Taxistas, como personas, hay de todos los colores. Pero, en ocasiones, parecen conformar una raza aparte del resto de la gente de su país, al menos los taxistas de Atenas.
Si en Estambul una carrera en taxi es una aventura, la odisea en Atenas es conseguir montarse en uno. Los habitantes de la capital griega se alinean en el borde de la calzada y, cada vez que pasa uno de esos vehículos amarillos, alzan el brazo y gritan su barrio de destino. Si hay suerte, el conductor se detendrá y pedirá la dirección, si no, pasará de largo y habrá que repetir la acción. No importa lo fuerte que se grite, la respuesta más oída será "no".
En ese gesto común de griegos y turcos, el taxista levantará ligeramente la cabeza con una expresión entre cansada y desdeñosa mientras repite: "oji, oji" (No, no).
A veces hay que acercarse a ellos como el león a la gacela, cuando están detenidos en una acera, y, entonces, soltar de repente: "¡Buenas tardes! ¿Me lleva a Paleo Faliro?". "Look, my friend" (mire, amigo), comienza en su inglés para turistas el conductor, delgado y de ancho bigote, sin dejar que entre en su vehículo: "Este es un teletaxi y te va a salir más caro". No importa. "Pero que no, my friend, que esto es un T-E-L-E-T-A-X-I", dice remarcando las letras, como si se tratase de un conjuro secreto. "Estoy aquí, esperando que alguien de un hotel me llame, funcionamos así. Un viaje en teletaxi cuesta al menos 40 euros".
Es mentira. El taxi en Grecia es francamente barato y una carrera por el centro de la ciudad nunca sube de los tres o cuatro euros, que pueden ser ocho o nueve si se aleja a barrios del extrarradio como Faliro.
¿Omonia? "Oji". ¿Kipseli? "Lo siento, esto es un teletaxi". ¿De Mikrolimano a Trocadero? "¡Uy! Van a ser 15 euros". Y ocurre esto a pesar de que la normativa deja bien claro que un taxista "no puede negarse a llevar a un cliente a menos que éste se encuentre bajo el influjo de cualquier tipo de sustancias ilegales o no esté sobrio". El problema es que muchos conductores recogen a varias personas a lo largo de su ruta, como si fuesen autobuses de línea, sin hacer por ello descuentos a los pasajeros y, por eso, los extranjeros --no habituados a estos usos--, los grupos de amigos o las familias con niños pueden convertirse en personas no gratas para los taxistas de Atenas.
Lo cierto es que todas estas prácticas han dado a los taxistas griegos tan mala fama que se ha extendido a las guías de viajes, algunas de las cuales son verdaderas invectivas contra los vehículos amarillos. Por ejemplo, en una página web para viajeros, un usuario griego explica el significado de los diferentes números del taxímetro: 1, tarifa diurna; 2, tarifa nocturna; 3, viajes fuera de la ciudad; 4... "Atención, la tarifa 4 no existe. Si ves una tarifa 4 es que el conductor ha instalado un programa especial para timar y te está robando a manos llenas". Todas, sin excepción, recomiendan llamar a la policía antes que ponerse a discutir.
Sin embargo, Atenas cuenta con un sistema de metro y tranvía moderno y eficiente que cubre casi todo el centro de la ciudad. Así que, ya sabe, use el transporte público. Si no hay huelgas, claro.
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