19 julio 2009

Georgia: tras los pasos de la guerra

Día 1 de julio. Check-Point del río Ingur. Son las cuatro de la tarde y el calor es asfixiante. Los soldados abjasios nos retienen en lo que para ellos es su frontera y para los georgianos sólo una Administrative Border Line de su tierra, una tierra ocupada por el enemigo extranjero. Un kilómetro más allá, tras cruzar el puente sobre el Ingur, comienza el territorio controlado por Tbilisi, adonde pretendemos volver.
'No hay ningún problema -nos repiten los soldados-. Sólo esperamos la llamada del Ministerio y os podréis ir'. Llevamos una hora y media en el puesto fronterizo y yo empiezo a estar preocupado. Esperábamos que ocurriese algo por el estilo, pero por alguna razón, estoy nervioso.
-Llamen al señor Shamba -les intento explicar en inglés y ellos responden haciendo gestos para que me tome la espera con calma. 'Da, da, da', dicen en ruso. El señor Shamba es el ministro de Asuntos Exteriores de la República de Abjasia, una región separatista escindida de Georgia. Esta mañana lo hemos entrevistado en su despacho de Sujumi.
Álvaro, en cambio, está más tranquilo. Sentado con la espalda sobre la chapa de un barracón que nadie utiliza ya. Dentro hay una mesa camilla para posibles urgencias militares. Tiene razón, no tenemos que ponernos nerviosos. De hecho, los soldados nos miran entre extrañados y divertidos, somos su único pasatiempo. De vez en cuando, alguna anciana intenta cruzar la frontera hacia Georgia y los soldados le niegan el paso (sólo a algunos, con ciertos permisos, les dejan pasar, a pesar de que según los acuerdos los check-points deberían estar totalmente abiertos), pero, aparte de eso y de ver vídeos en el teléfono móvil, los militares del puesto de control no tienen otra cosa que hacer. Esperar.
Finalmente, llega uno de ellos con nuestros pasaportes y nos desea buen viaje. Nos cargamos las mochilas y comenzamos a recorrer la tierra de nadie que nos separa de Georgia. Llevamos casi dos semanas de viaje por este país, las camisetas empapadas de sudor, barba de varios días, olemos mal. La noche en Sujumi ha sido de película. Dormíamos en una caseta de paredes de plástico junto a una vivienda particular que alquila camas a los escasos viajeros occidentales que se acercan hasta Abjasia. Tras conseguir adaptarme a los alambres del colchón -a eso de las cuatro de la mañana-, comenzaron a cantar los gallos de todo el barrio. Luego se callaron de repente y una tromba de agua monzónica comenzó a caer sobre la ciudad. Ya estaba bendiciendo la lluvia por hacer callar a los dichosos gallos cuando Álvaro, empapado, me despertó quejándose de una gotera sobre su cama. Se dirigió a la puerta y, allí mismo, se encontró a la señora de la casa con una palangana entre las manos cotorreando en ruso como si fuésemos sus vecinos. No habíamos terminado de arreglar las camas y colocarnos de un modo en que pudiésemos dormir sin tocar la palangana y un chorro de agua comenzó a caer también sobre mí. ¡Mierda! Por la mañana, en cuanto se terminó la entrevista, decidimos poner los pies en polvorosa. Nos quedaban los rublos justos para pagar al taxista el viaje hasta el río Ingur que, desde Ochamchira, es una carretera desolada, llena de baches y bandidos. En Sujumi no hay cajeros automáticos. 'Si necesitáis dinero, podéis ir a sacar a Sochi, en Rusia', nos dijo una funcionaria.
Cruzamos el puente del río Ingur. De vez en cuando pasan todoterrenos de las Naciones Unidas, que está liando los bártulos pues su misión aquí ya ha terminado (Rusia bloqueó la prolongación del mandato en el Consejo de Seguridad). Hemos abandonado Abjasia y sólo esperamos que los policías georgianos no nos retengan tanto como los abjasios, porque queremos llegar a Batumi (cerca de la frontera con Turquía) antes de que anochezca. Afortunadamente, los perezosos agentes de la frontera, que guardan el paso repantingados en un viejo Lada a la sombra de un árbol, apenas nos miran los pasaportes, ni siquiera intentan comenzar una discusión futbolísitica sobre el Real Madrid o el FC Barcelona. Respiramos aliviados.
