Hasta hace menos de un siglo, el Carnaval de Tatavla era una fiesta mayúscula. Al menos para los griegos de clase media y baja que habitaban en Estambul y para otros estambulís que anteponían la diversión a la delgada e invisible línea que separa etnias y religiones. Las pacatas damas de la alta sociedad griega, en cambio, corrían los visillos de las ventanas de sus mansiones disgustadas por tan degenerado espectáculo.
Cuentan las crónicas que las prostitutas, engalanadas y a caballo, encabezaban el desfile seguidas a pie por sus chulos, en una burla del orden establecido. La comitiva, cuajada de mujeres vestidas de hombre, hombres de mujer, falsos doctores, espadachines, caballeros españoles, enmascarados y otros personajes de la cultura greco-otomana, partía de los aledaños de Beyoglu y llegaba a Tatavla (conocido ahora como Kurtulus), un vecindario de griegos pobres. Era el inicio de tres días de danza, bebida y verbena. El Carnaval, además de una fiesta religiosa que precede a la Cuaresma ortodoxa, era ante todo popular.
Pero el Carnaval de Tatavla fue decayendo con la progresiva disminución de la comunidad griega estambulí y su última edición se celebró en 1941. Solo participaron 30 personas. Se ponía así fin a una tradición de cinco siglos.
Este año, un grupo de bienintencionados intentó resucitar la celebración, aunque sin mucho éxito. La idea surgió tras conocerse Hüseyin Irmak, un investigador turco del barrio de Kurtulus, y Haris Rigas, un joven y polifacético griego de Atenas enamorado de Estambul. Solo restaba hacerla pública para dotar al Carnaval del colorido de otros tiempos.
Pero la comunidad griega de Estambul vive cerrada sobre sí misma, temerosa de darse a conocer. Y no sin razón. Durante los últimos 90 años ha sido víctima de persecuciones nacionalistas, impuestos racistas y varios ataques violentos: de los 200.000 griegos que vivían en Estambul en la década de 1920, hoy solo quedan 5.000. Así que los organizadores del Carnaval solo informaron de su iniciativa a dos periódicos en inglés. "Creo que se necesitarían muchísimas prostitutas para revitalizar este festival", decía al diario Hürriyet Daily News Mihail Vassiliadis, editor del rotativo griego Apoyevmatini, uno de los más antiguos de Turquía, que aún se maqueta a mano en una oficina de 1925.
Sin hetairas pero con buena voluntad, se congregaron el sábado 28 de febrero Haris, Hüseyin y varios amigos, turcos, griegos e incluso americanos, disfrazados con el fez otomano, bigotes postizos, máscaras venecianas y otras de plástico. No eran más de 30 personas.
El lunes siguiente volvieron a probar fortuna, esta vez en la histórica taberna de Madame Despina, una matrona griega que hasta su muerte a los 87 años alimentó estómagos, corazones y canciones en el barrio de Kurtulus. En este caso, se juntaron unos pocos carnavaleros más, incluidos un cantante laz (etnia del norte de Turquía) de voz melancólica y una turca viajada disfrazada con un traje de sevillana que lo bailó todo. No, al final no pudieron recuperar el fasto de los viejos carnavales. Pero la fiesta fue divertida.
3 comentarios:
Tuvo que ser como poco interesante ver ese "intento" de Carnaval en el mismo Estambul.
¡Saludos desde Antep!
Fue entretenido, la verdad.
¡No sabía que tenías un blog! Espero que la vuelta a Antep haya sido agradable y que aproveches -aunque estés harta como Adri- los riquísimos baklava ;)
un abrazo
Espero que se repita el año que viene y estar allí para verlo...y que esta vez no me toque columna!!
Saludos a todos!
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