Hakkari, la provincia más sudoriental de Turquía, es uno de los principales teatros donde se libra esta guerra no declarada -que ha dejado 45.000 muertos desde 1984- ya que los rebeldes kurdos utilizan la montañosa frontera para infiltrarse en territorio turco desde sus bases en Irak. Se trata de una región agreste, tanto que los diarios no llegan a la ciudad hasta las tres de la tarde, y tomada por las fuerzas de seguridad, que patrullan noche y día en vehículos blindados.
"La 'iniciativa kurda' (un plan del gobierno de Recep Tayyip Erdogan para solucionar el conflicto kurdo) generó muchas esperanzas, pero se ha demostrado que las medidas no eran suficientes. Además el ejército continúa atacando. La gente está descontenta y por eso el PKK ha retomado los combates", opina un vecino que pide el anonimato. El vicepresidente provincial del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), Adnan Hatiboglu, reconoce que la 'iniciativa kurda' está prácticamente muerta, pero culpa de ello a los jueces por ordenar la detención de cientos de representantes electos y la ilegalización del partido nacionalista kurdo tras acusarle de mantener lazos con el grupo armado PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán). "También el Partido de la Paz y la Democracia (BDP, las nuevas siglas bajo de los nacionalistas kurdos) debería habernos apoyado más", se lamenta.
En el exterior, un furgón policial armado con una metralleta vigila la sede del partido, cuyas ventanas y paredes muestran los agujeros de bala de un ataque del PKK. Ni el Ayuntamiento ni el BDP han condenado el atentado. "Los habitantes de Hakkari no colaboran con nosotros porque temen al PKK o porque simpatizan con él", se queja un oficial de policía.
"Guerrilla, guerrilla". Como si no les importase que Turquía, EEUU y la UE consideren al PKK un grupo terrorista, en el jardín de té de la alcaldía de Hakkari suenan canciones de apoyo al grupo armado. Aquí se sienten fuertes, pues el BDP gobierna con el 80 por ciento de los votos.
Recuerdos de los 90
M. recuerda lo que ha sucedido en cada rincón de Yüksekova, una comarca de la provincia de Hakkari: "En esta orilla del río torturaba la policía en la década de 1990. Esta casa la atacaron los soldados. De esta se llevaron preso a uno y el resto huyó a Irak. Este pueblo lo quemaron los soldados", relata. Son afrentas, abusos, muertos, que los habitantes de estas montañas no olvidan fácilmente. Sólo Yüksekova, de poco más de 60.000 habitantes, ha dado 3.000 mártires -como se llama a los caídos en combate- del PKK.
"Aquí te pueden matar en cualquier momento si entras en una zona militar, las detenciones son arbitrarias y controlan todos nuestros movimientos", denuncia Bedirhan Alkan, miembro de la Asociación Derechos Humanos (IHD) de Yüksekova. Ismail Akbulut, también de IHD, acusa al ejército de mutilar los cadáveres de los militantes del PKK antes de devolverlos a sus familiares, lo que incrementa la rabia y rebeldía de los jóvenes. "En los últimos meses ha aumentado la tensión y tememos que Turquía retroceda a la época de los años 90, y vuelvan los asesinatos por parte del Ejército y la policía", explica.
El gobierno del AKP, islamista moderado pero también profundamente neoliberal, mantiene una política basada en impulsar el desarrollo económico en la región kurda -una de las más subdesarrolladas del país- con la esperanza de que un mayor bienestar distienda también el conflicto. Pero para el teniente de alcalde de Hakkari, Abdullah Kiliç (BDP), ello no basta: "El conflicto no es sólo económico. No exigimos la independencia, pero sí que se respete legalmente nuestra identidad, lengua y cultura".
En una reciente entrevista con la BBC británica, el comandante del PKK Murat Karayilan ofreció el desarme a cambio de mayor autonomía para los kurdos de Turquía y el pasado año, otro de los comandantes del PKK, Bozan Tekin, aseguró a EFE que se darían por satisfechos con un modelo autonómico similar al español.
La mayoría de los dirigentes políticos turcos reconocen que el conflicto kurdo no se puede resolver exclusivamente manu militari, pero el gobierno se niega de momento a "negociar con terroristas". Mientras tanto, en Hakkari, este rincón tan apartado de los pasillos políticos de Ankara, los soldados y los miembros del PKK continúan matándose entre sí.
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