Un poco antes de llegar al segundo y último puesto de control, comenzamos a escuchar a lo lejos una canción "lolololo lolololololo". Al cabo de unos minutos, nos alcanza la tartana -un pequeño carromato cubierto por una tela de plástico azul y tirado por un viejo caballo- que hace el servicio entre el puesto de control georgiano y el abjasio y se dedica a transportar a las escasas personas que se atreven a cruzar la frontera -normalmente refugiados georgianos que vuelven a Abjasia a intentar recuperar lo que ha quedado de sus casas-. El conductor de la tartana nos invita a montar para hacer los últimos metros hasta el fin de la frontera con él. Está visiblemente bebido y parece sacado de un film de Kusturica, por si la situación no es lo suficientemente surrealista. Canta para nosotros. No podemos evitar sonreír y acompañarlo en su canción: Lololololo lololololo.
Con buen humor nos montamos en el primer taxi que nos ofrece un precio razonable hasta Batumi. Conduce un mingrelio de Zugdidi, rubicundo y de pocas palabras. Fumamos contentos por haber salido del atolladero de Abjasia y, pasado Poti, comenzamos a dormir con el traquetreo del camino, seguros de que llegaremos temprano a Batumi. Sin embargo, nos despierta un frenazo del taxi.
Dos coches de policía han detenido al taxi para un control rutinario. Desde hace algunos meses la policía de Georgia disfruta de nuevos coches y sueldos de hasta 300 euros (un lujo aquí), para evitar tentaciones de la corrupción. Con sus flamantes autos, parecen felices como niños con un juguete nuevo y se dedican a detener a los vehículos con un estilo y una profesionalidad de película americana. Con buenos modales le preguntan al conductor de donde viene y adonde va. Le piden la documentación. Todo en regla. Finalmente reparan en nosotros. Tenemos pinta de extranjeros.
-¿Dónde los ha recogido? -Le preguntan al taxista. Y el buen hombre, con su sinceridad pueblerina, les responde que en la frontera con Abjasia. La hemos cagado. ¡Pasaportes!
El agente se queda estupefacto cuando observa la cantidad de sellos fronterizos que tenemos. En una semana hemos viajado por toda Georgia e incluso hemos pasado a Turquía para ver un festival taurino. 'Somos turistas', le decimos. Y, como buenos chicos, salimos del coche y nos ponemos a jugar al fútbol con una piña.
Los policías llaman a la comisaría de Poti, no saben qué hacer. Llega otro agente. Mira los pasaportes del derecho y del revés. Siguen sin saber qué hacer. Álvaro y yo procuramos mostrarnos relajados. Lo que más tememos es que registren las mochilas y vean la cámara de fotos profesional y los portátiles. O que descubran, escondido en mi mochila, un libro que me han dado los abjasios: 'Abjasia: Bases legales de la estatalidad y la soberanía'. Eso sería el fin.
Al cabo de media hora, llega un viejo Lada granate, con lo que parece un comisario y un policía que habla inglés.
-¡En buen lío os habéis metido! ¿No sabéis que no se puede ir a Abjasia?-exclama el comisario.
-¿Por qué? ¿No es parte de Georgia?
- Pero ya sabéis, está invadido por nuestros enemigos.
-Bueno... -imposto voz de buen chico- sabíamos que había problemas pero no que no se pudiese ir.
-Hay una ley que dice que tenéis que pedir un permiso especial en Tbilisi -dice el comisario. El traductor le mira extrañado y el otro le hace un gesto como diciendo: tú traduce, traduce. Sabemos que es mentira. No está prohibido ir a Abjasia, sólo es que les jode que vayan los extranjeros, así que seguimos haciéndonos los inocentones.
-Disculpen, no lo sabíamos.
