¿Están ustedes huyendo?", preguntó el taxista apenas hubo arrancado. "No, pero este tiene que escribir una noticia urgente, así que mejor nos damos prisa", respondió Marta, periodista italiana, señalando al que firma este artículo. "¿Seguro que no están huyendo?", insistió el joven conductor, de nombre Serhat, que nos había visto salir corriendo de la terminal del aeropuerto haciendo equilibrios con las maletas. "¡Que no!", repetimos. "Pues yo juraría haber oído 'huir' kaçmak, en turco y no 'escribir' yazmak", prosiguió. "Y es una pena que no estén huyendo, porque este es el vehículo más seguro para huir y yo soy el conductor más veloz de todos los taxistas del aeropuerto". Lo siguiente tras este diálogo surrealista fue una temeraria carrera a través de las rondas de Estambul, sorteando coches enemigos y toda norma de seguridad vial. Con los dientes apretados nos colocamos el cinturón de seguridad y nos encomendamos a la fortuna. Solo una de las ocupantes, de nacionalidad turca, dejó de abrochárselo. "Bien", la felicitó Serhat. "Veo que confía en mi conducción". En Turquía, desplazarse en taksi --así, sin x, que como la q o la w son letras de kurdos-- puede ser a veces una osada aventura, y otras una placentera forma de conocer a la gente del país. Cabe decir que la mayoría de los taxistas turcos son expertos en la conducción arriesgada y el desplazamiento a través de las empinadas calles de Estambul se convierte en algo parecido a un videojuego de carreras, eso sí, con peligrosas consecuencias reales que obligan a dejarle claro al taxista que si quiere experimentar su pericia automovilística lo haga con el próximo cliente. En otra ocasión, unos turistas españoles, al ver la velocidad que tomaba el vehículo, señalaron al taxista las señales de tráfico que indicaban la prohibición de circular a más de 50 kilómetros por hora. El hombre se encogió de hombros sin entender la advertencia y mostró a sus clientes el cuentakilómetros: "Este coche puede circular a 120". Pero las más de las veces, los taxistas turcos se limitan a entablar conversación a toda costa: "¡Vaya! Así que es usted español. Pues tengo yo un amigo que una vez estuvo en Barcelona..." o "¿Qué piensa usted de lo que está pasando en Turquía? Estos sinvergüenzas de la oposición...". También es una buena manera de introducirse en el florido y obsceno vocabulario de las maldiciones turcas: "¡A ver si aprendes a conducir, hijo de un asno!", "déjame pasar o le voy a llenar a tu madre la vagina de cemento y se va a calentar todo el barrio", "mecagüen tu Dios y en tu libro sagrado, pedazo de animal". "¿Es usted del Mar Negro?" (donde acostumbran a jurar sin parar). "Por supuesto, de Rize". "Ya me parecía a mí". En Estambul, los taksi circulan a todas horas, luciendo sus brillantes carrocerías amarillas. A medianoche de un festivo, en la céntrica plaza de Taksim, es difícil encontrar un automóvil particular entre las docenas de taxis que hacen sonar el claxon todos al mismo tiempo. Así que abróchese el cinturón y disfrute del trayecto.
06 junio 2008
Meterse en un 'taksi' o el sabor de la aventura (El Periódico)
Andrés Mourenza
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