"En el mismo comienzo del Génesis está
escrito que Dios creó al hombre para
confiarle el dominio sobre los pájaros, los
peces y los animales. Claro que el Génesis
fue escrito por un hombre y no por un caballo"
-Milan Kundera, La insoportable levedad del ser-
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Vuelo TK1953. Estambul-Amsterdam.
Me ha tocado el asiento E -de En medio- en la fila de las salidas de emergencia, que en el top-10 de los malos puestos para viajar en un avión debe de ser el peor, porque el azafato de la Turkish Airlines me ha pedido perdón al entregarme el billete.
A mi izquierda, un gordote turco -emigrante de segunda generación en Holanda, supongo- estornuda dentro de su chándal azul celeste, lo cual agradezco pues siendo él un tipo de talla XXL, su catarro estornudad sin protección podría haber supuesto una ducha para la mitad del pasaje. No obstante, al cabo de unos 10 ó 15 estornudos, el que el hombre siga con la sudadera hasta por encima de la nariz comienza a darme un poco de asco.
El hombre, ya lo he dicho, es bastante obeso y ocupa parte y media del asiento, lo que me fuerza a escorarme hacia la derecha, donde la otra persona entre las que me encuentro emparedado me ofrece caramelos de menta fuerte que acepto desoyendo esos consejos de infancia (y de los medios de comunicación de las naciones llamadas desarrolladas) de no aceptar dádivas de extraños. Podría estar planeando envenenarme y secuestrarme en mitad del vuelo pero, oye, están buenos los caramelos.
La que me los ofrece es una mujer holandesa de unos 50 años que viste como una joven de 25: zapatillas de trekking, pantalones ceñidos, sudadera de mujer alternativa. Oculta sus ojos saltones tras unas gafas redondas, de diseño retro.
En el avión también viaja un equipo entero de simpáticas señoronas turcas con forma de huevo Kinder, cubiertas todas por el pañuelo blanco de los puros y, a la espalda, un saquito de tela naranja con la marca estampada de "Viajes Burak: Peregrinaciones Organizadas a La Meca". Estas mujeres -que entran dentro del grupo que un amigo sevillano definió con mucha gracia como "la' maruja' turca'"- vuelven a Holanda de la peregrinación ritual musulmana, vía Estambul, más contentas que unas castañuelas. Corretean pasillo del avión arriba, pasillo del avión abajo con el paso bamboleante de las que se han pasado años en un hogar holandés preparando platos de la cocina tradicional anatolia y probando un poquito de aquí y un poquito de allá a ver qué tal está de sal. A pesar de sus cuerpos orondos se saltan las filas y se cuelan con la habilidad de un contrabandista. Y no paran de cotorrear. "Hermana Ayse, ¿tienes una aspirina?", "Señora Fatma, ¿qué tal el viaje?", "Doña Emine, esto", "Hermana Ebru, lo otro". A toda mujer le divierte salir de viaje sin su marido.
Mientras tanto, mi compañero del chándal y los estornudos pasa las cuentas del tespih, el rosario musulmán, con absoluta pachorra; hasta que, a mitad del vuelo, considera llegado el momento de sacarse del bolsillo una botellita de whisky, pedir un vaso de Coca-Cola y prepararse un cubata sin dejar de acariciar el rosario. A partir de entonces, cada vez que el contenido de su vaso se reduce a la cantidad de un dedo y pasa por delante una azafata, pide un nuevo whisky y otra Coca-Cola. "Por supuesto, cortesía de Turkish Airlines".
Comenzamos a atravesar el cielo gris de los Países Bajos. Allá abajo se percibe un paisaje típico de los cuadros de Van de Velde. Canales oscuros, cielo invernal, ordenada vegetación. El turco del chándal comienza a temblar ligeramente, de acuerdo con las vibraciones del aparato, por lo que se termina el whisky de un trago.
La holandesa de mi derecha, en cambio, extiende las palmas hacia arriba, al modo en que rezan los musulmanes, y empieza a murmurar lo que parece una oración. Mira el exterior a través de la ventanilla y, de repente, vuelve sus ojos saltones hacia el compañero del chándal, mira hacia el paisaje, y vuelve otra vez al turco, como inquiriendo por qué no reza también él. Y el turco, con la mirada embotada por el whisky, parece decirle "¡Y a mí qué me cuentas!".
Aterrizamos en la pista del aeropuerto Schipol con el avión haciendo trompos sobre las ruedas; el del chándal que parece que se le vaya a salir el whisky por la boca del susto y la mujer holandesa que reza a lo musulmán intentando agarrarle una mano, por encima mío, para tranquilizarle con su postura espiritual.
Frena el avión. La holandesa se vuelve hacia mí y me suelta, en un neerlandés perfecto, que yo por supuesto no entiendo: "Bienvenido a Amsterdam". Amén.
3 comentarios:
CUM
ME ENCANTÓ TU LLEGADA A AMSTERDAM ...Y, ¿DEL RESTO DEL VIAJE, NO HARÁS CRÓNICA?
estás en los paises bajos
que no te pase ná
"...es un país estragno, excelencia, poblado de gentes extragnas que nos temen y nos odian y donde luce un sol negro que ni calienta ni seca la humedad que penetra hasta lo más hondo de tus huesos. Flandes es el infierno, excelencia..."
(Capitán Alatriste reportando al Duque de Alba)
Voto a bríos a que regresé sano y salvo! :) un saludo desde Estambul
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