-Mirad, nuestros países, España y Georgia, son países amigos. Nosotros no queremos que haya problemas entre nuestros países, pero vosotros habéis hecho algo que está muy mal. Tenéis que acompañarnos a comisaría.
El policía me ordena introducirme en el pequeño Lada granate y pide a Álvaro que se meta en el taxi y nos siga. Desde su asiento de copiloto, el comisario observa mis movimientos y los de el taxista que nos sigue. De vez en cuando se echan a un lado de la carretera y esperan, para ver cómo reaccionamos.
-Y, ¿cómo es Abjasia? -me pregunta el comisario a través del intérprete.
-Aburrida, por eso vamos a Batumi.
-¿Habéis tenido que pedir un visado para entrar?
-No -miento. Afortunadamente el visado de Abjasia se imprime en un papel aparte y lo llevo bien escondido.
-¿Cómo es la situación allá?
-Se ven muchas casas destruídas.
-Y... los rusos ¿hay muchos soldados? ¿cuántos? ¿dónde están?
Así que eso es lo que quería: información. No simpatizo con ninguno de los dos bandos y no me apetece hacer de espía. Le digo que, como no sé ni ruso ni abjasio, no podía distinguir bien de dónde era cada soldado.
Justo en ese momento llegamos a la comisaría de Poti. El comisario y su colega salen del coche con nuestros pasaportes en dirección al edificio y me dicen que me quede en el coche. 'No te muevas'.
Mientras se alejan, aprovecho para copiar el teléfono de la misión de observadores de la Unión Europea en mi móvil y poder llamar rápidamente en caso de emergencia. Pero no hace falta. El comisario sale del edificio, nos llama y nos devuelve los pasaportes. 'Por esta vez no va a pasar nada, pero no lo volváis a hacer', nos reprende con aire de padrecito bonachón.
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Han sido muchas las sensaciones: ternura, tristeza, agradecimiento, miedo, hastío, tensión... Dos semanas de viaje por Georgia (Tbilisi, Gori, Jashuri, Zestaponi, la frontera con Osetia del Sur, Poti, Abjasia, Batumi) junto al excepcional fotógrafo y compañero Álvaro Deprit. Hemos convivido con sus hospitalarias gentes -como dice el periodista y amigo Kim Amor: 'hemos comido lo que ellos comen, olido lo que ellos huelen, oído lo que escuchan y sentido lo que sienten'-; hemos visitado a los refugiados de la Guerra de Abjasia de 1993 y a los expulsados de Osetia del Sur el pasado verano; hemos patrullado junto a los guardias civiles españoles de la misión de observadores de la Unión Europea (gente admirable); hemos conversado con políticos y opositores; asistido a mítines y protestas y, sobre todo, hemos tragado mucho polvo del camino. Para todos aquellos que estén interesados en el Cáucaso y en Georgia: seguid atentamente la publicación de los reportajes que estamos preparando Álvaro y yo. Gaumarjos!
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Y para los que no puedan esperar a saber más sobre el Cáucaso. El libro electrónico y gratuito Transcaucasia Exprés sigue en el sitio de siempre, listo para vuestra lectura. DESCARGAR

3 comentarios:

rjcp dijo...

Si es que ....
No puedes irte de vacaciones como los demás, a la playa a tostarte al sol, no.
Tu, a jugar en las fronteras en guerra y con la policía.
Esta juventud ... :)

Un saludo

PD: (corrige Abjsaia, cerca del enlace a mingrelio, y borra esto)

Anónimo dijo...

Descubrí tu blog por casualidad ahora hará un año a raíz de unas vacaciones en Estambul, y desde entonces que te sigo a través de tus crónicas en El Periódico y del blog. Solamente quería felicitarte por tu excelente trabajo y decirte que tengo ganas de leer ya vuestros reportajes.
Salutacions des de Bcn,
Laura

Andrés Mourenza dijo...

Muchas gracias Laura por tu seguimiento y a tí RJCP por la corrección... algunos no podemos evitarnos llevarnos el trabajo de vacaciones... o las vacaciones al trabajo... o, bueno, la frontera es borrosa cuando se trabaja en estas condiciones :)