Andrés Mourenza
En el puerto de Antalya, bañado por las cálidas y amables aguas del Mediterráneo oriental y custodiado por la sólidos muros de una fortificación romana, se mecen los yates y los veleros en los que navegan los turistas por las bellas costas del sur de Turquía. El centro histórico es un pequeño núcleo de casas rústicas con jardines de palmeras y cítricos, muchas de ellas convertidas en bellas pensiones con encanto, donde flota el ambiente calmo de un pueblecito turco.
Pero salir de las murallas de la ciudad vieja es como pasar del adagio de Corelli a sumergirse en una rave de música electrónica. Los edificios de elevada altura se suceden sin rigor como varas amenazantes: hotel tras hotel, urbanización tras urbanización, discoteca tras discoteca, hasta ocupar todo el horizonte.
Turquía nació tarde al turismo. Las luchas políticas de los años setenta, el golpe de 1980 y el conflicto kurdo en los noventa impidieron que resultara un lugar tan atractivo como sus pares de la región. Solo algunos aventureros y enamorados de la historia se internaban en el país, más allá de Estambul, en busca de maravillas arqueológicas y ruinas olvidadas.
Pero, a partir del 2000, Turquía entró de lleno en el mercado turístico y actualmente es el octavo destino a nivel mundial. El ejemplo es Antalya. En 1970 era una pequeña ciudad costera cuyo aeropuerto apenas registraba un par de vuelos al día. Hoy, alcanzan el millar diario. Antalya es el corazón del turismo en Turquía, por delante incluso de Estambul, y cada año millones de visitantes se sienten atraídos por el sol, la playa y el todo incluido. En el 2009, mientras todos los países perdían visitantes, en Turquía la afluencia turística aumentó el 3% y fue de 27 millones de personas.
No hay muchos secretos para este éxito: agresivas campañas publicitarias del Ministerio de Turismo en los países europeos y lanzarse, igual que el resto de países del Mediterráneo, a una carrera de reducción de precios. «Los turistas del todo incluido son la mayor porción del pastel. Si no lo hacemos nosotros, Túnez, España o Marruecos se quedarán con estos turistas», justifica Koray Yetik, secretario general de la Asociación de Inversores Turísticos.
A los turcos no se les escapa que este modelo de turismo es el que ha deteriorado las costas del levante español y aseguran que esperan no cometer los mismos errores. Es cierto que la economía de Turquía no es tan dependiente del turismo como la española, pero el modelo de desarrollo que ha seguido en los últimos años es similar. «Conjugar el desarrollo con el medio ambiente es nuestro principal problema, porque el suelo es muy valioso y el sector turístico nos presiona mucho», dice el alcalde de Antalya, Mustafa Akaydin, y prosigue con un suspiro: «Es triste para mí que Antalya sea solo un destino del turismo de masas».
Al fondo, tras las ventanas del hotel, la bahía refulge plateada, protegida por las altas sombras de los montes Toros, cuyas cumbres aún permanecen nevadas. Sí, sería triste que también estos parajes perecieran ahogados por la avaricia empresarial.
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