Andrés Moureza
Estambul
El fútbol, la fama y el dinero suelen pasear de la mano. Ese glamour y la belleza del fútbol bien jugado empujan a niños de medio mundo a dar patadas a un balón. Ayer querían ser héroes militares, hoy futbolistas.
Pero los focos que iluminan el estrellato de los jugadores rara vez se apagan cuando el árbitro pita el final del partido. Es algo que va con el sueldo. Ciertos futbolistas lo olvidan y entonces les vemos cometiendo pecados como el común de los mortales. Algunos, en lugar de redimirse, actúan como los niños ricos que son, añadiendo insulto a la injuria, como dicen los británicos.
Así ocurrió el pasado fin de semana con José María Gutiérrez Hernández ‘Guti’, jugador del Besiktas y ex del Real Madrid. Toda la plantilla y los directivos del equipo turco celebraban el cumpleaños del italiano Matteo Ferrari en el club Reina y el presidente, Yildirim Demirören, corría con los gastos. Esa misma tarde habían vencido al Bursaspor y, la semana anterior, al Galatasaray, en el derby estambulí. La prensa alababa el juego del centrocampista madrileño, sus 4 goles en liga y sus certeros pases. Guti estaba contento.
Había alcohol sobre la mesa, relata un periodista que estuvo presente durante el convite, pero sólo el agasajado Ferrari tuvo la cabal idea de asistir en una furgoneta alquilada. El resto conducía sus coches de lujo. De ahí que no extrañe que Guti acabase la noche a las 4 de la madrugada en comisaría, después de haberse colado en un carril contrario y casi estamparse contra un autobús. Quintuplicaba el nivel de alcohol permitido para conducir.
“Estas fiestas no se celebran cada domingo, pero esta vez había cumpleaños”, explica el periodista: “Sabemos que a Guti le gusta la noche. Es afortunado. Estambul es un buen lugar para divertirse”. Reina es el ombligo del mundo de los famosos de Turquía. Un selecto club a orillas del Bósforo del que otros futbolistas como Roberto Carlos y Dani Güiza han sido asiduos clientes. Entre los dos puentes que cruzan el estrecho que separa Asia y Europa se suceden los clubes de lujo: Sortie, Sapphire... También aquí permanece fondeado el yate Savarona -usado por el mismísimo Mustafa Kemal Atatürk- desde que se descubrió que sus arrendatarios lo utilizaban para orgías con prostitutas.
“Guti es tan profesional que se habría levantado para ir al entrenamiento de no haber sufrido el accidente”, defendió el presidente Demirören al día siguiente, a sabiendas de que ni ha sido el primero en protagonizar un incidente así, ni será el último. “Un futbolista bebido se estrelló aquí, pero enseguida llegó un amigo suyo y se lo llevó en otro coche”, relata un comerciante del barrio de Kandilli, donde habita Guti en una urbanización de villas esparcidas entre bosques. Lo mismo ocurría con el ex barcelonista Gica Hagi en sus tiempos de jugador del Galatasaray. Bebía y bebía, pero siempre tenía amigos a su alrededor que lo protegían de quedar mal ante las cámaras. “El problema es que el pobre Guti acaba de llegar y no tiene un grupo de amigos que lo cuide”, añade el comerciante.
Compañeros y aficionados reconocen a Guti como el nuevo líder del Besiktas. “Es un genio. ¡Qué más da que beba, mientras juegue bien!”, opina Selim, en Besiktas, el popular barrio donde se originó el equipo. Su peña más grande, Çarsi, de ideas izquierdistas, adora a la Tormenta Rubia, como apodan a Guti. En cada partido miembros de Çarsi se reparten por las gradas y acuerdan los eslóganes que gritarán en cada momento, convirtiendo el viejo estadio Inönü en una sola voz.
Los aficionados más optimistas creen que queda Guti para rato a pesar de sus 34 años. Otros son más pesimistas: “Le gustan demasiado el alcohol y las mujeres. No aguantará más de un año. Los seguidores del Besiktas también beben, pero quizás tenga problemas con la dirección”.
Guti deberá tener cuidado. Podría ocurrirle como a George Best, aquel mítico extremo del Manchester United que resumió su vida diciendo: “Gasté mucho dinero en mujeres, coches y alcohol. El resto lo desperdicié”. Las botas de los mejores defensas del Reino Unido no pudieron frenarlo durante los años sesenta y setenta, pero el alcohol sí logró ponerle la zancadilla y destrozarlo hasta su muerte en 2005. Entonces no había ningún árbitro ahí para pitar penalti.
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