ANDRÉS MOURENZA
Atenas, 10 de abril
Estos días, en Grecia, cada ciudadano es un economista en potencia. Tanto oír hablar de la crisis, la gente ya maneja los términos económicos como los del tiempo. Y cada cual tiene su teoría. «El problema de nuestro país es la excesiva dependencia del turismo. Hemos acabado con la agricultura y no tenemos industria», opina Thanisis, recepcionista de un hotel. El ágora de Atenas, la capital, ya no está a los pies de la Acrópolis como antaño, sino en las animadas terrazas de los cafés, donde se conversa sobre la situación del país bebiendo frappé, tras las revueltas de los últimos días. Las culpas se reparten: de los políticos a los bancos.
Pero, ¿cómo ha llegado Grecia hasta el borde de la bancarrota? Una de las causas es la política de déficits de un sistema político de cambio de votos por favores. Así, el Ejecutivo de Costas Caramanlis (2004-2009), a pesar de haber prometido a la Unión Europea (UE) reducir el peso del funcionariado, contrató a 55.000. Actualmente, uno de cada cuatro empleados trabaja en el sector público.
Otro de los graves problemas de la economía griega es su escasa competitividad y la falta de variedad productiva. Los bajos intereses en los préstamos han llevado, además, a un endeudamiento general de la sociedad griega. El Gobierno ha tratado de financiar su déficit con bonos, una deuda, degrada por las agencias de rating, que ahora es incapaz de pagar. «En anteriores ocasiones –afirma Giorgos Glynos, del think tank ELIAMEP–, la crisis se hubiese solucionando devaluando la moneda, pero con el euro es imposible».
La única solución que ha encontrado el Gobierno del socialista Giorgos Papandreu ha sido la imposición de draconianas medidas que permitirán ahorrar 30.000 millones de euros a cambio del apoyo de la UE y el Fondo Monetario Internacional (FMI) que, en su mayoría tendrá que devolver con un interés de hasta el 5%. Hoy Papandreu detallará la reforma de las pensiones, uno de los puntos polémicos, que ya ha provocado protestas que la semana pasada se saldaron con tres muertes.
Las medidas de ajuste contraerán la economía y supondrán «miles de dramas individuales», opina un economista. Un profesor de escuela con 30 años de antigüedad, que hasta ahora cobraba 2.100 euros al mes, perderá 300 en cada mensualidad. Los jóvenes griegos de la llamada generación de los 700 euros, el salario que cobran, pasará a ser la de los 540. «Tendremos que acostumbrarnos, no hay otra salida –cuenta Stéfanos resignado–. «Si quiero labrarme un futuro debo irme de aquí, es la única solución». Stéfanos estudia Arquitectura en el Politécnico de Atenas, una de las sedes universitarias que ha centrado las revueltas.
Por su parte, Ilyas, que descansa sobre su taxi en la céntrica plaza de Sintagma sabe que a él le afectan doblemente las medidas del Gobierno: por un lado se liberalizará su sector; por el otro, las manifestaciones en el centro impiden su trabajo: “Claro que apoyo las protestas. La gente tiene razón, hay que protestar contra esos 300 malakas (gilipollas) del Parlamento”.
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