La policía reprime a los obreros que protestan por la Ley de Seguridad Social y el Gobierno no dice nada. "¡Nos lleva hacia la oscuridad! ¡Lean El Patriota", proclama uno de los muchos comunistas que los sábados se congregan en la avenida Istiklal, dos kilómetros de calle peatonal que atraviesan la zona de Taksim. En Istiklal se concentra la variada fauna humana de Estambul. No están todos, pero no sobra nadie: jóvenes veladas de posibles se pasean coquetas seleccionando escaparates; chicas punkies con el cabello negro y los labios muy rojos; travestis sin maquillar salen a hacer un recado antes de comenzar su jornada en las calles traseras; quinceañeros macarras caminan del brazo envalentonados por el alcohol y lanzan miradas groseras a la concurrencia. Un vendedor callejero de poesías con la barba amarillenta y un grueso libro entre las manos pregunta a las parejas: ¿Queréis un poema, florecillas mías?; el vendedor de castañas junto a la mezquita ha instalado a su carrito un rótulo electrónico para anunciar el precio de la mercancía; hombres sin futuro que cuentan las penas de los partidos de fútbol en las cuentas de su rosario musulmán y las ahogan en cerveza Efes; pijos y pijas que pronuncian la a abierta y chasquean la lengua al hablar; estudiantes de izquierda que lucen mostachos de bandolero y barbas de dos días que parecen salidos de la serie Hatirla Sevgili (el Cuéntame local) y música a cada paso. Desde una tienda de discos surge una canción pop que compite con el nervioso rasgar de las cuerdas de un kemençe del mar Negro, recordando las agitadas olas entre las que sus habitantes capturan la anchoa. La vendedora de la Lotería Nacional grita con su aguda voz que las bolas de la suerte darán su veredicto esta noche: "Hooooooooy sale, que saleeeeeeee". Una mujer pide con el niño a cuestas mientras un clarinetista de tez oscura agazapado junto al cine porno Rüya convierte el aire en una melodiosa banda sonora a la que disturba el techno de las multinacionales de ropa deportiva. Recién llegados del interior de Anatolia que no pueden ocultar su cara de asombro tras los frondosos bigotes y la camisa de pastor explican todo con aires de experto a sus mujeres, tocadas con una pañoleta de flores; imitadores baratos de la moda italiana de la mano de rubias platino en tacones de vértigo; niños que esnifan pegamento colgados del tranvía agarran el sombrero a señoronas desprevenidas y se lo devuelven al vuelo unos metros más allá; forofos del fútbol disfrazados con los colores del equipo que juega esa noche; empleados de oficina con la corbata desabrochada por la cerveza de después de aguantar al jefe; buscavidas americanos con su cara de guiri aparentan ser del país a pesar de lucir vistosas pantalonetas blancas que hacen obvio su origen. El sol se pone al tempo del heavy mezclado con la llamada a la oración. Los camareros vocean a la puerta de sus restaurantes: "Ven hermano, acérquese señor, entre señorita". Cada uno de los edificios de Istiklal guarda encerrada una historia mágica, pero eso no importa porque Istiklal es la calle de la Turquía que hierve, avanza y se divierte.
06 junio 2008
Ístiklal, la calle de todos
ANDRÉS Mourenza
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