27 abril 2010

Testimonio de una de las últimas supervivientes del "Genocidio Armenio" (El Periódico)

ANDRÉS MOURENZA
EREVÁN / ENVIADO ESPECIAL
El carro se detuvo al llegar al desfiladero. Los soldados turcos disparaban desde una colina y los armenios que escapaban a toda prisa de Kars (en el noreste de la actual Turquía) habían abandonado los vehículos en medio del camino y corrían, monte a través y presas del pánico, para alcanzar el puente sobre el río Akhurian. Al otro lado estaba Armenia, su salvación.
Yelena Abrahamian, de 7 años, viajaba en el carromato con las mujeres de la familia, sus hermanos y sus primos. «¡Qué bella era Kars!». La ciudad se hallaba desde 1878 bajo control ruso, lo que permitió a los armenios que allí habitaban escapar a las deportaciones ordenadas por el Gobierno otomano desde 1915. Pero ese abril de 1918 los turcos habían regresado para recuperar lo que consideraban que era suyo. El señor Abrahamian, profesor de matemáticas en la escuela de Kars, marchó a combatir junto a la milicia armenia, dejando a sus hijos al cuidado de la abuela. «Recuerdo que mi familia siempre lo tenía todo preparado para huir».
Dada por muerta
La pequeña armenia fijó su mirada en una pareja: un padre y un hijo que corrían mientras las balas levantaban pedazos de tierra a su alrededor. Una de las balas alcanzó al niño y este cayó a tierra con un grito que, para Yelena, parecía contener todo el dolor que padecían los armenios. Se desmayó.
Cuando recobró la conciencia su familia había desaparecido dándola por muerta. Junto a ella yacía su prima con las piernas destrozadas. «Estuve hablando con ella un buen rato hasta que me di cuenta de que no contestaba. Había muerto, pero para mí era impensable, ella solo tenía 4 años». Yelena bajó del carro y se unió a la multitud que huía. Llovía. Las balas seguían cayendo alrededor.
Alcanzó el puente de madera. Era tan estrecho que, ante ella, un hombre cayó al río, cuyas aguas de primavera arrastraban cadáveres, vestidos y objetos que habían sido arrojados al río por los soldados turcos. Yelena pensaba que también caería al río pero, de repente, un hombre bondadoso la cogió en brazos y la transportó a la otra orilla. «¿Cómo pudo soportar el puente el peso de todos nosotros sin romperse? Dios nos ayudó». A salvo de los disparos, la niña logró reencontrarse con los que quedaban de su familia: su tía y su abuela, quien, con una herida en la cabeza, sostenía a uno de los nietos en brazos.
«Todavía hoy me pregunto cómo los turcos pudieron disparar contra tanta gente inocente», explica Yelena en su casa de Ereván, un soviético inmueble de piedra de la década de 1920. En su salón, decorado con viejos muebles y tapices, cuelgan varios cuadros pintados por ella. Paisajes y marinas de colores alegres, ale- jados del dolor de aquellos días en los que huyó de Kars. A sus 99 años, Yelena Abrahamian es uno de los últimos testigos vivos de la gran tragedia armenia.
Foto: Álvaro Deprit

2 comentarios:

javi dijo...

Genial historia magníficamente relatada. Un abrazo, nos vemos pronto!

Por qué siempre unilateral? dijo...

http://www.turkishny.com/headline-news/2-headline-news/29400-rus-haber-portal-ermeniler-rusya-muslumanlarn-katletti