A medida que el coche se aproxima a Hasankeyf, dejando atrás curvas y más curvas, las montañas se desplazan a la vista como mastodontes de la historia. Son montañas pedregosas, privadas de todo matojo, hasta que aparece el Tigris, de un azul turquesa que encandila la mirada, y los pocos árboles se empujan unos a otros por crecer más cerca del agua. Situada a orillas del histórico río, en la región sudeste de Turquía, el pueblo se erige sobre un peñón, cuya pared completamente vertical asciende
“El otro día ví un reportaje en Roj TV…”, explica un policía mientras departe con los parroquianos. Roj TV es una televisión proscrita en Turquía porque pertenece al grupo armado kurdo PKK pero, aunque emite desde Dinamarca, la sigue toda la población de la región gracias a las antenas parabólicas, que proliferan como hongos. “En el documental de Roj TV decían que si te vas de Hasankeyf sin probar el ayran de este restaurante, es que no has estado en Hasankeyf”.
La población es mayoritariamente árabe, pero todos hablan varios idiomas. “Los habitantes de Hasankeyf tenemos tres canales en el cerebro, el primero en turco, el segundo en árabe y el tercero en kurdo”, explica Ahmet. En la misma conversación se mezclan frase de diferentes lenguas y todos las entienden y responden en el idioma en que encuentran más soltura, haciendo realidad, de la forma más natural del mundo, aquella propuesta de Umberto Eco sobre el plurilingüismo ideal, situación en la que cada cual hablaría su lengua materna y entendería la del interlocutor.
Pero la supervivencia de tamaña riqueza histórica y cultural está amenazada por la construcción de la presa de Ilisu, un faraónico proyecto que anegará una localidad que ha sido durante años candidata a Patrimonio de
Sin embargo, el alcalde de Hasankeyf, Vahap Kusen, se queja de que aún harían falta 70 años para sacar a la luz todos los restos arqueológicos y compara la inundación de su pueblo a la destrucción de los Budas Gigantes de Afganistán por parte de los talibán. Y los habitantes de Hasankeyf no quieren ni oír hablar del tema: “No queremos los 1.200 megavatios de la presa si eso significa inundar 12.000 años de Historia”, critica el viejo Emin junto a un bello mausoleo que recuerda a los de Samarcanda.
Gracias a la presión internacional de los grupos favorables a la preservación del lugar, empresas inglesas y suizas que financiaban la presa de Ilisu se han retirado del proyecto pero la construcción sigue adelante con dinero de firmas europeas y estadounidenses. “A estos no les importa nada nuestra historia. ¡Que Dios los confunda!”, exclama el guía retirado.
A unos cientos de kilómetros, a orillas del Eúfrates, se halla un impresionante cañón inundado por la presa de Birecik. Los habitantes del pueblito de Halfeti eran turcos apegados a sus huertos de árboles frutales y alfóncigos ahora inundados y a los que la presa, construida en 2000 y que destruyó total o parcialmente 36 aldeas, convirtió en gente marinera. Como muchos otros, Mustafa se compró una barca y aprendió a navegar. “Antes se vivía mejor. Hubo algunos que se trasladaron montaña arriba, otros emigraron a las grandes ciudades y otros se fueron al extranjero”, se lamenta.
“Si se manejase bien el turismo, podríamos llegar a vivir como antes”, sostiene Ali mientras sorbe un té caliente bajo una enredadera. Unos metros más allá, un minarete asoma entre las aguas, como único recuerdo de lo que fue el poblado y premonición de lo que podría suceder a Hasankeyf.
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