia de Saakashvili.
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