28 septiembre 2008

Urfa: viaje por tierra de profetas (El Periódico)

ANDRÉS Mourenza

"Cada turista es un embajador", saluda a los recién llegados un cartel del ayuntamiento. No va dirigido a los viajeros sino, más bien, a los nativos. Un aviso para que extiendan la legendaria hospitalidad a los turistas. Urfa, la heroica Urfa, la antigua Edesa, no es el principal destino del país y no está muy habituada al extranjero. La vista que se extiende ante mis ojos, un inmenso barranco de roca rojiza, palmeras, casas bajas del color de la tierra, es la postal mental que todos nos hacemos de Oriente Próximo. ¡Estamos en Oriente Próximo! Siria queda apenas a unos 35 kilómetros, Irak a unos 300. El sol de verano pica en el cogote como el famoso isot, el rabioso pimentón local. Afortunadamente, el particular oasis urbano de Urfa es un delicioso parque de sombras vegetales formado por el lago de los peces sagrados y los numerosos santuarios en torno a la cueva donde, según las tradiciones islámica y judaica, nació Abraham, el padre de las llamadas religiones del libro, y murió Job, el santo de la paciencia. Los lugareños explican la historia de Abraham como si lo hubiesen presenciado ellos mismos hace unos días, como si se tratase de una simple riña de vecinos y se hallasen ante las cámaras de la televisión: "Mira, ¿ves ese peñasco? Pues desde allá arrojaron a Abraham", relata Yilmaz, un guía cargante y cojo, educado por el programa municipal de reinserción de personas discapacitadas. "El dinero nos hace falta, pero lo más importante es que los turistas se vayan contentos y hablen de nuestra ciudad", añade con una sonrisa y la mano abierta para recibir una propina en billetes. Este mito de la tradición islámica, no recogido por la Biblia, señala que el malvado rey Nimrod (o Nemrud, el constructor de la Torre de Babel) se dispuso a quemar en la hoguera a Abraham por negarse a adorar a los ídolos de piedra pero los troncos saltaron a un lago y se convirtieron en las gordinflonas carpas que hoy alimentan en un estanque sagrado cientos de peregrinos de la región. Así que, en su honor, la mitad de los habitantes de Urfa se llaman Ibrahim (Abraham) o Halil, de Halilürahman (amigo del Misericordioso), apodo de Abraham. Basta hacer la prueba gritando uno de esos nombres en la calle. "¡Se volverían todos!", ríe Mehmet (Mahoma). En una de las mezquitas, un imán explica que, en tiempos, se encontró el pañuelo enviado por Jesucristo con su cara estampada al rey Abgaro V de Edesa, que sanó de una enfermedad incurable. Es el mítico mandylion, el primer icono del cristianismo y uno de los pocos datados en vida de Jesús (profeta para cristianos y musulmanes). Urfa es en sí un oasis en medio de "la Turquía obsesionada por la modernidad", por decirlo con las palabras del matrimonio turco armenio Nisanyan, autores de las mejores guías del país. Urfa, ciudad de kurdos y árabes. En el dédalo de callejuelas de su bazar, en las mansiones de piedra al estilo de los riyad árabes, en los sabores especiados, en la música, en los hombres y las mujeres cubiertos por velos teñidos de índigo, se perciben otras vidas, otros aromas. Otros colores.

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