Alí guarda una foto en la que tiene una cara de espanto. Mira hacia abajo con preocupación, hacia sus piernas tapadas con una toalla bajo la cual se perciben las manos del doctor. Es del día de su circuncisión.
El verano es la época de las circuncisiones en Turquía. Los padres aprovechan que sus hijos disfrutan de las vacaciones escolares y tienen más tiempo para recuperarse, pues en este país euroasiático la circuncisión tiene lugar normalmente entre los 7 y los 9 años, algo más tarde que en los países árabes y mucho después que los judíos, que son circuncidados en su octavo día de vida. Y, sean laicos o religiosos, la práctica totalidad de los jóvenes turcos pasan por la navaja. Es el primer paso para «convertirse en un hombre», como les aseguran a los chiquillos sus padres, hermanos mayores o kirve (una especie de padrino del circuncidado) para infundirles valor.
Una de las imágenes más tomada por los turistas extranjeros que pasean por el barrio de Eyüp para admirar la mezquita y el mausoleo donde está enterrado el que fuera portaestandarte de Mahoma, es la de «esos niños vestidos de principito». Los pequeños sultanes que abarrotan la gran mezquita son los hijos de familias conservadoras que van a recibir la bendición antes de pasar por el quirófano.
Y no solo eso: muchos acuden allá porque el Ayuntamiento de Eyüp ha anunciado que este año pagará de su bolsillo la circuncisión de 500 chavales de familias desfavorecidas. En la mayoría de los casos, las familias urbanas acuden con sus hijos a los hospitales públicos o clínicas privadas donde la operación se lleva a cabo con anestesia local y bajo condiciones higiénicas.
Pero en las zonas rurales y entre las familias menos pudientes –una operación, más el banquete posterior y los regalos al niño, puede superar los 1.000 euros– se acude a los tradicionales sünnetçi (circuncidadores), personas sin preparación médica que se transmiten la artesanía de la navaja de padre a hijo.
Alí pasó por las manos de Kemal Özkan, quizás el más famoso doctor de Estambul encargado de estos menesteres. Tanto, que se le conoce como el Rey de las Circuncisiones, y a su clínica la ha bautizado pomposamente con el nombre de Palacio de la Circuncisión. El hombre cuenta ya casi con 80 años pero asegura que no le tiembla el pulso y acomete su oficio con felicidad, además de ser un apologeta de las técnicas más modernas de circuncisión y un azote de aquellos sünnetçi sin formación que no cumplen las más elementales normas de higiene.
Con todo, y a pesar de que se muestre orgulloso de su circuncisión como todos los turcos, Alí es incapaz de ocultar que aquel día sintió un miedo increíble a perder su infantil miembro. Pero peor lo pasó Murat, quien se hubo de enfrentar a la navaja con ya 11 años, pues en su familia esperaron a que el hermano pequeño entrase en edad de circuncidar. Para reducir gastos. Como ocurre en las comuniones.
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